by - marzo 19, 2015

1

"Asesino a sangre fría"



Desde el momento en que abrí mis ojos y mi visión se tornó negra supe que algo malo sucedería.

Lo que había ocurrido se reprodujo como una película en mi cabeza.

Había acompañado a Sophie al centro comercial cuando ella había aparecido en el pórtico de mi casa y yo no me había podido negar. El ocaso se estaba poniendo y las sombras parecían tragarse todo. No quería que nada le sucediese mientras estaba fuera sola.

—Vamos, So. ¿Me dirás que ocurre contigo últimamente?— pregunté.

Me había sorprendido verla en mi puerta, la manera en que me evitaba en estos días me preocupaba. Algo pasaba con ella.

Me miró debajo de sus largas pestañas negras, casi con remordimiento.

—He estado un poco ocupada.

Retorció sus manos nerviosamente y miró por la calle, como si esperase a alguien aparecer.

Fruncí el ceño. En nuestra pequeña colonia acostumbrábamos a entrar a nuestros hogares antes de que las sombras alcanzaran a oscurecerlo todo, después de todo, no teníamos protección alguna. Los policías no perdían su tiempo en barrios bajos de Detroit. Las calles casi vacías me hicieron tensarme como acto reflejo.

—Sophie, no creo que sea bueno que sigamos. Mañana puedo acompañarte, ahora volvamos a casa.

Apreté mis manos en puños cuando una brillante camioneta negra dobló la esquina. Era demasiado costosa para frecuentar estos lugares. Sophie tomó mis manos entre las suyas cuando ésta estaciono a nuestro lado en la acera.

—Lo siento mucho Ally, no sabía que hacer— balbuceó.

Miré al hombre que bajó de la camioneta con lentes de sol, al igual que otros cinco. Los sollozos de Sophie eran cada vez más fuertes y su cuerpo temblaba.

Uno de ellos tomó a Sophie como si fuese una muñeca de trapo, atrapándola entre sus gruesos brazos, mientras ella me pedía perdón y balbuceaba algunas otras palabras que no llegué a entender. El hombre que había estado al volante exhaló con exasperación y clavó una jeringa en el cuello de Sophie, que inmediatamente cayó en brazos del primero.

Tragué con fuerza.

—Si no te mueves, no tendremos que noquearte con drogas— ofreció, como si estuviese siendo bondadoso.

Negué con la cabeza frenéticamente.

Eché a correr calle abajo. Podía escucharlos detrás de mí. Un peso sobre mi cuerpo me hizo caer con un golpe en mi cabeza que me aturdió, después algo perforó mi cuello y una neblina oscura me hundió.

Parpadeé. Concentrándome en el presente.

El silencio que me rodeaba era alarmante, demasiado sospechoso. Quizás los hombres que nos habían traído aún estaban por ahí en algún lugar. Tensé mis músculos y balanceé mi cuerpo, midiendo los daños en él; todos mis huesos parecían tan pesados como el plomo. Gemí de dolor cuando moví la cabeza. Finalmente me rendí a mis inútiles intentos y permanecí inmóvil, y a la espera de lo peor.

Abrí los ojos y forcé mi vista una vez más a enfocar mi entorno.

La pequeña habitación parecía abandonada y sucia. Fruncí el ceño cuando el olor putrefacto y húmedo de ésta se impregnó en mis fosas nasales; la basura parecía tener años tirada en aquel lugar. Estudié mi alrededor cuidadosamente. Probablemente en algún momento había sido un almacén de algún centro comercial, a juzgar por su aspecto. Ahora parecía que se vendría debajo de un momento a otro.

Un lloriqueo centro mi completa atención a la chica en el suelo a unos cuantos metros alejada de mí.

—Sophie— susurré con voz ronca.

Sus impresionantes ojos azules quedaron fijos sobre mí al escucharme llamarla y con una sonrisa tirando de las comisuras de sus labios luchó por ponerse de pie. Sus piernas temblorosas la obligaban a caminar hacia mí con exasperante lentitud. La droga que no suministraron debe haber sido muy fuerte. Quise levantarme para evitarle el esfuerzo, pero mis músculos parecían no querer cooperar.

