Una pequeña galería de todas las imagenes de mis Fanfics y Originales. Creados por mí o regalo de otras hermosas personas para mí♥
One-Shot
TERMINADO
Cuando un grupo de adolescentes problemáticos fue aceptado en el Internado de Minnesota, nadie imaginó que resultarían ser los más difíciles de tratar. Así que, como castigo, el Director del Internado decide enviarlos al Instituto en vacaciones la mañana de Navidad, para limpiar cada rincón de este a fondo. La noticia no fue agradable cuando los seis se enteraron que debían trabajar juntos, dado que la desconfianza es uno de los factores principales en sus personalidades. Cuando el autobús que los transporta queda atrapado por el exceso de nieve… con mentes tan agresivas, el año nuevo puede resultar ser bastante interesante.
Mantuve mi mirada acusadora sobre Edward.
Hasta que en su rostro comenzó a formarse una gran sonrisa. Tenía una idea. Me estremecí. Las ideas de Edward no eran muy buenas y siempre me implicaban a mí haciendo el ridículo.
Salí de mi letargo cuando sentí que golpeaba ligeramente mi brazo, llamando mi atención. Cuando volví mi mirada hacia él, con un movimiento de cabeza señaló al oficial a cargo de nosotros que llenaba el papeleo necesario para ingresarnos dentro de nuestra celda.
¿Seducirlo? ¿A un oficial viejo y gordo? ¿No era eso ilegal?
Edward suspiró con impaciencia y me empujó ligeramente hacia adelante, alentándome a seguir el plan para salir de aquí.
Bufé.
Resignada me acerqué al oficial. Haría todo por evitar ir a esa sucia y maloliente celda.
Me recargué en el escritorio a su lado casualmente y lo miré pestañeando como una posesa, eso siempre funcionaba en las películas, ¿no?
Me miró fijamente durante unos minutos.
— ¿Te sientes bien, niña?
Asentí sonriendo. Su mirada irritada sobre mí me alertó que el plan no estaba funcionando.
—Entonces, ¿le pasa algo a tu ojo? ¿Tienes un tic o algo parecido? —preguntó confundido.
Reprimí una mirada que demostrara lo ofendida que me sentía por sus conjeturas.
—No —respondí tajante.
— ¡Ah! Menos mal —susurró, volviendo la vista a los papeles frente a él.
Le di la espalda indignada.
Edward luchaba por reprimir una sonrisa, pero su cuerpo se sacudía constantemente delatando sus vanos intentos. Se recompuso rápidamente al ver mi expresión.
"Sigue intentando" articuló con los labios.
Me lamenté internamente al saber que era la única opción que teníamos para salir.
—Entren a la celda —ordenó el oficial en ese momento.
Indicó el lugar en donde otro oficial ya esperaba, listo para cerrar con llave en cuanto estuviéramos dentro.
Meneé las caderas al caminar en mi último intento por ser libre. Edward caminaba frente a mí, ajeno al show que estaba dando, agradecí ese hecho.
—Jovencita —escuché la voz fuerte del oficial detrás de mí.
Detuve mis pasos, al igual que Edward, esperanzada porque mi vergonzoso intento por salir hubiera funcionado.
—Deje de caminar de ese modo —continuó—, puede caerse, esto no es un juego, parece un pingüino cojo —me reprendió enojado.
Resoplé con fuerza y me crucé de brazos, fulminando al policía con la mirada; después, con la poca dignidad que me quedaba, entré a la celda, lanzando maldiciones por lo bajo.
Edward, que había escuchado solo una parte de las palabras del oficial, tenía una pequeña sonrisa burlona pintada en sus labios.
El segundo oficial cerró la celda con llave y después regresó perezosamente a su puesto en la entrada de la comisaría, rascó su trasero y bostezó. Fruncí la nariz con asco. Edward miró a nuestro alrededor, ideando otra forma de salir, unos minutos más tarde regresó su mirada hacia mí.
—Bueno… ya que probamos que no eres buena seduciendo hombres —dijo enfatizando la última palabra, recordándome que si había funcionado con la pelirroja del local porno.
—No me provoques Cullen —gruñí enfadada, interrumpiéndolo.
Levantó ambas manos en señal de rendición.
¡Pero vamos! ¡Que no era mi culpa que ese oficial decidiera mantener abstinencia sexual!
— ¡Tranquila! Después de todo el arte de la seducción no es lo tuyo… al menos, no en hombres…
—Cullen… —advertí, lanzándole una mirada envenenada.
—Está bien, está bien… —dijo y después suspiró intentando serenarse— aun así, tengo un plan para salir de aquí.
Y aquí vamos otra vez…
Uno. Dos.
Empuja.
Uno. Dos.
Empuja.
Gemí de dolor cuando sentí que empujó con demasiada fuerza.
—Con más cuidado —gruñí.
—Lo siento.
—No debí comer esos pastelitos —me lamenté.
—No, no debiste —me dio la razón Edward, con voz jadeante.
Gruñí otra vez.
Y aquí estaba yo. Edward y sus grandes ideas. Intentábamos escapar por la ventana que estaba unos cuantos metros sobre el suelo, pero gracias a mi baja estatura yo debía salir primero. Para que de ese modo Edward pudiera ayudarme a alcanzar la ventana… era una idea brillante… hasta que mis caderas quedaron atascadas.
Ahora Edward intentaba ayudarme a salir antes del amanecer o el plan se iría a la basura.
De algún modo esto me parecía casi predecible… empezaba a acostumbrarme a que cosas como estas me pasaran, después de todo, estando con Edward… todo podía pasar, ¿acaso no había ya suficientes pruebas de ello?
— ¡¿Que está pasando aquí?!
Escuché unos pesados pasos acercarse.
—Mierda —soltó Edward por lo bajo.
— ¿Dónde está tu compañera de celda, chico? —escuché a la voz del oficial preguntar.
— ¡Oh! Ella… ¡está en el baño! —contestó Edward apresuradamente.
— ¿Y qué es eso detrás de ti?
— ¿Esto? —sentí una palmaditas en mi trasero—. Uh… pues… al parecer sellaron la ventana, solo mire esta cosa.
Un tenso silencio inundó la estancia por unos minutos.
—Más te vale que sea cierto, niño —murmuró el oficial con voz contenida.
Y una vez más escuché sus pasos ruidosos y estrepitosos cuando se marchó para verificar que Edward no estuviera mintiendo.
Sentí a Edward quedarse congelado, con su mano aún sobre mi trasero, me removí para quitármela de encima, acto seguido sentí a Edward reaccionar y empujar mi trasero con fuerza.
— ¡Apresúrate! —murmuró Edward alterado—. Soy muy joven para morir.
Lo ayudé ejerciendo fuerza con mis brazos para intentar apurar el proceso y poder salir más rápido, no había demasiados progresos.
—Me encerrarán toda mi vida —lloriqueó Edward, al ver que nuestros intentos por sacarme eran vanos.
—Cierra la boca Cullen. Me pones nerviosa, pareces una niñita asustada —gruñí, enojada.
Y por algún milagro, con un último empujón y esfuerzo de mi parte, logré ser libre. Solté un profundo suspiro de alivio.
— ¡Ese niño! ¡Ya verá! Esto no se va a quedar así… —escuché que decía una enfadada voz acompañada por unos ahora conocidos pasos.
Al parecer el policía ya había descubierto nuestro complot.
Comencé a temblar.
¡Íbamos a morir! ¡Me quedaría en esta apestosa celda hasta que tuviera canas! ¡Oh, no! ¡Ahora no podría ponerme siliconas! ¡Y nunca tendría un orgasmo! ¡Jamás violaría a Matt Bomer como tenía planeado — ¿a quién le importaban sus preferencias sexuales?—! ¡Ni le reclamaría a Renée que tuve pesadillas dos meses por verla con bikini! Todo un trauma en mi vida…
—Muévete —me urgió Edward que estaba luchando por salir por la ventana.
