Lúgubre mirada

by - septiembre 04, 2012



Tres años después…

Forks, Washington


Cuando el repiqueteo de las gotas contra el transparente vidrio se volvió insistente le fue inevitable abrir los ojos pesadamente.

Lo primero que captó su visión periférica fue el cielo gris que nublaba el nuevo día, las nubes negras que lo adornaban parecía que presagiaban algún nuevo acontecimiento que tendría lugar en el día. No era extraña la ausencia del sol. Después de todo, era Forks.

Gimió adolorida cuando los músculos de su abdomen se contrajeron al sentarse.

Había ropa sucia en el suelo. Los utensilios diarios esparcidos por toda la habitación. Suspiró profundamente. Ayer había intentado oponerse a Ryan por primera vez, eso no había sido una buena idea. Su vista viajó a las sábanas color melocotón que cubrían su desnudez manchadas de un espeso líquido color carmesí, en algunos sitios ya secos.

Se deshizo de la navaja que aún estaba enterrada profundamente en su costado derecho, lloriqueando un poco en el proceso de la extracción de ésta. Ryan jamás había sido tan brutal, pero sabía que ahora que había comenzado, inevitablemente se repetiría, eso había sucedido la primera vez que la había golpeado y prometido no repetirlo.

Bajó de la cama. Sus pies temblaban con cada paso. Suturó su herida rápidamente, después de tanto tiempo había aprendido a hacerlo sola, ya que acudir diario al hospital con una nueva herida profunda, no era algo demasiado común, sin importar lo torpe que fuese.

Bella se miró fijamente al pequeño espejo que la reflejaba. Sus ojos vacíos le devolvieron la mirada. Su labio estaba hinchado y tomando un color negro, sus ojos rojos después de que Ryan la obligase a ingerir droga la noche anterior.

No había rastro de lágrimas en su rostro. Ya no más.

Después de haber vivido tres años con la misma rutina diaria, las lágrimas le parecían lo más patético que podía hacer. Lágrimas. Eso no la ayudaría a salir de aquel abismo negro en el que estaba metida, entonces, ¿para qué llorar? No comprendía porque razón en las películas típicas de mujeres maltratadas, ellas lloraban amargamente. Ellas eran patéticas en su situación y el estar llorando, solo las hacía más miserables. Eso no arreglaría nada. Y Bella lo había comprendido hace ya demasiado tiempo.

Sus lágrimas no habían servido aquella noche hace un poco más de dos años para que Ryan se detuviese. Sus lágrimas no habían servido hace tres años para detenerlo a él.

Llorar era la solución infame que muchos daban a sus problemas para evitar hacer algo y arreglarlos.

Evitó mirar su cuerpo mallugado, lleno de moretones y suturas. No había un solo sitio que no le doliese con solo respirar. Miles de cicatrices adornaban su cuerpo. Pero las que ella más odiaba eran las suturas que se dispersaban en su estomago, esas que habían marcado su vida.

Miró el reloj.

No tendría tiempo de tomar el baño tibio que deseaba.

Buscó entre su ropa unos jeans de mezclilla y una blusa que cubriera sus brazos. Tomó una bufanda a juego y la anudó en su cuello. Se aplicó una generosa base de maquillaje en la cara, hasta esconder todo rastro de algún golpe de la noche anterior.

Siguiendo su rutina diaria, se apresuró al mall para abastecerse con todo lo necesario para preparar la comida antes de que Ryan regresara a casa.

Empujó el carrito con esfuerzo y ahogó un grito de dolor que pugnó por abandonar sus labios. Sus piernas solo tenían la capacidad de ejecutar movimientos tensos, sus brazos temblando mientras intentaba ignorar el dolor que los entumecía, el estremecimiento de dolor que la recorría a lo largo de su espina dorsal con cada segundo, manteniéndose verticalmente.

Verduras, carnes frías, lácteos, pastas… el carrito estaba abastecido con alimentos para el día. No olvidó comprar las botellas de tequila. La última vez que lo había olvidado, Ryan había enloquecido, después de soportar el dolor en su cuerpo por semanas sin la oportunidad de visitar un médico, supo que jamás volvería a ocurrir. Tal y como Ryan había asegurado mientras flagelaba su cuerpo.

Suspiró y esperó pacientemente para pagar, evitando hacer contacto visual con el cajero que le lanzaba miradas sugestivas.

Depositando los alimentos embolsados en la cajuela de su auto se preguntó internamente cómo es que había terminado de ese modo. No le fue muy difícil recordar lo sucedido en los últimos tres años de su vida.

