Esposados

by - junio 26, 2013




Caminé silenciosamente al lado de Edward. 

Ni siquiera la calle atestada de gente a nuestro alrededor, riendo y hablando —ocasionalmente lanzándonos miradas de curiosidad y diversión—, lograban romper el incómodo silencio que nos rodeaba y se había formado desde el incidente en el baño. Había pasado una semana con un día y en ese jodido tiempo, Edward no me había dirigido ni una sola mirada. A pesar de estar al lado parecía que estábamos más lejos de lo que nunca habíamos estado. 

Me sentía culpable y en cierto punto, lo extrañaba. Es decir, no nos llevábamos bien —nunca lo habíamos hecho—, pero era divertido pelear con él, prefería otra de sus estúpidas peleas en donde disputábamos por cada pequeña cosa que se nos presentaba, a que me ignorara como lo había hecho en este tiempo. 

Pero no era mi culpa, ¿cierto? Yo no había sido la que había tenido un momento de hormonas revolucionadas, así que, ¿porque debía ser yo la que tenía que pedir disculpas? ¿No tenías las hormonas revolucionadas? Quisiera saber lo que es para ti tenerlas revolucionadas entonces. Gruñí. Quizás si tenía algo de culpa y si a eso sumaba nuestra disputa después del incidente… 

*Flashback*

Su mirada cambió en un parpadeo y rápidamente pasó de la excitación al enojo, la sombra de una tercera emoción cruzó tan rápido que no tuve la oportunidad de reconocerla… ¡genial! Como si necesitara que me odiara más.

Se apartó con brusquedad y rapidez envidiables, repentinamente sin atisbo de excitación mientras yo aún jadeaba por aire. Aunque aún estaba cerca de mí, ya que las esposas no le permitían alejarse más, su mirada fría y enojada me hizo estremecer.

— ¿Está mal? —gritó enojado—. ¿Por qué no lo dijiste antes? ¿Por qué hasta ahora decides ser la niña correcta y con moral?

Sus palabras encendieron mi furia, siempre parecía saber presionar mis botones de la manera correcta, que me gritara y además, que insinuara que yo era una cualquiera sin moral ni ética, había logrado encolerizarme.

— ¿La niña correcta y con moral? —inquirí—. ¿Qué pasa contigo niño de papi? ¿Nunca te habían rechazado y por eso estás tan empeñado en terminar? Creo que aquí el único sin ética y moral eres tú.

Su boca se abrió, sus ojos flamearon con furia y sus puños se cerraron con fuerza.

— ¡Yo no fui el que se quitó la ropa! —gritó.

Me sonrojé furiosamente, está bien, él había ganado esta pelea por mucho; debo de tener muy presente que estoy esposada para evitar problemas como estos.

— ¡No recordaba que tú estabas aquí! ¡Jamás haría eso contigo aquí! —emití un profundo suspiro—. Debemos evitar las peleas al menos por estos dos meses —dije intentando sonar calmada y diplomática—, así que solo vamos a olvidar lo que pasó y vamos a seguir, te prometo que esto no se repetirá nunca más.

Me observó fijamente a los ojos por unos cuantos minutos, su mirada intensa y examinante y comenzaba a ponerme nerviosa, finalmente aparto la mirada. Mis palabras, de alguna manera, parecieron ser las más inadecuadas cuando su mandíbula se tensó con más fuerza que antes.

—Bien —contestó secamente—. Eso… es perfecto.

Permaneció en silencio, con los brazos cruzados sobre su desnudo pecho y la mirada fría, distante y enojada.

*Fin flashback* 

La situación me exaltaba. 

Así que había estado buscando alguna manera para liberarnos, mi mente maquinando distintas opciones hasta que se me ocurrió ir a una tienda en la que vendían material para policías, mi brillante plan tampoco pareció entusiasmar demasiado a Edward. 