Reaccioné y lo ayudé a salir jalando de su brazo.
Casi me sentí mareada a causa del alivio que sentí al ver que había logrado salir antes de que el policía llegara a la celda.
— ¡Vamos! ¡No hay tiempo! —instó Edward.
Corrimos hacia una esquina de la cárcel que estaba solo a unos metros de distancia, en donde era fácil salir, ya que la pared de la barda que nos impedía salir al mundo exterior estaba demasiado deteriorada y era fácil escalarla.
Lo hicimos en tiempo record y solo unos segundos más tarde estábamos fuera de la cárcel.
Reconocí la calle al instante, había estado cerca de aquí muchas veces.
—Estamos demasiado lejos de nuestros departamentos —dijo Edward con la respiración entrecortada, a causa de nuestra carrera.
—Ven, sé a dónde podemos ir —dije tirando de él.
Me siguió sin poner resistencia, aunque no creo que haya tenido otra opción. Pasamos las ya conocidas calles por las que yo constantemente caminaba, y que casi un mes no pisaba, sonreí al ver el familiar edificio color ladrillo, que se dividía en compartimentos interiormente, su altura suficiente para la capacidad de once pisos.
Entré con Edward a mi lado, mirando todo con curiosidad y lanzándome miradas constantemente, tal vez se preguntaba por qué estas calles me ponían de repentino buen humor, creo que no había dejado de sonreír desde que había reconocido las calles en las que estábamos.
—Vamos al departamento de mi novio, Jacob Black —expliqué, intentando evadir su mirada inquisitiva.
Presioné el botón para poder tomar el elevador.
La comprensión apareció en su rostro, que repentinamente se ensombreció y después de asentir en mi dirección se mantuvo en silencio, evitando mirarme.
El elevador se abrió y las personas bajaron, nos tocaba ir a Edward y a mí solos en él.
Sentí como la incomodidad inundaba el ambiente, aunque hace solo 24 horas yo estaba acostumbrada a ese tipo de sensación con Edward, ahora me parecía un recuerdo muy lejano e incomprensiblemente me preocupó que Edward se hubiese enojado conmigo, después de todo lo que habíamos pasado en este tiempo juntos, realmente lo comenzaba a considerar un amigo.
—No te preocupes Edward. Mi prima vive en el departamento de enfrente, te la puedo presentar, su nombre es Leah Clearwater y creo que se podrían llevar bien —dije sugerentemente acompañado de un movimiento sugestivo de cejas.
Edward sonrió forzadamente y asintió, pero después volvió a su estado de mutismo, ignorándome y evitándome el resto del camino al departamento de Jacob. El aire se sintió tenso entre nosotros y podía apostar que se escucharía el caer de un alfiler en ese momento.
Suspiré.
El elevador se detuvo en el sexto piso y ambos bajamos.
Todo el pasillo me llenaba de una placentera sensación de familiaridad que hacía tiempo que no sentía. Sonreí para mí y seguí caminando; Edward me seguía en silencio, con la mirada baja y evitándome aún, aparentemente perdido en sus pensamientos.
Vislumbré la puerta del departamento de Jacob y el de Leah que estaba justo frente al de mi novio. Contuve la respiración cuando bajos gemidos resonaron abiertamente a través de las delgadas paredes de los apartamentos.
Fruncí el ceño.
Tomé la llave que Jacob me había dado, siempre la llevaba conmigo.
Coloqué la llave en la hendidura y le di la vuelta, escuchando el silencioso click al abrir la puerta. El volumen de los gemidos aumentó —si es que era posible—, un par de respiraciones entrecortadas se mezclaban entre sí.
Solo tuve que dar unos cuantos pasos para poder encontrar la procedencia.
Jacob estaba acostado en el sofá con Leah montándolo, sus grandes manos estaban en las caderas de mi prima que subía y bajaba salvajemente sobre él.
El sonido de la puerta cerrándose con fuerza los hizo reaccionar y ambos volvieron la mirada, me tomó unos minutos darme cuenta que había sido yo la que había cerrado la puerta con la fuerza suficiente para llamar su atención.
Jacob se levantó rápidamente tirando a Leah con un golpe sordo en el proceso.
Pequeñas lágrimas comenzaban a caer por mi rostro.
Mi llanto aumento cuando la sábana que cubría las partes íntimas de Jacob cayó a sus pies y su diminutamente minúsculo miembro quedó a mi vista, ¡no puedo creer que haya perdido mi tiempo con él y su microscópico miembro! Me lamenté mentalmente.
Antes de que pudiera darme cuenta, Jacob estaba en el suelo con posiblemente la nariz rota y Edward estaba erguido en toda su altura frente a él con la mano cerrada en puño, su otra mano me sostenía de la cadera. Casi no noté el tirón incómodo de las esposas.
Mi llanto se detuvo unos segundos, pero solo bastó una mirada al pequeñísimo miembro de Jacob para volver a llorar desconsoladamente, ¡qué pérdida de tiempo! Lloriqueé en mi mente.
Creo que ahora que no tenía razones para estar en Inglaterra podía pedirle a Edward que saliéramos a buscar a Alice. Comenzaba un viaje muy largo que prometía demasiados problemas… pero me arriesgaría, después de todo… ¿qué es lo peor que puede pasar?
Se hizo un silencio sepulcral a nuestro alrededor mientras todos nos miraban con la boca abierta y unos minutos después todo estallo en chillidos de emoción.
La gente se comenzó a arremolinar a nuestro alrededor.
— ¡Ustedes son los mejores actores porno de la historia! —gritó una chica.
— ¡Son mis ídolos! —chilló otra.
— ¿Podrías autografiar mi trasero? —dijo un chico mirándome entusiasmado, entregándome un plumón permanente color negro.
No estaba segura de que expresión tenía porque Edward comenzó a reírse disimuladamente.
Le propiné un manotazo y lo fulminé con la mirada.
¿Qué era lo gracioso de esto? Todos me confundían con una jodida modelo porno… no sabía si sentirme halagada o indignada, todo era muy extraño, ¿tan difícil era darse cuenta que yo no era una maldita modelo porno?
Bufé.
—Anda Bella, firma el lindo trasero del chico, no quieres que se desilusione, ¿o sí? —preguntó Edward, divertido.
Miré al chico e inevitablemente mi mirada recayó en su trasero, ¡ugh! ¡Qué asco! ¿Era posible tener el trasero tan feo? Al parecer sí. Hice un gesto de desagrado pero la mirada de entusiasmo que iluminaba el rostro del chico me impidió negarme… estaba por firmar su trasero cuando la voz de una persona mayor me interrumpió abruptamente.
Disimuladamente solté un suspiro de alivio.
Levanté la mirada para encontrarme con una ancianita frente a nosotros, pensé que nos reprendería por el revuelo que estábamos armando… pero perdí todas mis esperanzas cuando noté la forma embelesada en que miraba a Edward.
Ahogué una risa disimulándola con un repentino ataque de tos falsa.
Edward me fulminó con la mirada al notar lo mismo que yo y después desvió su mirada hacia la ancianita, mirándola nerviosamente. Adiviné que en su mente ya estaba maquinando la mejor manera de deshacerse de ella.
La mujer lo miró con una sonrisa.
—Eres mi ídolo muchacho, si te hubiera conocido unos cuantos años antes, no te me habrías escapado —dijo guiñándole un ojo
¿Acaso esa ancianita estaba coqueteando con Edward?
Esta vez no pude detener la estruendosa carcajada que se escapó de mis labios. La mujer anciana me miró como si me hubiese vuelto loca y yo sonreí.
—Lo siento señora —me disculpé—, pero es que usted no sabe la suerte que él habría tenido de estar con usted, es toda una desgracia que no haya sucedido —murmuré con mi mejor gesto de lástima.
