Esposados

by - junio 26, 2013





El resplandor del sol escocía en mi piel con su intensidad, pero de alguna manera, me parecía revitalizante, no lograba sentir el sofoco que evidentemente las personas a mí alrededor sí. 

Caminaba hacia mi departamento, junto a mi mejor amiga Alice y su odioso —y egocéntrico— hermano Edward, al cual intentaba ignorar por mi bien mental. Nuestra relación era lo más parecido al vehemente odio que dos conocidos podrían experimentar. No iba a arruinar el primer día de mis vacaciones de verano peleando con él. Los planes para las próximas ocho semanas libres de exámenes, proyectos y lecturas —que parecían querer explotar mi cerebro—, se barajeaban en mi mente, cada una logrando una sensación de anhelo. 

Amaba las vacaciones de verano. 

Estaba tan concentrada en mis pensamientos que como de costumbre tropecé y caí al suelo. 

— ¡Bella! ¿Estás bien? —preguntó Alice, mientras me ayudaba a levantarme. 

—Sí, gracias —susurré, incorporándome con su ayuda. 

— ¿Cuál es la novedad? —La voz profunda de Edward me hizo apretar mis manos en puños—. Nunca puedes estar de pie más de cinco minutos, ya deberías de haberte acostumbrado. —Una mirada desdeñosa en mi dirección me previno sus siguientes palabras—: Espero que la torpeza no sea contagiosa. 

La sonrisa burlona en su rostro me hizo querer abofetearlo hasta hacerla desaparecer. Mandé al diablo todas mis ideas de ignorarlo. ¿Quién diablos creía que era? No podía hablarme de ese modo. Quizás Edward fuese la perfección para la región femenina británica, pero su actitud lanzaba su apariencia por la borda en cuanto abría la boca. 

—Espero que la inactividad neuronal tampoco lo sea —contesté. 

Mi placer aumentó cuando su sonrisa desapareció para ser remplazada por su rostro distorsionado por ira. 

— ¡Si eres tan inteligente como dices al menos sabrías caminar! —gritó. 

Los puños se cerraron a sus costados con fuerza, las venas en sus bíceps se hincharon y sus ojos me fulminaron con fuego abrasador. 

— ¡Sé caminar, Cullen! —grité de regreso. 

—Entonces demuéstralo, Swan —contestó—. ¿O acaso es que ser tan caprichosa, mimada y egocéntrica te hizo olvidar cómo caminar con tus propios pies? 

— ¿Egocéntrica? —mi voz subió varias octavas—. No soy yo la que pasa horas frente al espejo; tampoco la que por no tener lo que quiere hace una rabieta como si tuviera cinco años. 

— ¡Yo no hago eso! —contestó, su cuello tenso. 

— ¡Cierren la maldita boca! —gritó Alice, interrumpiendo a Edward. Los dos nos volvimos a verla, ligeramente sorprendidos por su arrebato—. ¡Ustedes dos son probablemente las personas más jodidamente molestas que conozco! —continuó, mientras se acercaba a nosotros ya que, mientras discutíamos, habíamos acortado la distancia inconscientemente—. Pero yo tengo la solución —dijo, con una sonrisa, ¡diablos! Eso no podía ser nada bueno, y después, sin previo aviso estaba esposada mi mano izquierda junto con la mano derecha de Edward—, los quiero, pero deben aprender a tolerarse y poder permanecer media hora sin ofenderse. Y no se preocupen, si los voy a liberar —ambos dejamos escapar un suspiro de alivio y ella sonrió maliciosamente—. Me voy de vacaciones a Hawái con Jasper esta noche, regresaremos hasta el final del verano. Cuando regresemos, los voy a liberar —nos besó la mejilla con entusiasmo—. ¡Qué tengan unas lindas vacaciones! —dijo antes de salir corriendo, dejándonos en shock y esposados en medio de la calle atestada de personas que ocasionalmente se detenían a mirarnos. 

Un hombre nos lanzó unos centavos mientras aplaudía. Al parecer habíamos logrado hacer un fantástico acto. 

¡Oh, Dios! Mi cerebro colapsó cuando hizo click. ¡Tengo que compartir mis vacaciones con Edward —egocéntrico, arrogante, odioso, insoportable— Cullen! ¡Estoy esposada con Edward y debo convivir con él dos meses! Sin poder sospesarlo bajé mi vista hacia nuestras manos, en donde esas asquerosas esposas nos mantenían unidos, ¡maldición! ¿Qué iba a hacer? No podía estar con Edward dos meses, pensé con horror.

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