Ahora estábamos caminando hacia la dichosa tienda en busca de unas llaves para poder abrir las jodidas esposas y ser libres. Esperaba que funcionara, porque yo ya no podía soportar más seguir con esta situación, y el silencio de Edward solo lo empeoraba todo. Me sentía sorprendentemente culpable y no podía encontrar la razón, ¿tal vez de algún modo en verdad había enfadado a Edward esta vez? ¿Y si nunca más me perdonaba? 

La tienda apareció en mi campo visual y casi me pareció el mismo paraíso, el solo pensar que en unos minutos más sería libre me hizo saltar de alegría. No más problemas ni culpas sin sentido. 

Apresuré mi paso con Edward detrás. 

Entramos al pequeño local llamado Bullet, en donde había todo tipo de accesorios especiales para policías o militares, esperaba que nos pudieran ayudar y no tuvieran alguna regla estúpida sobre solo vender a las personas que ejercieran esa profesión o que exigieran que tuviéramos un permiso, aunque sabía que lo más probable es que eso es lo que dirían. Era el momento de hacer uso de nuestra importancia en América del Norte. 

Un hombre estaba parado detrás del mostrador con expresión aburrida; calculé que tendría más de treinta, su cabello café dorado y ojos azules lo hacían llamativo, atractivo. Habría sido todo un éxito con las chicas en la Universidad, probablemente. 

Nos acercamos e inmediatamente levantó la vista. Nos miró curioso, apuesto a que se preguntaba qué era lo que hacíamos en un lugar como ese. 

Nos estudió con la mirada, deteniéndose unos minutos en el casi extinto chupetón en mi cuello y cuando se posó en nuestras manos unidas por las esposas, una sonrisa divertida se dibujó en su rostro. 

Bufé. 

—Bienvenidos a Bullet, en qué puedo ayudarlos —dijo con voz jovial. 

Lo fulminé con la mirada, adiós a su apariencia agraciada, quería arrancarle los ojos. 

—Buscamos llaves para esposas —dijo Edward con voz paciente. 

—Vinieron al lugar correcto. 

Su sonrisa burlona me estaba irritando, si no la borraba ya, me encargaría yo de hacerlo. 

—Necesito ver las esposas para poder encontrar las posibles llaves que pueden abrirlas —instó. 

Edward levantó nuestras manos, dejándolas a la vista del hombre. Examinó las esposas con el ceño fruncido y su sonrisa burlona se borró, sustituyéndose por una de admiración. ¡Genial! ¿Y ahora qué? 

— ¿Pasa algo malo? —pregunté entre curiosa e irritada. 

—Hace años que no veía esposas como estas —mustió. 

— ¿Eh? —preguntamos Edward y yo, confusos. 

—Éstas son esposas muy antiguas, tenía entendido que solo existen dos pares, una está en un museo y la otra la venden a un alto precio. Debieron de costarles una fortuna —dijo sorprendido, su voz ascendió unas octavas por la excitación—. No podrán abrirlas ni romperlas, eso es lo que las hace especiales y de ahí su alto precio; son muy fuertes y resistentes, la única forma de que las abran es con las llaves originales, jamás lo conseguirán de otra forma. 

¿Qué mierda había hecho Alice? 

¿Había comprado una carísimas esposas solo para que no lográramos liberarnos? Está bien, tengo que aceptarlo, eso suena muy Alice. 

Pero el problema era que eso extinguía todas mis posibilidades de ser libre y poder disfrutar del resto de mis vacaciones, lo peor era que ya no podía soportar pasar más tiempo al lado de Edward, no si él seguía ignorándome. Y las peleas entre nosotros lograrían que sufriera de una crisis nerviosa al final del verano. 

La situación era realmente frustrante, ¿en qué diablos nos había metido Alice? ¿Y cuándo había comprado las esposas? Debe de haber pensado en hacernos esto desde hace tiempo, porque no creo que le haya sido fácil comprar estas antiguas y costosas esposas. ¿Lo había planeado? Jodidamente la mataría cuando la viera de nuevo. 