La anciana me miró con una sonrisa y después asintió.
—Tienes razón querida, este muchacho se habría ganado la lotería conmigo —dijo examinándome de pies a cabeza—, pero tú eres todo un encanto —continuó, apretando mis mejillas—. Me quedo tranquila con que ustedes estén juntos.
Abrí la boca lista para rebatir sus palabras, pero ella inmediatamente se volvió hacia Edward, mirándolo con adoración.
— ¡Pero vamos, chico! ¡Debes darme tu autógrafo! Mis nietas no van a creer que te vi —exclamó extendiendo un plumón en su dirección.
Edward lo tomó vacilante.
Mis ojos se abrieron como platos cuando me percaté de que la anciana planeaba levantar su blusa para que Edward firmara su espalda y estuve segura que por un momento el rostro de Edward se tornó de color verde.
Cerré mis ojos, esperando poder evitarme un futuro trauma.
— ¿Que está pasando aquí? —pregunto un oficial, examinando la escena frente a él.
Edward estaba blanco como un fantasma, mirando con una mueca la espalda descubierta de la ancianita que esperaba impaciente que la autografiara y estoy segura que mi mueca de asco tampoco le pasó desapercibida al oficial que nos miraba enarcando una ceja.
— ¡Comiencen a caminar! ¡No quiero ver a nadie merodeando por aquí! ¡Todos desaparezcan de mi vista! —ordenó con voz firme.
Unos minutos más tarde el área estaba despejada, solo la ancianita y el chico del trasero seguían a nuestro lado.
El policía los miró con gesto severo.
—He dicho todos —dijo mirándolos fijamente y enfatizando la última palabra.
—Ahora ya nadie respeta a los mayores —murmuró la ancianita bufando y alejándose de nuestro lado.
El chico solo me guiñó un ojo y salió corriendo del lugar.
Cobarde.
Tragué saliva pesadamente cuando noté la forma en que el oficial nos miraba, Edward a mi lado seguía sin reaccionar, dudaba mucho que supiera que estábamos a punto de ser arrestados.
— ¿Porque están esposados? —preguntó el oficial con el ceño fruncido.
—Uh… pues… mi amiga y hermana de él —dije señalando a Edward—, nos esposó porque cree que debemos aprender a llevarnos bien —terminé nerviosamente.
El oficial esbozó una sonrisa divertida y yo contuve un bufido.
¿Por qué a todos les parecía graciosa nuestra situación? ¡No lo era! Y si lo pensaban era porque nunca habían sido esposados a la fuerza.
—Supongo que está bien —dijo el policía con un matiz de diversión en su voz—, solo les advierto que no hagan tanto alboroto —murmuró dándose la vuelta para marcharse—. ¡Oh! Y por cierto… les aconsejo que se pongan algo de ropa —dijo recorriéndonos con la mirada, para después negar divertido—. Los chicos de ahora —murmuró.
En cuanto el oficial despareció de mi campo visual solté un suspiro de alivio y me apresuré a salir de ese lugar antes de que la gente se aglomerara a nuestro alrededor otra vez… o eso intenté, ya que una vez más impacte contra el cuerpo de Edward al haber olvidado que estaba esposada.
Gruñí con frustración.
— ¿Edward? —dije, intentando hacerlo reaccionar.
—Ella… arrugada… piel… —balbuceó incoherentemente, señalando el lugar por el que se había marchado la ancianita.
Palmeé su brazo en un gesto de comprensión mientras lo miraba con lástima.
—Lo sé, lo sé —le apacigüé—, pero tenemos que irnos Edward, o es posible que regrese —dije, echando una ojeada a mí alrededor y soltando un suspiro de alivio cuando no la encontré cerca.
Pareció que salió de su estado de estupor con mis palabras, ya que, tomándome del brazo, tiro de mí para que comenzara a caminar. Lo seguí sin oponerme, no quería encontrarme otra vez con el chico trasero. Me estremecí solo de recordarlo.
Caminamos rápidamente hasta llegar al departamento de Edward.
Por alguna razón sentía que el extraño acontecimiento que acabábamos de vivir en la plaza había sellado un acuerdo de paz temporal, al menos mientras siguiéramos esposados.
En cuanto llegamos ambos buscamos ropa decente para ponernos.
Tomé una blusa rojo sangre y unos jeans ajustados color negro, después de todo ya no saldríamos el día de hoy, o eso pensé. Ambos seguimos la rutina, dándonos la espalda mutuamente y vistiéndonos.
— ¿Te gustaría salir un rato? —preguntó Edward, vacilante.
Lo miré extrañada. ¿Edward invitándome a salir? Tal vez solo daríamos una vuelta, pero… era Edward.
—Si no quieres está bien, solo era una proposición para distraernos un rato —murmuró rápidamente al no recibir una respuesta inmediata de mi parte.
—No… creo que, sería bueno salir —rebatí, aún aturdida por sus palabras.
—Sé el lugar perfecto al que podemos ir —dijo sonriendo y por un momento me perdí mirándolo, su sonrisa era hermosa… sacudí la cabeza ordenando mis pensamientos, yo no podía pensar que la sonrisa de Edward era hermosa, tal vez aún estaba afectada por lo sucedido hace algunas horas.
Tuvimos que tomar un taxi para poder llegar al misterioso lugar que me quería mostrar Edward.
Cuando bajamos del auto estábamos frente a un casino.
Lo miré con el ceño fruncido y él simplemente se encogió de hombros y me arrastró dentro. Fue fácil entrar, a pesar de que era un lugar con clase nosotros éramos reconocidos por la gran cantidad de dinero que poseían nuestros padres.
La gente dentro del lugar parecía sacada de alguna película de crímenes, con sus trajes caros y posturas perfectas; las mujeres como acompañantes llevando vestidos largos y caros que moldeaban sus figuras, maquillajes y peinados perfectos, al igual que el resto de ellas. Las mesas estaban llenas mientras las apuestas aumentaban y la mirada de concentración en los hombres permanecía fija en el fajo de billetes como meta final.
Edward rápidamente se dirigió a la ruleta y arrojó un fajo grande de billetes… no quise saber la cantidad, estaba segura de que esto nos metería en problemas… pero era para poder arreglar las cosas con Edward y poder llevarnos mejor. Dejó caer los dados con desinterés. La ruleta giraba rápidamente, volviéndose borrosa momentáneamente.
Edward recibió una gran cantidad de dinero a cambio y con una sonrisa lo tomó entre sus manos.
—Vamos Bella —me apremió al ver que no me movía a causa de la sorpresa y depositó los dados entre mis manos.
Lo miré con el terror pintado en mi rostro.
—Edward… no…
—No importa, anda, inténtalo —me animó, con una sonrisa tranquilizadora.
Asentí vacilante y cerrando los ojos lance los dados, rogando internamente por no hacer perder mucho dinero a Edward.
La ruleta giro con desesperante lentitud, mis nervios aumentaban conforme disminuía la velocidad hasta que finalmente se detuvo. Me giré hacia Edward inmediatamente.
—Lo lamento, yo no quería…
— ¿De qué hablas? ¡Has ganado más dinero que yo! —exclamó, interrumpiendo mis disculpas.
Lo miré confundida y después regresé mi mirada a la ruleta, en donde los números indicaban que, efectivamente, había ganado la apuesta.
Sonreí ampliamente.
—Sigamos jugando —dije, con una sonrisa presuntuosa.
Él sonrió en respuesta, negando ligeramente y otro fajo de billetes fue apostado.
El tiempo se pasó rápido mientras me concentraba en las apuestas y el juego que estaba siendo ejecutado… hasta que un estruendo nos tomó desprevenidos y el ambiente fue roto con las personas corriendo de un lado a otro intentando escapar.
Miré alrededor con el ceño fruncido.
