Lúgubre Mirada

by - julio 05, 2013



Edward observó entre las sombras —que el iridiscente brillo de las luces no alcanzaba—, el hermoso Ferrari de un negro brillante y lustroso, desparecer con rapidez. Se dejó caer en el frío suelo cobijado bajo el manto de las estrellas, levantando la mirada y buscando la respuesta a todos sus problemas.

Esa noche, cuando había visto entrar a Isabella al hotel atestado de gente pensó que no vería criatura más hermosa jamás. Con su vestido blanco brillando bajo las luces parecía de algún modo tan etérea que temió estar alucinándola, casi a la espera de su repentina desaparición que lo hundiría de nuevo en la miseria. Tan preciosa. No podía recordar la razón de su abandono y quiso caer de rodillas, rogándole perdón, hasta que el brillo en su mirada regresara tal y como lo recordaba. Habría besado el suelo que pisaba y encontrado una manera de bajar cada una de las estrellas para ella si eso hacía que una pequeña sonrisa tirara de sus labios, ahora pálidos.

La quería de regreso.

Tanto que dolía.

El femenino suspiro profundo lo hizo volver el rostro a su derecha. Rosalie se sentó con gracia a su lado y miró la carretera vacía con concentración, ella se abrazó a sí misma cuando un impetuoso viento sopló —algo que los vampiros hacían más como una costumbre—. Su mente permanecía firmemente cerrada, Edward se removió incómodo, había sido breve el tiempo en que su relación con Rosalie había sido lo más parecido a amistosa. De todos, nunca esperó que ella saliera a acompañarlo. Con su mente cerrada y sus intenciones ocultas, la ignoró hasta que ella hablara. Con Rosalie no se podía dar nada por sentado.

Ella vaciló, su mirada firme hacia el frente.

— ¿Te sientes bien?

Las preguntas se dispararon en la mente de Edward, sus pensamientos barajeando posibilidades, de todo lo que pudo haber dicho eso era lo que menos esperaba. La miró con desconfianza por unos minutos y, finalmente, suspiró. La cara de póker de Rosalie era perfecta, nadie la igualaría nunca.

—De la mejor manera que puedo estar sin la razón de mi existencia —replicó.

Rosalie exhaló, la vacilación en su mirada despertó su curiosidad y todas sus alarmas sonaron ruidosamente. Lo que sea que le diría, no era una buena noticia.

—Habla —demandó, con más frialdad de la que pretendía.

Rosalie se tensó, su silencio desquició tanto a Edward, que comenzó a considerar el sacarle la información de alguna manera, sin importar que Emmett lo despellejase después; minutos después la vacilación de Rosalie desapareció y su mirada se iluminó con determinación, se sentó erguida. Como si se preparase para una batalla.

—Escucha Edward, de verdad lo siento mucho —lo siento mucho… Rosalie nunca utilizaba aquellas palabras, lo que sea que diría, lo destrozaría—, pero creo que tienes derecho a saber aunque ellos piensen lo contrario. De haber sido Emmett, yo habría querido saberlo…

Edward se tensó, sus músculos preparándose… gruñó. Un sonido vibrante y primitivo subiendo desde su pecho. Bella. Ella sabía algo sobre Bella que él ignoraba.

—Solo dilo, ¡ahora! —rugió.

—Bella…

— ¡Rosalie, basta! ¿Qué estás haciendo? —Alice la miró con fuego llameando en sus ojos dorados.

Rosalie se levantó, devolviendo la mirada a Alice con firmeza. Sus labios se fruncieron con fuerza y la fulminó, con ira contenida.

— ¡Merece saberlo!

Edward miró a Alice, dispuesto a cualquier cosa por saber que ocurría con Bella. ¿Y si estaba en problemas? ¿Tal vez enferma? Las posibilidades hicieron su corazón arder. Nada podía ocurrirle a Bella, no mientras pudiera evitarlo. Y ahora que estaba de regreso tendrían que encadenarlo al infierno para evitar hacer algo para protegerla.

—Alice —rogó.

La mirada flameante de la pequeña pelinegra regresó en su dirección, su mandíbula se tensó cuando soltó con los dientes apretados.

—No seas hipócrita Edward. Abandonaste a Bella… ¡tú nos obligaste a abandonarla! Perdí a mi mejor amiga por tus decisiones egoístas. ¿Y ahora decides que la quieres proteger de nuevo?