Es una suerte que nuestras familias sean importantes y el dinero nos sobre, o si no, posiblemente Alice estaría en muchos problemas. 

Bufé. Toda esta situación me sobrepasaba, era más de lo que yo podía soportar. 

Levanté la mirada y por primera vez en una semana, mi mirada se encontró con la de Edward, que lucía torturado por la noticia e igual de irritado que yo. Sus ojos examinando los míos de igual manera. Me sentí herida. ¿Tan malo era estar conmigo? ¿Ni siquiera podía soportar el pasar las siete semanas que faltaban? 

Estas semanas iban a ser realmente largas... 

Mientras caminábamos de regreso al departamento —ya que no podíamos usar auto hasta poder quitarnos las esposas—, decidí intentar arreglar la situación con Edward. Si íbamos a pasar tanto tiempo juntos, al menos deberíamos de intentar llevarnos bien, ¿no? 

—Mmm... Edward... yo... 

— ¡Aquí están! —dijo una mujer mirándonos enfadada. 

Edward y yo nos miramos confundidos, ¿nos hablaba a nosotros? 

—No intenten hacerse los inocentes, esta vez no les perdono que hayan llegado tarde —suspiró ruidosamente—. Más les vale que se les haya ocurrido una muy buena idea o los despediré inmediatamente, pueden hacer maravillas, pero su irresponsabilidad anula cualquier otro talento. 

Nos miró y repentinamente su mirada viajó hasta las esposas que nos mantenían unidos. Su expresión se iluminó. 

—Esposas... —murmuró pensativa— una muy buena idea. —Nos felicitó con una amplia sonrisa. 

La miramos como si estuviera loca, lo que tal vez era cierto. 

—Las fotografías serán un éxito, ¿qué revista porno había sacado eso antes? ¡Ninguna! Es muy original y sin duda muy excitante y erótico —exclamó maravillada—. ¡Corran, vayan a cambiarse! 

Nos empujó dentro de un local sin dejarnos hablar. 

¿Revista porno? pensé escandalizada. 

La mujer nos empujó hasta estar dentro de ese local. 

Miré aterrorizada a Edward que parecía estar en estado de shock. ¿Cómo diablos nos habíamos metido en esto? Ahora debíamos encontrar una forma de escapar sin que la señora loca se diera cuenta. 

— ¡Apresúrense! —ordenó. 

Nos guío hasta un pequeño pasillo. Había muchas personas dentro del local. 

Las paredes eran de un suave color canela y la iluminación demasiado chocante, era similar a la de los antros. Luces de neón y ropa de cuero brillaban por doquier. Mujeres y hombres con poca ropa desfilaban con naturalidad a nuestro alrededor. Me sonrojé furiosamente. Jamás había estado en una situación como esta. Caminamos por el pasillo, una chica rubia, demasiado hermosa y con cuerpo envidiable me guiñó el ojo cuando pasé a su lado. 

Me estremecí e instintivamente me acerqué más a Edward, que miraba mi reacción divertido. 

Un rubio se acercó a Edward. Tenía el cuerpo de un dios, sus pectorales se marcaban en su fina camisa y su rostro era digno de fotografiar. 

—Nos vemos después, guapo —le susurró a Edward y depositó un papelito en su mano. 

Después se alejó guiñándole el ojo con una sonrisa jodidamente sexy. 

El rostro de Edward no tenía precio, juro por mi perro que estaba a punto de gritar como niñita y salir corriendo. Comencé a reír y él me fulminó con la mirada. El karma es una perra. 

Finalmente, la señora loca dejó de caminar y nos ordenó entrar a una habitación. 

—Chicas los quiero listos en diez minutos —exigió y cerró la puerta. 

Hasta entonces me di cuenta que adentro de la habitación había algunas mujeres, que para mi suerte estaban vestidas. Las paredes aquí eran de algún extraño color fluorescente que iluminaba nuestros rostros tenuemente. 

Se acercaron a nosotros y comenzaron a despojarnos de nuestras ropas. 

