Esposados

by - julio 06, 2013



—Bella, por favor. Escúchame. Tú no entiendes… esto… no es… yo te prometo que te daré el mejor orgasmo… lo de Leah no fue… solo practicaba… 

Ignoré deliberadamente las suplicas de Jacob, ¿él darme el mejor orgasmo? No… ¿él darme un orgasmo? Bufé con incredulidad y evité mirar su pobre anatomía, no quería romper a llorar de nuevo. 

Miré por primera vez a Leah que estaba sobre el sofá sosteniendo con fuerza la sábana a su alrededor y de ese modo cubriendo su cuerpo desnudo. Gruñí. Elevando mi rostro y lanzándole dagas con los ojos cuando la perra se atrevió a desafiarme con la mirada. 

Aparté la mirada y me sostuve con fuerza de la camisa de Edward obteniendo de ese modo su absoluta atención, lo miré suplicante y el con una última mirada a Jacob me arrastró fuera de ese apartamento. 

El silencio se apoderó del pequeño elevador. 

Aún me costaba entender que era lo que me había hecho permanecer al lado de Jacob durante tanto tiempo, es decir, he ahí por qué nunca tuve un orgasmo, con lo microscópico que era su miembro apenas lo sentía dentro de mí, supongo que el amor vuelve idiota a la gente. 

Me obligué a apartar esos pensamientos y dejar de lamentarme, ahora debía seguir con mi plan de largarme de Inglaterra e ir en busca de Alice para ser libre y desahogarme con mis vacaciones en soledad. No necesitaba la evidente lástima que ahora seguramente Edward sentía por mí. Me las arreglaría sola. 

—Edward, podemos ir de viaje a buscar a Alice —sugerí, una vez que bajamos del elevador. 

Él se mantuvo en silencio unos minutos, sospesando a fondo mi idea y después una máscara de indiferencia cubrió sus facciones. 

—Tal vez sea lo mejor —murmuró con voz inexpresiva. 

Asentí y seguí caminando. 

Mantuve mi paso con Edward a mi lado hasta que escuché las sirenas de una patrulla cerca de nosotros y la voz de una mujer gritando como loca. Me tensé y volví la mirada. 

La mujer loca que nos había metido al local porno corría gritando a todo pulmón en dirección nuestra y un poco más adelante había una patrulla con el oficial gordo que no había logrado seducir. Estoy segura que el color abandono la piel de mi cuerpo, ya que Edward volvió la mirada y sus ojos se abrieron como platos, casi estuve segura de que escuché murmurar a Edward: No jodan. Bajo su aliento. 

¿Acaso todos habían confabulado en nuestra contra? Solo faltaba que Jacob apareciera por la calle corriendo desnudo con su pene miniatura al aire suplicándome que lo escuchara. 

Casi me abofeteé por pensar eso cuando minutos después vi a Jacob corriendo detrás de la mujer que nos perseguía agitando los brazos como desquiciada y con Leah persiguiendo a Jacob, supuse que quería detenerlo e internamente recé porque lograra convencerlo de volver a su departamento. Mi rostro se tornó color escarlata al ver el show que estábamos montando en la calle. 

El repentino tirón de Edward me sacó de mi trance y no tuvo que decir nada para que ambos saliéramos corriendo. 

Aún los escuchaba a todos corriendo detrás de nosotros y también el jodido sonido de las sirenas, para nuestra suerte había demasiado tráfico, suspiré un poco más aliviada, un punto a nuestro favor. 

Mi mente logró captar algunas frases entre todo el griterío de esos desquiciados. 

“¡Vamos Bella! ¡Regresa conmigo! ¡Te amo, lo de Leah solo fue una práctica! ¡Ya sabes lo tonta que es tu prima!” 

“¡Vuelvan! ¡Son mis mejores actores porno! ¡No crean que los dejaré ir tan fácil!” 

Me estremecí al pensar en la posibilidad de que cualquiera de ellos lograra alcanzarnos, ¡sería nuestro fin! Edward se escabulló entre un grupo de personas y logramos entrar a un centro comercial. Había demasiada gente y rápidamente logramos perderlos de vista. 

Suspiré. 

Edward me miró unos minutos y después expulsó todo el aire de golpe, intentando regular su respiración. 

—Tal vez si sea mejor que salgamos de este país y busquemos a Alice cuanto antes —murmuró Edward con voz jadeante. 