Una risa sarcástica se escapó de sus labios antes de que pudiese evitarlo.

Definitivamente él lo había logrado. Su vida era miserablemente humana. Vivía lo que cualquier humano normal tiene la posibilidad de realizar. Soportar una vida llena de maltratos. Tal vez había personas con la suerte de vivir una buena vida, pero… ¿cuándo Bella Swan se había caracterizado por su suerte?

Bufó.

Enfadada consigo misma por seguir recordando cosas tan insustanciales en ese momento de su vida. No. Ella no era la misma adolescente tímida e ingenua de antes. Había aprendido de la vida de la peor manera, y estaba segura que de tener la oportunidad de ver a los Cullen de nuevo, no habría resquicio del amor que alguna vez les profesó.

Ya no.

.

.

.

Edward miró por la ventanilla del avión y suspiró pesadamente.

A su lado, Alice le lanzó una mirada fulminante antes de volverse y darle la espalda. Emmett, Rosalie y Jasper no le eran de mucha ayuda, puesto que se mantenían al margen de la situación. Aún no podía comprender como había dejado convencerse de viajar a Forks, después de tres años haciendo todo lo posible por no caer en la tentación.

Alice le había jurado que de no ir con ella, iría a Forks sola, y él sabía que no bromeaba. No cuando sus ojos parecían querer lanzarle fuego y sus puños se apretaban con fuerza, conteniéndose para no lanzarle un puñetazo. Suspiró por enésima vez. Se había prometido verificar el estado de Bella, tal vez ver qué había sido de su vida, después se iría y no regresaría.

Alice se removió impaciente.

Esperaba fervientemente que su visión no hubiese sido más que una pobre opción del lejano futuro. No podía imaginar a la que alguna vez soñó con ser su hermana de ese modo. Sus gritos desgarradores aún resonaban en sus oídos como un recordatorio de lo que había permitido que sucediera.

Es cierto. La decisión de abandonar Forks y a Bella, había sido de Edward, pero ella había llevado culpa al seguir sus ordenes, después de todo, ¿quién era Edward para ordenar en la vida de Bella sin dejarle opción? Nadie. Y el peso de su culpa era aplastante, intoxicante.

Parecieron días para la familia Cullen, el tiempo que estuvieron en aquel lujoso avión privado, en lugar de las pocas horas que en realidad viajaron hasta llegar al lluvioso Port Angeles, para después tomar sus respectivos autos y manejar hasta Forks en donde Carlisle y Esme los esperaban. Tal parecía que el cuerpo de Edward reconocía la cercanía con Bella, pues cada kilometro perdiéndose debajo del chirrido de las llantas, era como un bálsamo que aliviaba su dolor.

Alice cerró los ojos firmemente y suspiró en un vano intento por mantener la calma.

No estaba segura de tener la fuerza para seguir insinuando que nada ocurría sabiéndose tan cerca de Bella. Jasper a su lado le lanzó una mirada curiosa, su mujer sabía esconder sus sentimientos después de tantas décadas a su lado, pero aunque no pudiera sentirlo, su expresión la delataba. Alice ignoró la mirada insistente de su marido, rezando internamente porque no descubriera lo que pasaba. Finalmente el rubio se rindió al percatarse de que mientras ella no quisiera compartirlo, de ese modo se quedaría.

Los hermanos Cullen miraron el letrero que les daba la bienvenida a Forks y casi sincronizadamente, pisaron el acelerador a fondo.

Bella colocó el vaso en su respectivo lugar cuidadosamente, y miró el reloj por decima vez en la mañana.

Ryan no demoraría en llegar. Miró a su alrededor nerviosamente, verificando que todo estuviese pulcramente ordenado. Odiaba comer con Charlie, ya que parecía que él notaba su ansiedad porque todo estuviese perfecto cuando Ryan comía con ellos. Era cierto, estaba acostumbrada a su vida diaria y no lloraba lamentándose por ello, pero aún le quedaba un resquicio del común sentido de supervivencia, por lo que hacía lo posible por evitar la furia de su marido. Si era lo que le había tocado vivir, no se quejaría, lo tomaría y haría todo lo posible por sobrellevarlo.

El chirrido de las llantas del lujoso auto de Ryan, la hizo dar otra rápida mirada a la casa.

El estruendoso ruido que hizo al abrir la puerta no fue más que la confirmación de que ese día, Ryan no estaba de buen humor, como el noventa y cinco por ciento del tiempo desde que se habían casado.