—Era lo mejor para ella. ¡Merecía una vida humana, y lo sabes!

La expresión agonizante en el rostro de Alice hizo a Edward hincarse, porque repentinamente sus piernas no lo sostenían. Los ojos de su hermana se nublaron con tristeza y miró al suelo, hacia él. A la sombra del hombre que era, ahora tan destruido y vacío; al evidente descuido que se había inducido a sí mismo por ese tiempo y suspiró con dolor y tristeza.

—Nos equivocamos, Edward. Esa nunca fue la solución. Y ahora por nuestra culpa, ella está sufriendo —se ahogó con sus palabras, su voz desvaneciéndose—. Y de todas las personas, ella es la que menos lo merece.

.

Isabella miró fijamente el pomo brillante de la puerta de su casa por varios minutos, que dieron paso a las horas.

Ryan se había comportado de manera espléndida anoche, incluso sonriendo. Pero su actitud engañosa no la engatusaba después de vivir con él dos años y tres meses. Casi parecía que Ryan Carrington sufría de doble personalidad; su sonrisa fácil si se comportaba como una sumisa a su alrededor desaparecía tan rápido como llegaba en cuanto cualquier pequeño error lo disgustaba, dando paso a una furia tan potente que pensarías que mató a alguien. Probablemente, si no salía a comprar inmediatamente los víveres del día, lo único que lograría sería una fuerte corrección de parte de su marido, para que no se repitiese.

Pero podría encontrarse con los Cullen si salía.

La posibilidad hizo su estómago revolverse. Tragó con fuerza. Sopesando sus opciones por cuadragésima vez en la mañana. No les tenía miedo y tampoco le importaba estar cerca de ellos. Los Cullen ya no significaban nada para ella… mientras mantuvieran la distancia. La posibilidad de que los paparazis, que últimamente la seguían a todos lados desde que llevaba el apellido Carrington, la vieran con algún hombre Cullen y comenzaran el rumor de un amorío entre ellos no sería bueno para la reputación de la empresa, y desencadenaría una nueva pelea con Ryan, en donde, definitivamente, ella terminaría perdiendo. Había presionado hace demasiado años en el inexistente control que Ryan poseía con sus celos, y de ningún modo, en absoluto, jamás… permitiría que se repitiera la experiencia. Sus ojos se opacaron repentinamente con el recuerdo. Si la respuesta para evitar una noche como aquella era que evitase cualquier contacto con el mundo exterior, lo haría; pero sabía que los Cullen no la dejarían tan fácilmente, y las posibilidades de todos los problemas que sabía que ocasionarían la hacían retorcerse.

Su reloj de mano marcó las 10:30 del día. Cuadrando los hombros tomó una larga bocanada de aire y abrió la puerta.

Corrió a su Ferrari 458 Italia que Ryan había comprado para ella, era un auto que odiaba. Manejar en él la hacía sentirse como la persona que debía fingir ser, una mujer fría, desdeñosa y pretenciosa, si no habría sido porque Ryan nunca la dejaría salir con otro auto ella no lo habría utilizado.

El ligero peso de su pie sobre el acelerador envió el auto volando, agradeciendo por primera vez la velocidad de éste, de otro modo, no habría logrado llegar al único mall en Forks al otro extremo del pueblo. Casi suspiró aliviada cuando los autos del estacionamiento eran irreconocibles para ella, ningún auto de algún Cullen a la vista.

.

—Bella está en el mal —anunció Alice, levantándose del sillón en la sala de estar.

Edward la miró. Su hermana había logrado salirse con la suya, como cada vez; pero el no saber qué era lo que ocurría a Bella para que su familia pareciese tan preocupada y taciturna por ella, lo estaba consumiendo con preocupación. Su mente gritaba que la respuesta era demasiado evidente, pero su cerebro no lograba procesarlo, o tal vez no quería.

Cuando había bailado con ella la noche anterior su cuerpo estaba demasiado delgado, tan frágil que casi parecía romperse de un momento a otro y la tristeza que la opacaba por completo, era lo único que había notado, había estado tan absorto en su presencia… en ella, que no había prestado total atención a su apariencia ni lo que ocurría a su alrededor.

—No, Alice. Lo mejor para Bella ahora es dejarla tranquila —objetó Carlisle con paciencia.

Edward prestó atención a la pequeña disputa que se llevaba a cabo frente a él, con una Alice molesta y el resto de la familia esperando la conclusión final.