Finalmente y por alguna extraña razón… Edward y yo estábamos de acuerdo en algo. 

Empaqué toda la ropa que Alice había mandado hacer especialmente para Edward y para mí en un par de maletas. Al menos Alice había tenido la bondad de preocuparse por nuestra ropa estando esposados, aunque tampoco creo que haya sido un sacrificio para ella. Nuestros departamentos estaban llenos con montones de ropas que Alice había mandado hacer especialmente para nuestra singular situación. 

Edward llamaba frenéticamente a diferentes aerolíneas intentando conseguir dos pasajes a Hawái, algo me decía que no encontraríamos a Alice en ese lugar. Ella nos conocía lo suficientemente bien para saber que iríamos a buscarla y decirnos el lugar al que realmente no sería muy inteligente de su parte. 

Pero tal vez me equivocaba con mis suposiciones, así que iríamos a Hawái a buscarla y si no la encontrábamos, buscaríamos en todos los posibles lugares a los que Alice pudo haber ido. 

Resoplé. 

Mierda. Como odiaba a Alice en este momento. 

—Salimos en un par de horas —anunció Edward cortando la llamada y depositando su celular en la mesita de noche. 

Asentí. 

—Están listas las maletas —susurré, evitando su mirada. 

Nuestra relación era extraña. Un segundo estábamos felices y al siguiente no podíamos mirarnos a la cara, es decir, Edward había estado bien conmigo después de lo sucedido en la plaza y cuando habíamos sido arrestados, pero en cuanto mencioné a Jacob y después, cuando le dije que debíamos buscar a Alice, me había tratado tan indiferente como siempre. 

¡¿Quién mierda entiende a los hombres?! ¿No era Edward el que estaba desesperado porque Alice nos quitara las malditas esposas? ¿Ahora cuál era su jodido problema? 

Repentinamente un calorcito inundó mi cuerpo, mi visión se pintó de un espeso rojo y mis manos se cerraron en puños; estaba enojada con Edward por creer tener el derecho de hablarme y después enfadarse conmigo por nada. 

Tomé mi maleta y de un tirón logré que Edward me siguiera. Abajo, el taxi nos esperaba para llevarnos al aeropuerto. 

Evité la mirada de Edward y lo ignoré. Fulminé a las personas que nos lanzaban miradas curiosas al ver las esposas rodeando nuestras muñecas y manteniéndonos unidos. 

Cuando el avión estaba por despegar cerré los ojos dispuesta a dormir y no tardé mucho en hundirme en el mundo de los sueños. Desperté cuando sentí el sol golpeando mi rostro, arrugué la nariz deseando que alguien cerrara la maldita cortina. 

—Despierta Bella —murmuró alguien en mi oído. 

Levanté mi mano y le propiné un manotazo a quien sea que se haya atrevido a molestarme en mis horas de sueño. 

Cuando abrí los ojos encontré a Edward quejándose y cubriendo sus partes nobles. Me sonrojé. Bueno, eso le pasaba por despertarme. 

—Golpeas fuerte —jadeó. 

Resoplé. 

—Deja de quejarte. Mira el lado bueno, pronto te vas a deshacer de mí. 

Sus ojos se opacaron y un sentimiento que no supe identificar cruzó por sus ojos, después se mantuvo impasible y sonrió con desdén. 

—Tienes razón, muero por deshacerme de ti. —Su voz contenía el timbre arrogante que tan bien conocía—. El avión aterrizo, vamos. 

Tomamos nuestras maletas. Sonreí cuando en las puertas del aeropuerto vi a un gran hombre con una faldita hawaiana y un par de cocos como vestimenta; sus brazos y su torso mostraban las horas que posiblemente pasaba a diario en el gimnasio, su cabello era oscuro y rizado y sus ojos de un vivaz color miel. 

Simulaba que tocaba un bongo —el sonido era alarmantemente horrible— y sonreía amistosamente a los recién llegados dándoles la bienvenida mientras mecía sus caderas horizontalmente provocando que su faldita hawaiana se moviera igual que las películas. 

Se volvió hacia mí y sonrió ampliamente, después se acercó a nosotros y tomó mi mano depositando un beso en ella. 

Escuché a Edward bufar bajo su aliento. 

—Dígame señorita, ¿va a algún lugar en especial? —preguntó con aire seductor. 

Sonreí. 

—No, en realidad no. Busco a mi amiga, pero no estoy segura de que se encuentre aquí 

Frunció el ceño y acarició su barbilla pensativamente. 