Pudo escuchar el sonido de las llaves de su auto impactando contra la mesita de vidrio, al igual que su maletín, dando paso al vidrio haciéndose añicos ante tal fuerza. Sería malo. Hoy estaba demasiado enfadado.

— ¡Isabella! —bramó.

Bella tembló ligeramente, y armándose de valor, salió de la cocina para enfrentarlo.

Los ojos fríos como el hielo de Ryan se clavaron en ella cuando salió. Se acercó a grandes zancadas y la tomó del pelo con fuerza, levantándola hasta que su pequeña estatura quedó a la altura de su metro noventa. Se tragó el chillido de dolor que desgarraba su garganta, y esperó en silencio a que terminara.

— ¡¿Eres idiota acaso? ¿Porqué aún no estás lista? ¡Te dije que lo estuvieras!

Lanzó el pequeño cuerpo de su esposa contra los resquicios de la mesita de vidrio recién destrozada. Bella no pudo detener el grito de dolor esta vez, cuando sintió los cientos de vidrios incrustándose en su delicada piel.

Su gritó pareció encender en Ryan, una nueva furia injustificada.

— ¡Cierra la puta boca de una vez! ¡Todo esto es tu culpa, debiste seguir mis órdenes! —gritó, mientras con fuerza pateaba sus costados.

Bella exhaló el aire con fuerza y evito respirar cuando sintió el crujido de una de sus costillas al romperse, sabía por experiencia que respirar en ese momento solo ocasionaría más dolor.

Ryan tomó uno de los platos de la mesa con el líquido de la sopa aún humeante y se detuvo frente a ella.

—Te quiero lista ahora mismo. Sin replicar. Quince minutos es tu tiempo límite —ordenó tajante.

Vació el contenido sobre su pierna descubierta y después lo dejó caer. Bella mordió su labio inferior hasta hacerlo sangrar. No debía emitir sonido, o Ryan se enfadaría de nuevo. Permaneció en perfecto silencio mientras sentía la quemadura del líquido sobre su piel, poniéndose de un color rojo escarlata, y después el impacto del plato de vidrio que se destrozo sobre su pierna. Sintió el impacto más doloroso al estar su piel recién quemada, e inevitablemente mordió su labio con más fuerza para mitigar los lamentos que no debía emitir.

Ryan abandonó la sala de estar subiendo a la habitación de televisión del segundo piso.

Suspiró.

Le había ido bien. Al menos esta vez Ryan no la había apuñalado con su navaja, ni obligado a ingerir droga, esta vez no tendría que suturar nada.

Se levantó del suelo apoyándose de las palmas de sus manos, que se resintieron cuando los vidrios del suelo se incrustaron profundamente en ellas, enviándole una punzada de dolor. Miró sus palmas sangrantes, se sacudió los vidrios en ellas descuidadamente, provocando que fuera más doloroso el hacerlas salir. Pero no tenía tiempo para tratarse con cuidado sus heridas ya que Ryan le había dado solo quince minutos para estar lista.

Cojeó un poco al subir y meterse al baño.

Se desvistió rápidamente, algunos vidrios que todavía quedaban en sus palmas se incrustaron aún más, al igual que los de sus brazos y cuero cabelludo. Se bañó en tiempo record, soltando suaves quejidos al limpiar cada pequeña parte de su cuerpo –sin el mínimo cuidado-, que en ese momento sangraba.

Al salir, se detuvo frente al espejo de cuerpo completo. Su cuello estaba intacto. Suspiró de alivio. Sus brazos estaban llenos de sangre que pronto secaría. Su pierna era un caso perdido, la piel estaba roja, rugosa y cortada. Tomó uno de los caros vestidos que Ryan le había comprado para aparentar su disfraz de pareja perfecta. Un vestido de tirantes que cubría sus piernas completamente, con caída hermosa por la costosa seda con la que estaba hecho, un pequeño broche de esmeraldas con zafiros adornaba el vestido, colocado entre sus pechos.

Mientras se arreglaba, se preguntó internamente cómo es que lo había olvidado, recordando haberle puesto poca atención a Ryan aquella vez. Se hizo una nota mental de evitar hacerlo otra vez. Solo recordaba haber escuchado algo sobre una comida de bienvenida. No tomó demasiada atención a la poca información y siguió arreglándose.

Acomodó su cabello en suaves ondas y se aplicó el maquillaje necesario. Tomó un chal de fiesta color blanco a juego con su vestido, del mismo color. Roció un poco de perfume sobre su cuello y se miró al espejo, rogando que el resto del día mejorara.