Golpeé a una chica que intentaba sacarme la ropa interior, me miró enojada, su mirada penetrante bien pudo haberme desangrado; intimidada me encogí y ella siguió con su trabajo. 

Me sonrojé cuando estuve completamente desnuda frente a Edward y esas mujeres que ni siquiera conocía. Edward me miró, a pesar de la escasez de luz pude jurar que sus ojos se oscurecieron con la lujuria pintada en sus ojos. 

Le propiné un manotazo. 

—No empieces —mascullé enojada. 

Intenté cubrirme tanto como pude, pero era imposible, ya que además de estar esposada era improbable el poder cubrirme completamente solo con las manos. 

Una de las chicas se acercó y me extendió un conjunto. 

Cuando lo miré estuve segura que por mi rostro pasaron mil colores. Un conjunto de ropa interior de encaje descansaba en mis manos. Era hermoso. Pero algo que yo jamás usaría. El color negro transparente le daba un aire sobrio, elegante y sensual a la ropa, si es que a esa mierda se le puede llamar ropa, ya que no cubría nada. 

— ¿Necesita ayuda para ponérselo? —preguntó una de las chicas al ver que miraba fijamente el conjunto con miedo. 

—Uh…—carraspeé—, no… no, está bien… lo haré sola. 

Todos en la habitación me miraban expectantes, esperando que terminara de vestirme. Fulminé con la mirada a Edward que parecía casi entretenido con la situación. 

Me sonrojé. ¿Es que no podía tener privacidad ni siquiera para vestirme? 

—Umm… creen que… podrían… ¿dejarnos solos? —pregunté. 

Para este momento pensé que mi cara nunca regresaría a su color natural. 

Todas asintieron extrañadas por mi petición, ¡pero bueno! ¡Yo no era una modelo porno! Y estaba acostumbrada a vestirme en privado. 

— ¡Esperen! —gritó Edward. 

Una de las chicas se volvió y lo miró, esperando a que hablara. Su mirada lo recorrió con deseo antes de centrarse en su rostro. 

—Yo… ¿y mi ropa? —preguntó Edward incómodo y sonrojado. 

¿Edward sonrojado? 

Debí de haber traído una cámara. Esto no era algo que se veía todos los días. 

La chica esbozó una sonrisa burlona. 

—Tú no vas a usar ropa —dijo. 

Y salió por la puerta. 

Ambos estábamos en shock. ¡Diablos! ¡Maldito karma! ¿Qué hice para merecerme esto? 

Repentinamente recordé que estaba desnuda al lado de Edward que estaba en las mismas condiciones. Me puse mi ropa rápidamente, no quería que sucediera el mismo incidente dos veces. 

Edward dirigió su mirada hacia mí, después de soltar un suspiro apesadumbrado. 

Su boca y sus ojos se abrieron de sorpresa al verme con ese conjunto. Sus ojos me recorrieron el cuerpo y el verde esmeralda de sus ojos se congeló, brillando como gemas. Me estremecí, cuando me di cuenta que su erección comenzaba a despertar. 

¿Podía ser esto más incómodo? 

— ¡Ya! ¡Está todo listo! ¡Salgan a tomarse las fotos! —gritó la mujer loca que nos había arrastrado hasta aquí. 

Nos tomó de la mano y nos sacó de la habitación. 

Por suerte Edward había logrado envolverse en una sábana antes. 

Caminamos con la mirada de todos sobre nosotros. Nos llevaron a otra habitación. Estaba ambientada en lo que parecía ser un motel. La mesita de café, la cama con las sabanas revueltas y botellas de cerveza tiradas estratégicamente desordenadas sobre el piso… ropa estaba esparcida alrededor. 

Un gran sillón de piel en medio. 

La mujer me colocó unas medias de red y unas botas de tacón, todo negro. Me removí nerviosa. ¿En verdad íbamos a hacer esto? 

— ¡Oh! ¡Olvidé traer lubricante! —dijo y salió corriendo de la habitación. 

Mi boca se abrió. 