—Podemos pedir información de los turistas. 

Casi suspiré con alivio, este chico se iría al cielo después de esto. 

—Claro, muchas gracias. 

Me di la vuelta, pero antes de poder seguir caminando sentí su mano sosteniéndome del antebrazo e impidiéndome seguir caminando. Me volví y lo miré desconcertada. Su mirada apreciativa me hizo ruborizar de una manera que estaba segura nunca haberme sonrojado. 

Esperaba que no fuera ningún otro loco. 

—Podría acompañarlos, si quieres —dijo tímidamente. 

Vacilé, sospesando mis opciones; finalmente decidí que correr el riesgo no sería un problema, después de todo incluso comenzaba acostumbrarme a las personas delirantes. 

—Claro. Por cierto mi nombre es Bella y él, es Edward —contesté, extendiendo mi mano. 

—Emmett McCarty: la perdición de las chicas —dijo moviendo las cejas sugerentemente. 

Le devolví una sonrisa que esperaba fuera coqueta. Si ya no estaba con Jacob no veía ningún problema con coquetear con alguien más y menos si era alguien como Emmett. 

— ¿Enloqueciste acaso? No podemos dejar que venga con nosotros, ¡ni siquiera lo conocemos! —bramó Edward, furioso. 

Ignoré sus palabras y me dediqué a hablar con Emmett, era un gran chico y en realidad me agradaba. Cuando Edward se percató de que Emmett no se separaba de mí, se dio por vencido y aceptó que nos acompañara. 

Estuvimos frente a un inmenso edificio en unos minutos, Emmett se encargaría de todo mientras Edward y yo lo esperábamos en la sala de espera. 

Alrededor de media hora más tarde Emmett apareció frente a nosotros sonriendo apesadumbrado. 

—No hay ninguna Alice Cullen registrada en Hawái —dijo Emmett, confirmando mis sospechas. 

Era obvio que Alice no estaría aquí, de ser así no nos habría dicho al lugar que viajaba. ¡Genial! Ahora debíamos buscar a Alice por todo el mundo. Mentalmente tracé una lista de todos los lugares a los que Alice quería ir, y era una lista realmente larga: París, Roma, México, Japón, España...

Y la lista sigue… considerando que ya estábamos en América pensé que lo mejor era viajar a México primero, pero antes, ya que estábamos en Hawái debíamos disfrutar un poco. 

— ¿Serías tan amable de mostrarnos la belleza de Hawái, Emmett? —le pregunté y un brillo iluminó sus ojos rápidamente. 

— ¡Eso sería fabuloso! —gritó entusiasmado—. Conocerán Hawái en toda la extensión de la palabra —aseguró con una sonrisa en su rostro. 


— ¡Otro sweet lalinali! —grité, levantando mi vaso vacío. 

—Sweet leilani para la señorita —dijo el mesero, depositando un nuevo vaso con la bebida en la mesa y enfatizando el nombre de la bebida. 

Lo miré enfadada y resoplé. 

— ¡No te atrevas a corregirme, idiota! —grité, lanzándole el vaso a la cabeza. 

Para mi mala suerte el alcohol que corría por mis venas empeoraba mi puntería así que el vaso paso volando a su lado hasta que impactó con la pared haciéndose añicos. 

Bufé. Mala suerte. 

— ¿Edward? 

Lo sacudí un poco con mi mano, parecía que estaba muerto. La mitad de su cuerpo estaba recostado sobre la mesa mientras que lo otra colgaba lánguidamente y creo que ni siquiera respiraba. Joder. Ahora tenía que cargar con un muerto, ¡lo que me faltaba! Un ronquido rompió mis pensamientos y suspiré aliviada. 

Miré a Emmett que aún estaba algo consiente. Quería hacer algo que marcara mi vida. Algo que me hiciera recordar esta noche por siempre. 

— ¡Emmett! —aullé. 

Me miró y sonrió un poco, casi se cae cuando intentó ponerse de pie, al parecer yo era la más sobria de los tres. 

Después de lograr que Edward y Emmett caminaran en línea recta… sonreí caminando hacia el lugar que marcaría mi recuerdo en Hawái. Tuve una extraña sensación de deja vú pero inmediatamente la ignoré, es decir, no es como si me emborrachara e hiciera tonterías todo el tiempo. 