Tembló ligeramente cuando tomó la mano del Valet Parking para ayudarse a salir del auto, frente a la atenta mirada de su marido, ella lo sabía, un solo error y las cosas no terminarían bien en casa.

Miró el lujoso hotel frente a ella, armándose de valor para entrar.

Sintió la mano de Ryan en su espalda baja, se tensó automáticamente ganándose un fuerte apretón en su brazo para mantenerla cerca, al cuerpo de su verdugo personal, que se hacía llamar marido. Los paparazzi no detenían los flashes sobre ellos, ajenos a la verdadera relación que mantenían fuera de todo ese show.

Finalmente, Ryan decidió que era suficiente, y Bella agradeció internamente a ello, no sabía cuánto tiempo más podría mantener su sonrisa falsa en el rostro. De modo que no se opuso demasiado a entrar del brazo de Ryan, dispuesta a alejarse de los paparazzi lo antes posible.

Una vez dentro, las luces brillantes la deslumbraron, demasiado chocantes para su sencillez. A su alrededor las parejas caminaban de la mano, pavoneándose con los caros vestidos y joyas que portaban aquella noche. Ryan no era la excepción. El dinero que poseían era impresionante y por supuesto, su modestoesposo, no perdía la oportunidad de demostrarlo.

— ¡Ryan, querido! Un gusto verte aquí —exclamó una mujer de edad mediana.

Su saludo le pareció un tanto hipócrita. Pero en este mundo, ¿quién no lo era? Se había resignado a escuchar aquel tono de falsedad en las personas con las que debía socializar ahora, como la Sra. Carrington.

—Un gusto verla también —respondió Ryan amablemente. —Le presentó a mi esposa, Isabella —agregó con una sonrisa.

La mirada de la mujer se clavó sobre ella, se estremeció ligeramente ante la mirada examinante que le proporcionaba.

—Querida, ¡eres toda una belleza! —chilló alegremente. —Soy Allison Owen.

Se abstuvo de hacer una mueca.

Sabía que la única razón que tenía para decir su nombre completo era para hacer notar su apellido y la importancia de éste. Si no se equivocaba, ella era dueña de la línea de hoteles Owen City, una de las más lujosas internacionalmente.

Esbozó una sonrisa con esfuerzo.

—Un gusto.

No le pasó desapercibida la mirada reprobatoria que le lanzaba Ryan ante su falta de entusiasmo por la mujer.

Primer error en la noche.

—Señora Owen entraremos a saludar al resto de los invitados, tal vez después nos honre con su presencia —murmuró Ryan.

Con una última sonrisa, ambos caminaron dentro.

Sintió la mano de Ryan apretar su brazo con fuerza, soltó un pequeño chillido que de inmediato reprimió.

— ¿Qué crees que haces? ¿Sabes lo importante que es esa mujer? —inquirió enfadado.

Apretó su agarre, estuvo segura de que tendría un gran moretón por algunas semanas.

—Lo siento.

El ligero tartamudeo de su voz lo hizo enfadar más, sus ojos oscurecidos se lo demostraron. Tembló un poco. Ryan exhaló repetidas veces, no le convenía hacer una escena frente a todos y ambos lo sabían.

—Solo no estropees todo —dijo con los dientes apretados.

Su respuesta fue interrumpida por la voz de un hombre mayor. Su cabello pintado de blanco a causa del paso de los años, su piel pálida arrugada.

— ¡Ryan! Mi buen amigo, ¡aquí estas! Debo presentarte a mi socio…

Dejó de prestar atención a su charla.

Se desconectó manteniéndose en estado automático, como hacía desde que se había casado. Gran error había cometido al hacerlo.

Se movió con Ryan cuando él comenzó a caminar. Un sentimiento extraño la recorrió. Levantó la mirada y se congeló al encontrarse con siete pares de ojos de un brillante dorado, mirándola fijamente.

—Los Cullen —anunció el hombre mayor. —Mi socio, Carlisle, recién regresó al hospital, uno de los mejores —. El orgullo en su voz era evidente. —Familia Cullen, ellos son Ryan e Isabella Carrington.

Su suerte era una mierda.

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1 comentarios

  1. OMG !!!! me imagino la cara de Bella 0.o muchos sentimientos x volver a verlos wooow me. encanto el cap ojala acualizes pronto ya quiero saber q pasa!!!! besitos xoxoxo

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