Hasta que noté que las personas salían rápidamente por una puerta trasera que estaba prácticamente escondida, cargando las bolsas de dinero que habían logrado ganar…
Edward y yo reaccionamos y tomamos el dinero rápidamente dirigiéndonos a la puerta por la que todos salían, solo quedaban pocas personas dentro del lugar que buscaban desesperadamente alguna salida en el casino, no lograba entender que era lo que sucedía… hasta que sentí que mi mano que estaba esposada con Edward era jalada con brusquedad.
Volví la vista para encontrarme con un hombre de traje negro flanqueado por cuatro hombres más con pistolas en sus manos, fruncí el ceño confundida…
—FBI, están arrestados por apuestas ilegales de dinero —dijo con voz firme, mostrando su placa que verificaba su empleo.
Bufé y crucé mis brazos sobre mi pecho.
Fulminé a Edward con la mirada y él me miró con gesto de disculpa.
Genial… más problemas.
Caminé silenciosamente al lado de Edward.
Ni siquiera la calle atestada de gente a nuestro alrededor, riendo y hablando —ocasionalmente lanzándonos miradas de curiosidad y diversión—, lograban romper el incómodo silencio que nos rodeaba y se había formado desde el incidente en el baño. Había pasado una semana con un día y en ese jodido tiempo, Edward no me había dirigido ni una sola mirada. A pesar de estar al lado parecía que estábamos más lejos de lo que nunca habíamos estado.
Me sentía culpable y en cierto punto, lo extrañaba. Es decir, no nos llevábamos bien —nunca lo habíamos hecho—, pero era divertido pelear con él, prefería otra de sus estúpidas peleas en donde disputábamos por cada pequeña cosa que se nos presentaba, a que me ignorara como lo había hecho en este tiempo.
Pero no era mi culpa, ¿cierto? Yo no había sido la que había tenido un momento de hormonas revolucionadas, así que, ¿porque debía ser yo la que tenía que pedir disculpas? ¿No tenías las hormonas revolucionadas? Quisiera saber lo que es para ti tenerlas revolucionadas entonces. Gruñí. Quizás si tenía algo de culpa y si a eso sumaba nuestra disputa después del incidente…
*Flashback*
Su mirada cambió en un parpadeo y rápidamente pasó de la excitación al enojo, la sombra de una tercera emoción cruzó tan rápido que no tuve la oportunidad de reconocerla… ¡genial! Como si necesitara que me odiara más.
Se apartó con brusquedad y rapidez envidiables, repentinamente sin atisbo de excitación mientras yo aún jadeaba por aire. Aunque aún estaba cerca de mí, ya que las esposas no le permitían alejarse más, su mirada fría y enojada me hizo estremecer.
— ¿Está mal? —gritó enojado—. ¿Por qué no lo dijiste antes? ¿Por qué hasta ahora decides ser la niña correcta y con moral?
Sus palabras encendieron mi furia, siempre parecía saber presionar mis botones de la manera correcta, que me gritara y además, que insinuara que yo era una cualquiera sin moral ni ética, había logrado encolerizarme.
— ¿La niña correcta y con moral? —inquirí—. ¿Qué pasa contigo niño de papi? ¿Nunca te habían rechazado y por eso estás tan empeñado en terminar? Creo que aquí el único sin ética y moral eres tú.
Su boca se abrió, sus ojos flamearon con furia y sus puños se cerraron con fuerza.
— ¡Yo no fui el que se quitó la ropa! —gritó.
Me sonrojé furiosamente, está bien, él había ganado esta pelea por mucho; debo de tener muy presente que estoy esposada para evitar problemas como estos.
— ¡No recordaba que tú estabas aquí! ¡Jamás haría eso contigo aquí! —emití un profundo suspiro—. Debemos evitar las peleas al menos por estos dos meses —dije intentando sonar calmada y diplomática—, así que solo vamos a olvidar lo que pasó y vamos a seguir, te prometo que esto no se repetirá nunca más.
Me observó fijamente a los ojos por unos cuantos minutos, su mirada intensa y examinante y comenzaba a ponerme nerviosa, finalmente aparto la mirada. Mis palabras, de alguna manera, parecieron ser las más inadecuadas cuando su mandíbula se tensó con más fuerza que antes.
—Bien —contestó secamente—. Eso… es perfecto.
Permaneció en silencio, con los brazos cruzados sobre su desnudo pecho y la mirada fría, distante y enojada.
*Fin flashback*
La situación me exaltaba.
Así que había estado buscando alguna manera para liberarnos, mi mente maquinando distintas opciones hasta que se me ocurrió ir a una tienda en la que vendían material para policías, mi brillante plan tampoco pareció entusiasmar demasiado a Edward.
Ahora estábamos caminando hacia la dichosa tienda en busca de unas llaves para poder abrir las jodidas esposas y ser libres. Esperaba que funcionara, porque yo ya no podía soportar más seguir con esta situación, y el silencio de Edward solo lo empeoraba todo. Me sentía sorprendentemente culpable y no podía encontrar la razón, ¿tal vez de algún modo en verdad había enfadado a Edward esta vez? ¿Y si nunca más me perdonaba?
La tienda apareció en mi campo visual y casi me pareció el mismo paraíso, el solo pensar que en unos minutos más sería libre me hizo saltar de alegría. No más problemas ni culpas sin sentido.
Apresuré mi paso con Edward detrás.
Entramos al pequeño local llamado Bullet, en donde había todo tipo de accesorios especiales para policías o militares, esperaba que nos pudieran ayudar y no tuvieran alguna regla estúpida sobre solo vender a las personas que ejercieran esa profesión o que exigieran que tuviéramos un permiso, aunque sabía que lo más probable es que eso es lo que dirían. Era el momento de hacer uso de nuestra importancia en América del Norte.
Un hombre estaba parado detrás del mostrador con expresión aburrida; calculé que tendría más de treinta, su cabello café dorado y ojos azules lo hacían llamativo, atractivo. Habría sido todo un éxito con las chicas en la Universidad, probablemente.
Nos acercamos e inmediatamente levantó la vista. Nos miró curioso, apuesto a que se preguntaba qué era lo que hacíamos en un lugar como ese.
Nos estudió con la mirada, deteniéndose unos minutos en el casi extinto chupetón en mi cuello y cuando se posó en nuestras manos unidas por las esposas, una sonrisa divertida se dibujó en su rostro.
Bufé.
—Bienvenidos a Bullet, en qué puedo ayudarlos —dijo con voz jovial.
Lo fulminé con la mirada, adiós a su apariencia agraciada, quería arrancarle los ojos.
—Buscamos llaves para esposas —dijo Edward con voz paciente.
—Vinieron al lugar correcto.
Su sonrisa burlona me estaba irritando, si no la borraba ya, me encargaría yo de hacerlo.
—Necesito ver las esposas para poder encontrar las posibles llaves que pueden abrirlas —instó.
Edward levantó nuestras manos, dejándolas a la vista del hombre. Examinó las esposas con el ceño fruncido y su sonrisa burlona se borró, sustituyéndose por una de admiración. ¡Genial! ¿Y ahora qué?
— ¿Pasa algo malo? —pregunté entre curiosa e irritada.
—Hace años que no veía esposas como estas —mustió.
— ¿Eh? —preguntamos Edward y yo, confusos.
—Éstas son esposas muy antiguas, tenía entendido que solo existen dos pares, una está en un museo y la otra la venden a un alto precio. Debieron de costarles una fortuna —dijo sorprendido, su voz ascendió unas octavas por la excitación—. No podrán abrirlas ni romperlas, eso es lo que las hace especiales y de ahí su alto precio; son muy fuertes y resistentes, la única forma de que las abran es con las llaves originales, jamás lo conseguirán de otra forma.
¿Qué mierda había hecho Alice?
¿Había comprado una carísimas esposas solo para que no lográramos liberarnos? Está bien, tengo que aceptarlo, eso suena muy Alice.