La mujer nos sonrió amistosamente cuando cruzamos la puerta, todo fue como un borrón, mi mente comenzaba a caer en el sopor del alcohol, así que no lograba captar lo que sucedía, al menos hasta que sentí algo filoso atravesar mi piel. 

Grité y todo el alcohol abandono mi cuerpo, dejándome totalmente sobria, al igual que Emmett y Edward que miraban desconcertados a su alrededor. 

En definitiva mi próxima parada era en un centro de ayuda para Alcohólicos Anónimos. Me prometí. 

Cuando el sopor huyó de mi cuerpo y la sobriedad inundó mi mente confusa —aclarando de ese modo mis pensamientos— logré examinar mí alrededor. 

Estaba recostada sobre una camilla, mi cuerpo flácido, cubierto por una bata horrible color azul celeste. Fruncí el ceño. No recordaba haberme cambiado y mucho menos haberme recostado en una camilla. 

Cuando levanté la mirada continuando con mi examen la sangre se heló en mi cuerpo y comencé a hiperventilar, casi sentí que mi corazón se quería escapar de mi pecho. 

Una mujer de bata blanca sostenía un bisturí en alto sobre mi cuerpo inerte, la habitación solo estaba iluminada por una luz que se fijaba directamente en mis costillas, juro que casi pude ver los jodidos relámpagos detrás de ella completando la escena de una maldita película de terror barata. 

Cuando me encontré con la mirada de Emmett y Edward, noté que sus rostros tenían una mueca de pánico tatuada. 

Me alejé de la loca del bisturí buscando refugio al lado de Edward que estaba en la camilla a mi lado —ya que las esposas nos impedían separarnos— pero ambos caímos al suelo por mi rápido movimiento. 

No sentía mis piernas y el terror inundó mi cuerpo. Solté un suspiro de alivio cuando al mirar hacia abajo noté mis piernas intactas, ¿entonces por qué no las sentía? 

Temblé, la adrenalina corría por mi cuerpo. 

— ¿Porque estamos aquí? —balbuceé, aterrada por su respuesta. 

La mujer frunció el ceño, casi con confusión. 

—Ustedes vinieron a donar sus riñones. 

Por el rabillo de mi ojo noté a Emmett ponerse verde y cubrir su boca, por un momento pensé que vomitaría. Por el contrario Edward estaba tan blanco como la cal y sus ojos entornados. 

Por mi parte estaba segura que mi expresión era una mezcla de las que demostraban los dos en este momento. Es decir, no tengo nada en contra de donar, siempre que esté en mis cinco sentidos, además… amaba demasiado mi riñón. 

Me arrastré hacia la puerta de la salida como pude en un desesperado intento por salvar mi riñón. Joder. Extrañaría mi riñón. 

Apenas me di cuenta cuando Emmett me tomó entre sus brazos levantándome y ayudando a un Edward tambaleante que parecía también tener problemas para moverse. 

— ¡Esperen, no pueden irse! —gritó la mujer cuando salimos corriendo—. Los chicos esposados tienen anestesia. ¡Se pasara dentro de 48 horas! ¡No podrán caminar hasta entonces! 

Me arrastraré si es necesario, pensé. 

Cuando comprendió que ignoraríamos sus advertencias salió corriendo detrás de nosotros. Chillé de miedo; el bisturí aún estaba en su mano, me pregunté si no se había percatado de ello, pero por si las dudas le grité a Emmett que apresurara el paso. 

Imaginé que la mujer aparecería frente a nosotros y nos gritaría algo como: 

“—Prepárate para perder tu riñón —una pausa dramática—, ¡para siempre! 

— ¡Nooooo!— gritaría mientras la mujer reiría maléficamente frente a mí.” 

O algún cliché parecido de alguna película de terror. 

Me estremecí. Aun no quería morir… ni perder mi riñón. A nuestro lado Edward era llevado a rastras por las esposas que nos impedían separarnos demasiado mientras se trasladaba como podía a la salida. Moriremos. ¡Qué jodida era la vida! ¡No era tan mala como para merecer morir de esta forma! No había hecho mi buena obra del día, sí, debía ser eso. Me prometí a mí misma que si salía de esto ayudaría a la humanidad y encontraría una cura para la maldad humana. 

Solté un chillido cuando la enfermera diabólica saltó frente a nosotros con el bisturí sostenido firmemente en su mano derecha. Rió malévolamente y nos miró con los ojos entornados. ¡Y yo que creía haber visto todo tipo de cosas en este mundo! 