Extendí un brazo hacia ella cuando estaba a escasos centímetros de distancia.

—Lo siento mucho Ally, todo se salió de control y yo no pude hacer otra cosa.

Fruncí el ceño y la miré.

— ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué estamos retenidas aquí?

El chapoteo de pasos sobre la apestosa agua residual de la bodega llamó mi atención. Los ojos de Sophie tenían un brillo desesperado ahora.

—Dime que me perdonas.

— ¿Por qué tendría que perdonarte? No has hecho nada contra mí, So.

Apretó las manos en puños y su mirada azul pintada con remordimiento cayó sobre mí.

—Por favor, Allison. Perdóname— rogó.

—Está bien… sí. Te perdono— murmuré desconcertada por su actitud.

Después… todo sucedió demasiado rápido.

Un chasquido resonó y después un escandaloso disparo ahogó cualquier sonido en el viejo almacén. Sollocé con fuerza cuando el cuerpo sin vida de Sophie cayó en un charco de sangre frente a mí.

Obligué mi cuerpo a arrastrarse los pocos centímetros hasta ella y hundí mi rostro en su cuello. Tomé su suéter color rosa fresa —su favorito— en puños y la zarandeé, esperando que se levantara. Nada sucedió.

El sonido de los pasos que en escasos minutos había llegado a odiar hicieron su camino hasta que sentí el arma presionando entre mis omóplatos.

Me erguí. Empujando mis hombros hacia atrás y obligando el arma a retroceder, en un silencioso desafío al asesino de mi mejor amiga. Luché por contener los hipidos y limpié las lágrimas que parecían no tener fin. Si moría hoy, lo haría con dignidad.

El arma presionó ahora mis sienes y el familiar clic del arma siendo cargada una vez más erizó los vellos de mi piel. Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando comprendí que realmente mi vida terminaría en unos segundos.

Volteé mi rostro, encarando al responsable de tantas desgracias en mi vida. Mantuve mis ojos fijos en el bulto enorme que el exceso de lágrimas me impedía ver con claridad y que cernía el arma firmemente contra mi frente. Unos segundos de tenso silencio transcurrieron antes de que dejara caer la mano con el arma a su costado.

Quité el exceso de lágrimas y lo miré con desconfianza.

Su mano derecha apretaba el arma en un puño, los músculos tensos y sobresalientes, decorados con líneas y formas extravagantes que corrían desde su muñeca hasta perderse debajo de su camiseta negra. Miré su brazo izquierdo, con iguales músculos firmes, pero libres de tatuajes. Su torso perfecto y definido se marcaba impecablemente a través de la fina camiseta. Un calor corrió por mi vientre bajo cuando mi mirada se atascó en la parte delantera —y apretada— de sus jeans. Era grande. El hombre estaba bien dotado.

Levanté la mirada a los ojos azules más impresionantes que había visto nunca. Si en algún momento había pensado que Sophie tenía los ojos azules más bonitos, me había equivocado.

—Este no es un lugar para niñas.

La voz baja y profunda me hizo temblar y odié empapar mis bragas por el asesino de mi mejor amiga.

—No es como si me hubieran dado alguna elección— ironicé.

Recordé a los hombres que nos habían drogado y forzado a entrar en la camioneta negra. La mirada fría del hombre-provoca-orgasmos me estudió detenidamente por unos minutos.

—Sal de aquí y regresa a casa, rubia— ordenó sobre su hombro mientras caminaba a la salida.

Lo seguí de cerca a través de la comida podrida esparcida en el suelo y las ratas escabulléndose entre nuestros pies. Me estremecí. Mientras más rápido olvidara todo esto, mejor. Me detuve a unos metros de la entrada y vacilé, sin saber su preguntarle era una buena idea. Al verlo por salir del almacén, grité:

— ¿Sabes en dónde estamos?

Se detuvo y me miró de reojo, gruñendo con rabia. No le gustaba a hombre-provoca-orgasmos, aparentemente.