Pero el problema era que eso extinguía todas mis posibilidades de ser libre y poder disfrutar del resto de mis vacaciones, lo peor era que ya no podía soportar pasar más tiempo al lado de Edward, no si él seguía ignorándome. Y las peleas entre nosotros lograrían que sufriera de una crisis nerviosa al final del verano.
La situación era realmente frustrante, ¿en qué diablos nos había metido Alice? ¿Y cuándo había comprado las esposas? Debe de haber pensado en hacernos esto desde hace tiempo, porque no creo que le haya sido fácil comprar estas antiguas y costosas esposas. ¿Lo había planeado? Jodidamente la mataría cuando la viera de nuevo.
Es una suerte que nuestras familias sean importantes y el dinero nos sobre, o si no, posiblemente Alice estaría en muchos problemas.
Bufé. Toda esta situación me sobrepasaba, era más de lo que yo podía soportar.
Levanté la mirada y por primera vez en una semana, mi mirada se encontró con la de Edward, que lucía torturado por la noticia e igual de irritado que yo. Sus ojos examinando los míos de igual manera. Me sentí herida. ¿Tan malo era estar conmigo? ¿Ni siquiera podía soportar el pasar las siete semanas que faltaban?
Estas semanas iban a ser realmente largas...
Mientras caminábamos de regreso al departamento —ya que no podíamos usar auto hasta poder quitarnos las esposas—, decidí intentar arreglar la situación con Edward. Si íbamos a pasar tanto tiempo juntos, al menos deberíamos de intentar llevarnos bien, ¿no?
—Mmm... Edward... yo...
— ¡Aquí están! —dijo una mujer mirándonos enfadada.
Edward y yo nos miramos confundidos, ¿nos hablaba a nosotros?
—No intenten hacerse los inocentes, esta vez no les perdono que hayan llegado tarde —suspiró ruidosamente—. Más les vale que se les haya ocurrido una muy buena idea o los despediré inmediatamente, pueden hacer maravillas, pero su irresponsabilidad anula cualquier otro talento.
Nos miró y repentinamente su mirada viajó hasta las esposas que nos mantenían unidos. Su expresión se iluminó.
—Esposas... —murmuró pensativa— una muy buena idea. —Nos felicitó con una amplia sonrisa.
La miramos como si estuviera loca, lo que tal vez era cierto.
—Las fotografías serán un éxito, ¿qué revista porno había sacado eso antes? ¡Ninguna! Es muy original y sin duda muy excitante y erótico —exclamó maravillada—. ¡Corran, vayan a cambiarse!
Nos empujó dentro de un local sin dejarnos hablar.
¿Revista porno? pensé escandalizada.
La mujer nos empujó hasta estar dentro de ese local.
Miré aterrorizada a Edward que parecía estar en estado de shock. ¿Cómo diablos nos habíamos metido en esto? Ahora debíamos encontrar una forma de escapar sin que la señora loca se diera cuenta.
— ¡Apresúrense! —ordenó.
Nos guío hasta un pequeño pasillo. Había muchas personas dentro del local.
Las paredes eran de un suave color canela y la iluminación demasiado chocante, era similar a la de los antros. Luces de neón y ropa de cuero brillaban por doquier. Mujeres y hombres con poca ropa desfilaban con naturalidad a nuestro alrededor. Me sonrojé furiosamente. Jamás había estado en una situación como esta. Caminamos por el pasillo, una chica rubia, demasiado hermosa y con cuerpo envidiable me guiñó el ojo cuando pasé a su lado.
Me estremecí e instintivamente me acerqué más a Edward, que miraba mi reacción divertido.
Un rubio se acercó a Edward. Tenía el cuerpo de un dios, sus pectorales se marcaban en su fina camisa y su rostro era digno de fotografiar.
—Nos vemos después, guapo —le susurró a Edward y depositó un papelito en su mano.
Después se alejó guiñándole el ojo con una sonrisa jodidamente sexy.
El rostro de Edward no tenía precio, juro por mi perro que estaba a punto de gritar como niñita y salir corriendo. Comencé a reír y él me fulminó con la mirada. El karma es una perra.
Finalmente, la señora loca dejó de caminar y nos ordenó entrar a una habitación.
—Chicas los quiero listos en diez minutos —exigió y cerró la puerta.
Hasta entonces me di cuenta que adentro de la habitación había algunas mujeres, que para mi suerte estaban vestidas. Las paredes aquí eran de algún extraño color fluorescente que iluminaba nuestros rostros tenuemente.
Se acercaron a nosotros y comenzaron a despojarnos de nuestras ropas.
Golpeé a una chica que intentaba sacarme la ropa interior, me miró enojada, su mirada penetrante bien pudo haberme desangrado; intimidada me encogí y ella siguió con su trabajo.
Me sonrojé cuando estuve completamente desnuda frente a Edward y esas mujeres que ni siquiera conocía. Edward me miró, a pesar de la escasez de luz pude jurar que sus ojos se oscurecieron con la lujuria pintada en sus ojos.
Le propiné un manotazo.
—No empieces —mascullé enojada.
Intenté cubrirme tanto como pude, pero era imposible, ya que además de estar esposada era improbable el poder cubrirme completamente solo con las manos.
Una de las chicas se acercó y me extendió un conjunto.
Cuando lo miré estuve segura que por mi rostro pasaron mil colores. Un conjunto de ropa interior de encaje descansaba en mis manos. Era hermoso. Pero algo que yo jamás usaría. El color negro transparente le daba un aire sobrio, elegante y sensual a la ropa, si es que a esa mierda se le puede llamar ropa, ya que no cubría nada.
— ¿Necesita ayuda para ponérselo? —preguntó una de las chicas al ver que miraba fijamente el conjunto con miedo.
—Uh…—carraspeé—, no… no, está bien… lo haré sola.
Todos en la habitación me miraban expectantes, esperando que terminara de vestirme. Fulminé con la mirada a Edward que parecía casi entretenido con la situación.
Me sonrojé. ¿Es que no podía tener privacidad ni siquiera para vestirme?
—Umm… creen que… podrían… ¿dejarnos solos? —pregunté.
Para este momento pensé que mi cara nunca regresaría a su color natural.
Todas asintieron extrañadas por mi petición, ¡pero bueno! ¡Yo no era una modelo porno! Y estaba acostumbrada a vestirme en privado.
— ¡Esperen! —gritó Edward.
Una de las chicas se volvió y lo miró, esperando a que hablara. Su mirada lo recorrió con deseo antes de centrarse en su rostro.
—Yo… ¿y mi ropa? —preguntó Edward incómodo y sonrojado.
¿Edward sonrojado?
Debí de haber traído una cámara. Esto no era algo que se veía todos los días.
La chica esbozó una sonrisa burlona.
—Tú no vas a usar ropa —dijo.
Y salió por la puerta.
Ambos estábamos en shock. ¡Diablos! ¡Maldito karma! ¿Qué hice para merecerme esto?
Repentinamente recordé que estaba desnuda al lado de Edward que estaba en las mismas condiciones. Me puse mi ropa rápidamente, no quería que sucediera el mismo incidente dos veces.
Edward dirigió su mirada hacia mí, después de soltar un suspiro apesadumbrado.
Su boca y sus ojos se abrieron de sorpresa al verme con ese conjunto. Sus ojos me recorrieron el cuerpo y el verde esmeralda de sus ojos se congeló, brillando como gemas. Me estremecí, cuando me di cuenta que su erección comenzaba a despertar.
¿Podía ser esto más incómodo?
— ¡Ya! ¡Está todo listo! ¡Salgan a tomarse las fotos! —gritó la mujer loca que nos había arrastrado hasta aquí.
Nos tomó de la mano y nos sacó de la habitación.
Por suerte Edward había logrado envolverse en una sábana antes.