Emmett detuvo sus pasos y una mirada de determinación brilló en sus pupilas. Me depositó en el suelo y noqueó a la enfermera que exhaló bruscamente el aire ante el peso del enorme Emmett. 

Entorné los ojos. 

¡Qué manera tan efectiva para escapar! Debía pedirle a ese mastodonte que me enseñara a hacer eso si quería sobrevivir con vida este viaje. Los tres suspiramos con alivio al verla medio abrumada, nos daría tiempo suficiente para escapar. 

— ¡No los dejaré escapar tan fácilmente! ¡Firmaron un contrato! ¡Los encontraré! —advirtió en un grito, por suerte estaba lo suficientemente lejos para poder alcanzarnos. 

¡Qué loca! Ignoramos sus palabras, después de todo… ¿qué tan ciertas podían llegar a ser? No es como si nos fuera a perseguir en nuestro viaje por todo el mundo. 

Bufé y Edward a mi lado me imitó. 

48 jodidas horas. ¿Qué se supone que íbamos a hacer mientras tanto? ¿Mirar el techo frente nosotros como habíamos hecho hasta ahora? Mierda. Además de esposada ahora no podía moverme. Estúpida anestesia. 

Emmett salió silbando del cuarto de baño. 

Nos miró y esbozó una amplia sonrisa. 

— ¡Buenos días! —exclamó con entusiasmo—. ¡Una gran aventura la de anoche! Sabía que unirme a ustedes sería la experiencia de mi vida —dijo con jovialidad. 

Gruñí, maldito suertudo. ¿Porque no le habían aplicado la anestesia a él antes? El karma es una mierda. 

Tomó lugar en un reducido espacio a mi lado en la cama individual. Se acercó a mi rostro y me obsequió una sonrisa deslumbrante. 

Las cosas no habían cambiado demasiado en un día con Emmett, por alguna extraña razón el me coqueteaba e insinuaba una que mantuviéramos una relación, Edward le gruñía alegando que no soportaba sus niñerías y yo bufaba ignorando al par de idiotas que lamentablemente eran mi única compañía en este viaje. 

Se acercó a mi rostro con sus ojos fijos en los míos —la tensión sexual entre nosotros parecía elevarse con las horas que pasábamos juntos—, pidiendo mi permiso para poder besarme. Mi mirada expectante fue suficiente incentivo para que acercara más su rostro. Cerré los ojos esperando el contacto pero en cambio un tirón de mi mano izquierda y la fuerza de la gravedad me llevaron a un cuerpo cálido y sorprendentemente duro. 

Jadeé por aire. 

¡¿Pero qué mierda?! 

Miré hacia arriba como pude y Emmett aún permanecía con los ojos cerrados, sus labios buscando mi boca hasta que finalmente cayó sobre la cama en medio de la búsqueda. Rodé los ojos. Regresé mi vista a Edward debajo de mí y lo fulminé con la mirada. ¿Quién mierda se creía para impedir que me besara con Emmett? 

Cullen podía joderse y después besar mi trasero. 

Evitó mi mirada y la piel de su rostro enrojeció. Guay. No sabía que podíamos sonrojarnos mientras estábamos anestesiados. Me abofeteé mentalmente por mis pensamientos estúpidos. 

Emmett levantó la cabeza desconcertado hasta que nos encontró en el suelo. Joder Emmett, muévete y sácame de encima del idiota de Cullen. Me tomó entre sus fornidos y musculosos brazos, suspiré en respuesta a la suavidad de sus movimientos, enamorarme de Emmett no sería tan difícil como pensaba. Me levantó lo suficiente para sentir un tirón de las esposas —ya que Edward aún permanecía en el suelo— y como la gravedad me llevaba hacia abajo de nuevo con mi rostro impactando contra en el frío linóleo. 

Joder, suerte que estaba anestesiada o habría dolido hasta la mierda. Rectifico, Emmett no entendería el significado de suave ni delicado aunque un autobús se impactara contra mi cuerpo. 

Levantó mi cabeza y miró mi rostro unos minutos. 

— ¡Wow! Bella, tu rostro esta rojo, ¡creí que eso no era posible cuando estabas anestesiado! —exclamó con sorpresa. 

Rodé los ojos. 

Ambos nos distrajimos cuando el estúpido capítulo de Bob Esponja fue abruptamente cortado para un reporte del noticiero. 