—Londres, Inglaterra.

Sentí la sangre drenarse de mi rostro; exhalé el aire como si me hubiesen pateado. ¿Inglaterra? Bien, eso explicaba su acento quita bragas. La mirada del hombre-provoca-orgasmos permanecía sobre mí, sus labios se fruncieron con indecisión; cerró los ojos suspirando con exasperación y abandonó la bodega unos minutos después.

Temblé.

Estaba sola en Inglaterra. No tenía dinero para volver al continente Americano, mucho menos para llegar a Detroit. No había manera en el mundo que hiciera posible regresar a mi hogar. Caminé por la puerta, entrecerrando los ojos cuando la luz demasiado brillante del sol impactó contra ellos. Miré a hombre-provoca-orgasmos treparse sobre una motocicleta, los músculos de sus brazos y espalda tensándose. Mi entrepierna se mojó cuando las posibilidades corrieron por mi mente. Apreté mis muslos con fuerza y me balanceé.

La única manera de salir al menos de ese abandonado lugar —de apariencia demasiado peligrosa— era con él. Pero, no podía ir con él después de que mató a mi mejor amiga frente a mí y sin problemas, eso estaba mal de muchas maneras… mis opciones eran limitadas.

Me acerqué ligeramente a la motocicleta, él no me miró, la única señal de que era consiente de mi presencia fueron sus hombros tensándose.

—La mataste. Era mi mejor amiga.

Una nueva lágrima abandonó mi ojo izquierdo, parecía que nunca se detendrían. Él volvió la mirada fugazmente hacia mí y sus ojos indiferentes siguieron el camino mojado con la mirada, apretó las manos en fuertes puños, hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

Le enojaba que llorara, aunque realmente parecía que le molestaba todo sobre mí.

—Tenía que hacerlo, rubia— encendió el motor de la harley.

Hice una mueca. No hay otra manera de salir. Carraspeé con fuerza.

— ¿Crees… que podrías… llevarme a casa?—su cuerpo parecía tan tenso como una roca ahora, y temí que me mandara a la mierda—. Sé que no te agrado y tú acabas de matar a mi mejor amiga, por lo que tampoco eres de mi estimación… pero en verdad lo necesito.

Sentí nauseas por tener que pedirle que me ayudara. ¡Hace unas horas mató a mi mejor amiga a sangre fría!

Suspiró con irritación y lanzó un casco negro en mi dirección, obligándome a atraparlo antes de que golpeara directamente contra mi rostro. Su mandíbula se tensó con fuerza cuando me miró.

—Escucha, rubia. Tengo mucho por hacer. Unos cuántos encargos pendientes. Si estás dispuesta a esperar te llevaré a América cuando estén hechos. Tal vez en unas cuantas semanas.

Lo miré con desconfianza, pero, en realidad, no tenía otra opción para poder elegir.

— ¿Cómo sabes a dónde debo ir?

Apretó los manubrios de la motocicleta y me miró con fuego en sus ojos. Supe en ese momento que de algún modo lo estaba enfadado demasiado, estaba presionando su límite. Mantuve la boca cerrada y me moví incómodamente.

—Está bien. Acepto— dije rápidamente, antes de que acelerara sin mí.

Hombre-provoca-orgasmos soltó el aire con fuerza, como si intentara controlarse. Caray. Vaya mal genio que tenía, y no agradarle lo hacía aún peor. Me detuve a su lado, mirando la harley brillante que debió costarle unos cuantos miles de dólares, temí rayarla accidentalmente y que él me cobrara por ella.

Lo miré con curiosidad cuando recordé que no sabía su nombre. Seguir pensando en él como hombre-provoca-orgasmos no parecía una buena idea. Crucé los brazos frente a mis pechos y él me miró como si quisiera dispararme con la alucinante arma que cargaba.

—No me has dicho tu nombre— demandé.

La sonrisa arrogante y burlona curvando sus labios era estúpidamente atractiva, como también irritante. Fui yo la que quiso golpearlo ahora.

—Dean Sutton: asesino a sueldo. Un gusto.

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