¿Lubricante? 

Es ahora o nunca. Miré a Edward que parecía estar pensando lo mismo que yo. Salimos de la habitación rápidamente. 

El pasillo estaba lleno de personas. 

Al parecer salir no iba a ser tan fácil como habíamos pensado. Una chica pelirroja, muy guapa, me miraba a la distancia. Desvié la mirada incómoda. 

Edward notó mi incomodidad y me miró intentando descifrar el porqué. Cuando entendió que era por la chica que me lanzaba miradas lascivas a la distancia, esbozó una sonrisa triunfante. 

Temblé al pensar en lo que se le había ocurrido. 

Con decisión comenzó a caminar. Cuando entendí que era directamente hacia esa chica pelirroja intente detener sus pasos, pero el ignoró mis intentos y siguió caminando, arrastrándome con él. 

—Por favor, Edward —supliqué en un susurro. 

—Es la única forma de que podamos salir de aquí —masculló bajo su aliento, sólo para mí. 

Solté un lastimero suspiro, en señal de rendición. 

Nos detuvimos frente a la pelirroja que esbozó una sonrisa coqueta en mi dirección, me removí incómoda. Me balanceé sobre mis pies y miré un punto fijo sobre su hombro desnudo y pálido. 

—Hola hermosa —dijo con voz ronca. 

Intenté reprimir mi mirada de horror, pero bueno, yo no estaba acostumbrada a que las chicas me llamaran "hermosa". 

Edward me miró feo. Solté un suspiro y le ofrecí mi mejor sonrisa de "quiero sexo" a la chica frente a mí. En seguida sus ojos se iluminaron, lujuriosos. 

—Escucha… hermosa —dije soltando con dificultad la última palabra—, estoy en un problema… necesito salir de aquí, ¿crees que podrías ayudarme? Te recompensaré. 

Imité la voz que usaban las chicas sexys los mejor que pude. Y creo que dio resultado ya que los labios carnosos de la pelirroja dibujaron una gran sonrisa. 

—Claro —dijo recorriéndome con la mirada. 

Me sentí como mercancía. 

¡Ugh! Todo sea por salir de aquí, me dije mentalmente. 

Caminó frente a nosotros indicándonos que la siguiéramos, contoneo sus caderas exageradamente al caminar y yo rodé los ojos, era toda una zorra, solo que no se acostaba con hombres precisamente… 

Abrió la puerta y el sol resplandeciente del día me impactó de lleno en el rostro. 

Sonreí y me volví hacia la chica que esperaba detrás de nosotros alguna recompensa o algo por el estilo, me estremecí al pensar en el tipo de recompensa que ella quería. Le ofrecí mi mejor sonrisa de disculpa. 

—Lo siento nos tenemos que ir. Pero a la próxima no confíes en extraños —le dije verdaderamente apenada. 

Sus ojos se encendieron de furia y estuve segura que estaba a punto de golpearme. 

— ¡Corre! —me dijo Edward. 

Ambos salimos de allí antes de que ella hiciera algo o que avisara a la señora loca que habíamos escapado. 

En cuanto estuvimos lo suficientemente lejos del local, nos detuvimos para respirar, ya que la carrera había acelerado nuestras respiraciones. 

Cuando mi respiración se normalizo miré a mí alrededor para intentar identificar en donde estábamos, ya que solo habíamos comenzado a correr sin percatarnos de la dirección que tomábamos. El sol veraniego quemaba mis hombros. 

Noté la mirada de todos sobre nosotros. 

Los hombres y mujeres nos miraban directamente con la boca y los ojos abiertos. Algunas mujeres que caminaban con sus hijos nos miraban enfadadas y les cubrían los ojos a los pequeños que nos miraban curiosos. 

Extrañada miré a Edward y entonces comprendí la razón. 

Edward aún estaba envuelto en la sábana y yo aún seguía con el conjunto de encaje negro-transparente, las medias de red y las botas largas de tacón negras, ¿es que acaso podía pasar algo peor…?

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