Caminamos con la mirada de todos sobre nosotros. Nos llevaron a otra habitación. Estaba ambientada en lo que parecía ser un motel. La mesita de café, la cama con las sabanas revueltas y botellas de cerveza tiradas estratégicamente desordenadas sobre el piso… ropa estaba esparcida alrededor.
Un gran sillón de piel en medio.
La mujer me colocó unas medias de red y unas botas de tacón, todo negro. Me removí nerviosa. ¿En verdad íbamos a hacer esto?
— ¡Oh! ¡Olvidé traer lubricante! —dijo y salió corriendo de la habitación.
Mi boca se abrió.
¿Lubricante?
Es ahora o nunca. Miré a Edward que parecía estar pensando lo mismo que yo. Salimos de la habitación rápidamente.
El pasillo estaba lleno de personas.
Al parecer salir no iba a ser tan fácil como habíamos pensado. Una chica pelirroja, muy guapa, me miraba a la distancia. Desvié la mirada incómoda.
Edward notó mi incomodidad y me miró intentando descifrar el porqué. Cuando entendió que era por la chica que me lanzaba miradas lascivas a la distancia, esbozó una sonrisa triunfante.
Temblé al pensar en lo que se le había ocurrido.
Con decisión comenzó a caminar. Cuando entendí que era directamente hacia esa chica pelirroja intente detener sus pasos, pero el ignoró mis intentos y siguió caminando, arrastrándome con él.
—Por favor, Edward —supliqué en un susurro.
—Es la única forma de que podamos salir de aquí —masculló bajo su aliento, sólo para mí.
Solté un lastimero suspiro, en señal de rendición.
Nos detuvimos frente a la pelirroja que esbozó una sonrisa coqueta en mi dirección, me removí incómoda. Me balanceé sobre mis pies y miré un punto fijo sobre su hombro desnudo y pálido.
—Hola hermosa —dijo con voz ronca.
Intenté reprimir mi mirada de horror, pero bueno, yo no estaba acostumbrada a que las chicas me llamaran "hermosa".
Edward me miró feo. Solté un suspiro y le ofrecí mi mejor sonrisa de "quiero sexo" a la chica frente a mí. En seguida sus ojos se iluminaron, lujuriosos.
—Escucha… hermosa —dije soltando con dificultad la última palabra—, estoy en un problema… necesito salir de aquí, ¿crees que podrías ayudarme? Te recompensaré.
Imité la voz que usaban las chicas sexys los mejor que pude. Y creo que dio resultado ya que los labios carnosos de la pelirroja dibujaron una gran sonrisa.
—Claro —dijo recorriéndome con la mirada.
Me sentí como mercancía.
¡Ugh! Todo sea por salir de aquí, me dije mentalmente.
Caminó frente a nosotros indicándonos que la siguiéramos, contoneo sus caderas exageradamente al caminar y yo rodé los ojos, era toda una zorra, solo que no se acostaba con hombres precisamente…
Abrió la puerta y el sol resplandeciente del día me impactó de lleno en el rostro.
Sonreí y me volví hacia la chica que esperaba detrás de nosotros alguna recompensa o algo por el estilo, me estremecí al pensar en el tipo de recompensa que ella quería. Le ofrecí mi mejor sonrisa de disculpa.
—Lo siento nos tenemos que ir. Pero a la próxima no confíes en extraños —le dije verdaderamente apenada.
Sus ojos se encendieron de furia y estuve segura que estaba a punto de golpearme.
— ¡Corre! —me dijo Edward.
Ambos salimos de allí antes de que ella hiciera algo o que avisara a la señora loca que habíamos escapado.
En cuanto estuvimos lo suficientemente lejos del local, nos detuvimos para respirar, ya que la carrera había acelerado nuestras respiraciones.
Cuando mi respiración se normalizo miré a mí alrededor para intentar identificar en donde estábamos, ya que solo habíamos comenzado a correr sin percatarnos de la dirección que tomábamos. El sol veraniego quemaba mis hombros.
Noté la mirada de todos sobre nosotros.
Los hombres y mujeres nos miraban directamente con la boca y los ojos abiertos. Algunas mujeres que caminaban con sus hijos nos miraban enfadadas y les cubrían los ojos a los pequeños que nos miraban curiosos.
Extrañada miré a Edward y entonces comprendí la razón.
Edward aún estaba envuelto en la sábana y yo aún seguía con el conjunto de encaje negro-transparente, las medias de red y las botas largas de tacón negras, ¿es que acaso podía pasar algo peor…?
Desperté con un dolor de cabeza que me impedía abrir los ojos, con mucha dificultad logré abrirlos y la luz del día me impactó, obligándome a cerrarlos nuevamente. En un segundo intento los volví a abrir y reconocí el departamento de Edward al instante, ¿cómo había llegado hasta aquí?
El molesto chillido de los pájaros hacía mi cabeza palpitar, ¿desde cuándo las malditas aves hacían sonidos tan fastidiosos? ¿No hablaban en los libros sobre lo hermosos que eran sus cantos por la mañana? Patrañas. Prefería correr el riesgo de decirle a Renée lo mucho que me desquiciaba su traje de baño con diamantina de colores que ella pensaba erasúper sexy a seguir escuchando aquellos chillidos.
Los recuerdos me atacaron de repente mientras intentaba hacer memoria…
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— ¡Vamos Cullen! ¡Tenemos que divertirnos! —grité eufórica, sintiendo como el alcohol ya había hecho efecto en mi torrente sanguíneo.
Un Edward igual o más ebrio que yo, me siguió y nos subimos a la barra de bebidas comenzando a bailar. Su cuerpo sudoroso me calentaba tanto que sentí la excitación comenzar a recorrer mi cuerpo.
— ¡Eso es, nena! —gritó un chico.
Me dejé llevar y comencé a hacer un striptease, obligando a Edward a hacer lo mismo, con los gritos de la multitud de fondo.
Me despojé de mi blusa sin pudor alguno mientras gritaba y bailaba sensualmente para Edward —si es que al tambalearte mientras te desvestías se le podría llamar sensual—, el sostén de encaje que apenas cubría mis pechos quedó a la vista mientras virotes masculinos ahogaban la música. Me acerqué con lentitud a Edward y con movimientos deliberados desabroché su camisa, dejando su perfecto pecho al descubierto; los chillidos y silbidos aumentaron cuando Edward me tomó de la cintura acariciando mi espalda con movimientos excitantes, gemí y me restregué contra su erección larga y dura que sobresalía de sus jeans, logrando sacar un gruñido de su pecho. Tan bueno.
Sonriendo me alejé de él para sacarme los jeans en un rápido movimiento y pude sentir como las miradas se posaban sobre mí, bailé al compás de la música sensualmente acariciando mis pezones erguidos sobre mi sujetador, los gemidos en mi boca comenzaron a salir con más intensidad.
Sentí que me tomaban de la cintura y al volverme me encontré con un chico que me miraba con lujuria.
—Suéltame —me quejé, ¿por qué ese chico detenía a mi sexy yo que después de tanto tiempo decidía salir a jugar? Pero estando tan borracha me fue imposible hacer algo.
—Solo quiero jugar un poco, muñeca —rebatió, deslizando su mano por mis costados.
Un puchero se deslizó en mis labios y sentí mis ojos aguarse. Yo quería ser sexy esta noche y este extraño me detenía. ¡Era tan injusto!
—No, no, aléjate de mí —chillé en medio de sollozos.
Sin darme cuenta, el tipo estaba en el suelo y Edward estaba a mi lado protegiéndome de él…
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La cabeza me palpitó nuevamente cuando un pitido sonó fuera de la ventana del edificio de departamentos, y cerré los ojos intentando alejar el dolor, debía ser una broma, yo no había hecho eso, yo era incapaz de hacer algo así, ¿desnudarme en un antro público? ¿Porque quería ser sexy? Imposible. Aunque eso no le quitaba lo excitante, además de que Edward jamás me defendería. Definitivamente era completamente un sueño.