“Interrumpimos este interesante programa con una noticia de última hora…” 

Bufé con incredulidad, era lo típico que pronunciaban en una película barata. Mierda, era mi capítulo favorito. 

Regresé mi atención al televisor cuando nombraron a los padres de Edward y a los míos. 

“…los Cullen y Swan no parecían muy felices al enterarse de lo recién ocurrido. 

—No sabemos nada respecto a esto, pero hablaremos con ellos lo antes posible para arreglar este mal entendido —declaró Charlie con semblante serio. 

— ¿Usted tiene algo que decir al respecto señor Cullen? —preguntó el entrevistador. 

—Creo que nuestros hijos aprenderán las consecuencias, podrían desaparecer su circo ahora. Se los agradeceríamos —replicó con voz dura. La mirada fría en su rostro demandaba obediencia. 

Tal parece que los pequeños herederos de las empresas Cullen&Swan Inc. deben aprender a no armar escándalos o la buena fama que han construido sus padres se vendrá abajo…” 

Después de la entrevista a nuestros padres fuera de las empresas familiares, el video de lo ocurrido ayer por la tarde se reprodujo en el televisor. 

Me pude ver al lado de Cullen corriendo como desquiciados y con una tropa de locos detrás de nosotros, entre ellos Jacob desnudo en todo su esplendor, la loca que gritaba con el lubricante en su mano derecha mientras lo agitaba salvajemente para llamar nuestra atención. Parecía una caravana. 

Tragué pesado. Charlie y Reneé no estarían felices con eso. Mucho menos considerando que se hizo público y ellos siempre mantenían las apariencias de familia perfecta con el fin de conservar la empresa en lo alto. 

Supe que Edward estaba también en problemas cuando su piel se puso pálida como la cal. En el reportaje Carlisle no se veía nada feliz, jamás lo había visto tan enfadado. 

Nuestros celulares comenzaron a tintinear dos minutos más tarde, casi como si estuvieran sincronizados. 

Me estremecí, estábamos en problemas y ni siquiera podíamos movernos por la estúpida anestesia. 

Emmett permanecía con los ojos desorbitados mirando a la nada. Unos momentos después nos miró. 

—Tal parece que debemos escapar lo antes posible, ¿uh? 

Emmett tomó las maletas y se las entregó al botones que esperaba afuera de la habitación del hotel. Se llevó las maletas y desapareció de nuestro campo de visión. Emmett tomó el sombrero y recogió mi cabello de modo que no se viera lo largo que era, me colocó unos lentes de sol y por último para completar su excelente disfraz pegó un bigote falso sobre mis labios. 

Gruñí, en cuanto pudiera moverme golpearía a Emmett. 

El bigote falso hacía cosquillas en mi nariz. Por suerte, no había sido tan malo como el disfraz de Edward. 

Su cabello era completamente cubierto por un gorrito, lentes de sol y una cobija mientras Emmett lo recostaba sobre una carreola. Por supuesto que Emmett no podría cargarnos a ambos, sin importar todo el tiempo en el gimnasio que él pasara. Pero maldición, solo a Emmett se le ocurriría llevar a Edward en una carreola y hacerlo pasar por un bebé, ¿de dónde diablos había sacado esta estúpida idea de todos modos? 

Si no es porque la anestesia mantenía inmovilizados mis músculos, sé que estaría llorando de la risa. Casi sentí lastima por Edward, casi. 

De ese modo terminamos en el aeropuerto: con Emmett cargándome entre su musculoso y grueso brazo izquierdo mientras que con el derecho empujaba la carreola en la que iba Edward, ya que no lo podía mantener demasiado lejos a causa de las esposas que nos mantenían unidos y tantos problemas nos había ocasionado. 

Podía ver a la gente lanzándonos miradas con lo extraño de la escena. 

Yo con mi bigote, los lentes de sol que casi cubrían mi rostro de lo grandes que eran, y el sombrero tipo Bruno Mars. Edward con sus gigantes lentes de sol —al igual que yo— un gorrito tejido de color verde pasto y la gran cobija cubriendo el resto de su cuerpo. Por ultimo Emmett caminando animadamente y silbando con jovialidad, sin el menor atisbo de nerviosismo o preocupación por la imagen que dábamos. 

¿En qué momento se me ocurrió que viajar con Emmett a cargo de todo era una buena idea? 

Estábamos oficialmente jodidos. 



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