Me removí en el sillón, pero cuando mi espalda baja hizo contacto con el material de éste sentí un ardor que me obligo a retener un chillido, con cuidado lleve mi mano izquierda a ese sitio y sentí una venda cubriéndome, fruncí el ceño confundida…
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— ¿Qué está pasando aquí?— inquirió un hombre alto de aspecto amedrentador.
Observó la escena frente a sus ojos. Posando su mirada en el tipo tirado en el suelo, Edward borracho fulminándolo con la mirada y yo, semidesnuda frente a todos sin pudor alguno, después, al imaginarme como se debía de ver la escena, comencé a reírme como loca. ¡Mierda! El alcohol me afectaba demasiado.
El hombre raro me dirigió una mirada de enojo y yo solo pude reír más fuerte, su cara era graciosa, algo que en definitiva no le agrado.
— ¡Largo de aquí ustedes tres! —Nos gritó encolerizado.
Sin dejar de reírme me tambaleé mientras recogía mi ropa tirada por todos lados con Edward a mi lado protectoramente; me vestí y todos emitieron bufidos de desacuerdo.
Sonreí.
— ¡Tranquilizaos, mis súbditos! —grité sobre la barra—. ¡Volveré con mucho más para ustedes!
Levanté las manos y me incliné haciendo una reverencia de despedida. Todos comenzaron a vitorear y silbar aplaudiéndome. Pero antes de poder decir algo más, el tipo nos sacó del antro, ¡vaya hombre más aburrido! Pensé.
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Me horroricé ante ese recuerdo, no podía ser cierto, ¿en dónde estaba mi sentido común en ese momento? Me pregunté escandalizada, respiré y conté hasta cincuenta intentando tranquilizarme, ahora, a recordar… qué otras estupideces había hecho anoche.
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Una vez afuera del antro miré a mí alrededor buscando un poco de diversión, pero todo estaba cerrado, hasta que a la distancia divise algún local abierto, no pude ver que era, pero estaba abierto, con eso me bastaba.
— ¡Edward! —chillé, saltando alrededor de él como una maldita maniática.
— ¿Qué? —gruñó, intentando mirarme mientras sostenía su cabeza con fuerza.
Me detuve frente a su rostro y al ver su mirada medio ida me di cuenta que tal y como yo suponía estaba tan ebrio que sonreí ampliamente.
— ¡Vamos allá! —dije saltando sobre él y señalando el letrero brillante con letras de neón.
Sus manos se cerraron inmediatamente alrededor de mi cintura y siguió con la mirada el lugar que señalaba, entrecerrando los ojos en un intento de enfocar la vista, pero después de unos minutos en los que le fue imposible se rindió y asintió con la cabeza. Murmurando que estaba de acuerdo.
Grité emocionada y salté a mis pies jalándolo para que comenzara a caminar. Después de caminar unos cuantos metros me di cuenta de que era un local que ponía tatuajes, brinqué emocionada, ¡un tatuaje! Perfecto para cerrar esta noche con broche de oro.
—Edward, pongámonos un tatuaje —le pedí.
Su mirada se enfocó en el puchero que no había notado que había hecho y sus ojos se suavizaron con un brillo que mi cerebro abrumado no reconoció, se encogió de hombros accediendo sin darle importancia.
—Hagamos un trato —dijo antes de que entráramos, tomándome del brazo para detenerme y casi cayendo sobre mi trasero.
Uh, divertido.
Lo miré expectante.
—Yo escojo tu tatuaje y tú escoges el mío.
—Hecho.
Entramos al local, un chico nos recibió y nos mostró los diseños más populares de tatuajes. Todos eran muy lindos pero sinceramente, no encontré uno para Edward, así que al final escogí uno al azar sin darle importancia, del mismo modo que Edward hizo al escoger el mío.
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Me maldije por tomar tanto. ¿En qué mierda estaba pensando cuando hice todo eso anoche? No era bueno tomar, mucho menos para mí que me dedicaba a hacer estupideces estando sobria, no quería ni pensar que tatuaje había escogido el idiota egocéntrico para mí.
¡Maldición! Esperaba que el tatuaje no fuera tan malo como lo imaginaba… ahora lo único que podía repetir en mi mente una y otra vez era: Maldito alcohol que jode las mentes inocentes.
Moví a Edward que estaba en el suelo para que despertara después de unos minutos en los que estuve procesando lo que hice la noche anterior, aún no podía creer que yo había sido capaz de hacer todo eso. Esto era tan jodidamente horrible, que rompería los huesos de Cullen si mi tatuaje era demasiado malo, ¡eso estaría en mi cuerpo adherido toda mi vida! Putamente perfecto.
—Cullen, despierta —dije moviéndolo.
—Déjame dormir —protestó dándose la vuelta.
Grave error. Al darse la vuelta mi mano que estaba esposada con la suya fue jalada hasta que me tiro al piso y termine sobre él, mi espalda baja ardió cuando me golpeé con la mesa de café y solté un grito de dolor que terminó por despertar al idiota.
— ¿Qué haces sobre mí? ¡Vete! —gritó con pánico, quitándome de encima tan desesperadamente que cualquiera pensaría que le contagiaría alguna enfermedad sólo con tocarlo.
Sonreí maliciosamente y lo golpeé con mi puño en las costillas, justo donde recordaba que le habían puesto su tatuaje, él soltó un grito y después me miró entrecerrando los ojos, sonreí más ampliamente.
—Nunca te metas conmigo —sacudí mi dedo índice frente a su rostro.
Nos levantamos y ambos nos dirigimos a su habitación en donde tenía un espejo de cuerpo completo, al parecer Edward ya había recordado todo lo del tatuaje y él, al igual que yo, quería verlo.
Nos paramos frente al espejo y nos quitamos las vendas al mismo tiempo, mis ojos se agrandaron de horror al confirmar mis peores miedos y por el espejo me di cuenta que la expresión de Edward era la misma, eché un vistazo a su tatuaje y él hizo lo mismo, después los dos soltamos un grito de terror e incredulidad, no podía ser cierto.
Jadeé con fuerza y le di un puñetazo en el brazo.
— ¡Eres un idiota Cullen! —grité enfurecida.
Frente al espejo el reflejo de mi rostro estaba rojo a causa del enojo contenido, mi vista viajó una vez más a mi espalda baja que estaba marcada por un tonto, estúpido y feo tatuaje. Propiedad de Edward Cullen. ¡Santa mierda! Me sentía como un animal de granja, a los que marcan para saber que son suyos, las letras eran de un color azul oscuro y estaban refinadamente escritas con letra cursiva, adornadas con pequeñas flores de color rojo sangre. Habría sido un hermoso tatuaje si no estuvieran esas cuatro palabras.
Mi vida estaba arruinada. No podría subir de peso o cada vez que estuviera en la playa me confundirían con una vaca de granja.
—Idiota, estúpido, jodidamente... —llevaba dos horas despotricando contra Cullen mientras él me devolvía los insultos.
— ¡Todo fue tu culpa! ¡Tú me arrastraste hasta ese maldito local! —gritó encolerizado.
Y no era para menos.
Su tatuaje decía: No tocar. Bella Swan estuvo aquí. Escrito con letra pequeña y fina de color rojo sangre adornado por un pequeño corazón. Eso me tranquilizaba un poco, el saber que al menos él también sufría por el estúpido tatuaje. Jamás habría imaginado que esto le podría haber pasado, ¿quién lo pensaría? El mujeriego Edward Cullen con un cursi tatuaje.
—Tú aceptaste —le rebatí.
— ¿Acepté? ¡Estaba ebrio!
— ¡Yo también idiota! ¡Maldición! —grité.
— ¡No me importa! ¡Todo esto es tú culpa! —gritó, acercándose.
Parecía que de un momento a otro, ambos colapsaríamos a causa de todo el enojo que sentíamos. Quizás explotaríamos como ese capítulo en Los padrinos mágicos en donde Timmy Turner explota a causa de una furia demasiado potente. ¡Cabum!
— ¡Esto es una mierda! ¡Es el infierno! No puedo vivir así...
Comencé a gritar sin prestar atención a lo que él decía, debía de liberar toda la tensión y el enojo de alguna forma, no quería terminar como Timmy; sin detener mis gritos tomé mi celular del suelo y marqué el número de Alice. La voy a matar, juro que lo voy a hacer.
— ¿Diga?
— ¡Te voy a matar! ¿Cómo te dices ser mi amiga? ¡Te odio! ¡No me dirijas la palabra nunca más! ¡Odio a tu egocéntrico hermano… y a ti por dejarme con él! ¿Cómo te atreviste? ¡Eras mi amiga, no lo puedo creer! ¡Te cazaré y te descuartizaré, ni siquiera tus jodidos padres podrán reconocerte! —repentinamente el teléfono desapareció de mis manos.
— ¡Te odio Alice! —comenzó a gritar Edward al teléfono—. ¡Si no nos liberas te mataré! ¡Te mataré con mis propias manos! ¡Ni siquiera Jasper me podrá detener! ¡Un tatuaje! ¡Un jodido y maldito tatuaje! ¡Esa insignificancia va a acabar con mi imagen!
—Regrésame mi celular, Cullen —dije indignada.
Me ignoró y siguió amenazando a Alice gritándole al teléfono, ¿qué les pasaba a los Cullen que siempre me ignoraban?
Salté a su espalda sin pensármelo mucho e intenté quitarle el teléfono de las manos.
— ¡Maldita loca! ¿Qué haces?
—Dame el teléfono, Cullen.
— ¡Bájate! —gritó removiéndose, intentando quitarme de encima.
— ¡No!
— ¡Aléjate de mí!
Me resbalé y caí al suelo con Edward sobre mí, ¡diablos! Sí que estaba pesado, sus brazos fuertes y su torso musculoso estaban lo suficientemente duros como para dejarme un moretón, jamás lo admitiría en voz alta, pero Edward estaba malditamente bueno, basta de pensar estupideces, me reprendí.
— ¡Me lastimas! ¡Fuera! —chillé, lanzando a Edward lejos de mí.
Suspiré y cerré los ojos, ¿cómo iba a sobrevivir cuando sólo teníamos dos días juntos? Voy a morir, voy a morir, me lamenté. No merecía esto, ¿o sí? ¡Oh, Dios! Necesitaba una larga y relajante ducha, me levanté dispuesta a llevarlo a cabo pero mis manos esposadas a las de Edward me lo impidieron.
—Necesito un baño.
Su cuerpo se tensó ligeramente, lo miré con curiosidad.
—Genial —masculló.
— ¡Cullen, quiero tomar un baño!
—Bien para ti, realmente lo necesitas.
Jalé su mano tomándolo desprevenido y logrando levantarlo, sonreí triunfante.
Caminé hasta el baño y me quité la ropa, esperaba ver pronto a Jake, en verdad lo extrañaba. ¿Por qué no lo había ido a visitar? Bufé, pude haber ido a visitarlo, bueno, podría darle una sorpresa. Eso le encantaría, apuesto a que sí, pero había un problema, algo por lo que no lo podía visitar ahora...
Escuché un carraspeó a mi lado y tuve la respuesta a mi pregunta, no podía visitarlo porque estaba esposada a Edward, suspiré. Al parecer nunca me acostumbraría, ya ni siquiera lo recordaba.
Edward emitió un gemido por lo bajo y yo me volví a verlo sorprendida, sus ojos estaban más oscuros que de costumbre y me miraba fijamente, tragué saliva y me miré, estaba desnuda, frente a Edward, ambos solos, ¡maldición!
Se acercó a mí, su mirada cálida hizo mis bragas humedecerse; lamí mis labios cuando sus manos se deslizaron por mi brazo, me estremecí y él sonrió en respuesta, casi con orgullo. Sentí mis pezones comenzar a erguirse y presionar contra mi sostén. ¿Cómo es que nunca había notado la tensión sexual entre nosotros? Me jaló para estrecharme entre sus brazos, mi respiración se entrecortó cuando sus manos se deslizaron por mi espalda siguiendo el camino hasta llegar a mi trasero, le dio un apretón y yo no pude contener el gemido que brotó de mis labios, cuando su dedo siguió la abertura en él. Su larga erección presionó contra mis bragas mojadas, un empujón a través de la ropa y estaría dentro de mí.
Sentí mi sangre calentarse.
Su boca comenzó a atacar mi cuello en donde lamió después de morder, el dolor sordo en mi cuello me alertó del chupetón que probablemente tendría mañana, no me importó mucho en este momento. Mis manos se deslizaron debajo de su camisa y la desabroché con rapidez, rompiendo los botones cuando abrirlo se hizo demasiado tardado. Acaricié su pecho con mis manos, tal y como pensé, estaba esculturalmente duro y bien formado, probablemente fruto de las horas que pasaba en el gimnasio para mantener el ritmo como mariscal de campo en el instituto; deslicé mi lengua y él se estremeció, su mano izquierda apretó mi pecho, tirando ligeramente de mi pezón erecto. Solté un jadeo y aprovechó mi repentina distracción para acercar su boca comenzando a succionar con fuerza, sus dientes mordisquearon mi pezón, logrando que se endureciera más, si es que eso era posible.
Mis caderas se movieron con ansiedad, me restregué contra él. Me sentó en el borde de la bañera y comenzó a frotar su miembro aún cubierto por sus pantalones contra mi centro húmedo, lo quería dentro. Dirigí mis manos hacia el botón de su pantalón y lo desabroché con impaciencia, mis pies lo deslizaron por sus piernas a la par de sus boxers mientras él continuaba besando, lamiendo mis pechos.
—Jodidamente deliciosa —inhaló.
Su boca subió hasta mi cuello y besó su longitud. Gimoteé.
Una vez que me deshice de sus pantalones comencé a frotar su miembro erecto contra mi centro, sentir su piel descubierta, con la delgada tela de mis bragas como única barrera era una sensación malditamente placentera.
—Ahora —rogué—. Tómame. Ahora.
El gruñido primitivo que surgió desde su pecho casi me hizo venirme. Introdujo su dedo en mi entrada resbaladiza, moviendo a un lado mis bragas, embestí contra él y gemí como gata en celo. Besó mi oreja y rió ligeramente por mi impaciencia, bajo y profundo. Muy sexy. Lamió mi excitación de su dedo, mirándome a los ojos.
—Dulce, dulce Bella.
Suspiré, pensé que podría hacer una piscina con la excitación entre mis piernas. Finalmente me tomó por las caderas, levantando mi pierna sobre su hombro con destreza. Su firme y grande pene se acomodó en la entrada de mi centro húmedo.
—Mmm... Jac…
Mi mente nublada me abofeteó, similar a las caricaturas, cuando el personaje es golpeado y ve estrellitas a su alrededor.
Él no era Jacob, era Edward, ¿qué estaba haciendo? estaba engañando a mi novio por un polvo de un rato, esto estaba mal. Muy mal. Pero se siente tan bien. Ni siquiera soportábamos vernos a la cara. Sólo por una noche…
—Detente, detente —mascullé.
Mi mente en disputa era suficiente para confundirme sin el sopor de la lujuria.
— ¿Qué pasa?
—Detente. Esto… está mal.
Su mirada cambió en un parpadeo y rápidamente pasó de la excitación al enojo, la sombra de una tercera emoción cruzó tan rápido que no tuve la oportunidad de reconocerla… ¡genial! Como si necesitara que me odiara más.