Se sorprendió al saber que la mente de Alice estaba abierta para él, en los últimos días la mente de su familia había permanecido firmemente cerrada, imposibilitaba cualquier acceso a sus pensamientos. Ellos no querían que Edward supiera lo que ocurría con Bella y el saber que se tomaban tantas molestias para ocultarlo solo lo inquietaba más.

Miró dentro de su mente, la visión de Bella bajando de un brillante Ferrari rojo que parecía tan… distinto a lo que ella manejaría. Ella entró en el mall de Forks Thriftway, su rostro parecía relajado e indiferente, pero él había memorizado cada pequeño movimiento y gesto de ella, miraba de reojo hacia ambos lados continuamente, casi esperando que repentinamente la invadieran o asaltaran. Los esperaba a ellos.

Suspiró con tristeza.

¿Cómo había permitido que ellos se convirtieran en algo tan aborrecible para ella? Hasta llegado el punto de que se cuidaba de ellos. El pensamiento de ella temiéndole lo deshizo, podría soportar su ira, pero ¿temerle? No Bella. Ella no podría temerle. No lo permitiría.

—Carlisle tiene razón, Alice. Tal vez deberías darle un poco de tiempo —concordó Edward, mirando a su hermana.

Ella regresó su mirada hacia él y lo fulminó con la mirada.

Después de su pequeña charla fuera del hotel anoche —la primera charla desde que se habían ido de Forks—, ella lo había perdonado por haber provocado que perdiera a Bella, aunque después de tanto tiempo, las cosas entre ellos eran frágiles. Edward sabía que Alice sentiría sus palabras como una traición.

Negó con la cabeza hacia Alice.

—Confía en mí, Alice. Bella necesita tiempo para acostumbrarse a la idea de nuestro regreso, además de que no quiere saber nada de nosotros —inhaló con fuerza, decirlo en voz alta era demasiado difícil.

Alice lo miró con simpatía, una minúscula sonrisa apareciendo en sus labios.

—La recuperaremos, Edward. Sin importar el costo de ello —prometió.

Edward forzó una sonrisa en sus labios y miró fuera del gran ventanal hacia el bosque.

—Espero que sí.

.

Reacomodó de nuevo el moño desordenado, recogiendo los mechones castaños que brillaban bajo la luz, apretándolo con fuerza.

Los Cullen no la habían seguido esa mañana, casi esperaba verlos abordándola o esperando por ella; ellos habrían sabido que había salido, por Alice. Su cuerpo se relajó. Quizás habían comprendido el mensaje y la dejarían sola, no necesitaba de su intromisión en esos momentos de su vida, sólo provocarían nuevos golpes que mallugaran su cuerpo. Para ese momento la esperanza que había sostenido al inicio de su relación con Ryan, en dónde soñaba que algún día él cambiaría o los Cullen acudirían en su ayuda, eran categorizadas como mentiras en su mente. Estaba demasiado hundida. Y no dejaría a Ryan. Las posibilidades de lo que sería capaz de hacer flagelaron su mente. No, dejar a Ryan después de tanto tiempo no era una opción, no desencadenaría su furia de ese modo nunca más.

Cuando el rugido del motor se acercó hasta la entrada de su casa sintió su cuerpo zumbar. La llegada a Ryan a casa siempre era como subir a una montaña rusa o correr autos de carrera en su máxima velocidad, la sangre caliente fluía con más rapidez en sus venas y su corazón palpitaba enloquecidamente. Casi podía saborear la adrenalina en su lengua.

Un portazo y Ryan apareció en el umbral de la puerta tambaleándose.

La adrenalina subió hasta las puntas de sus dedos ahora entumecidos. Parpadeó. Los ojos dilatados e irritados de Ryan confirmaban que había ingerido alguna sustancia mientras estaba fuera. Contuvo sus pies a salir corriendo, su escasa naturaleza de sobrevivencia la instaba a salir de ahí.

Forzó una sonrisa y caminó hasta la cocina, cuidando sus movimientos. Su cuerpo se sentía de plomo.

—Espero que hayas tenido un buen día, Ryan —dijo alegremente.

Sirvió la sopa caliente en un plato de porcelana fina, que Ryan había pedido desde Inglaterra. Contuvo un siseo cuando el líquido hirviente quemó su mano. Siempre se aseguraba de que la comida estuviese perfectamente caliente, a Ryan le disgustaba de otra manera. Se estremeció cuando recordó la pasada noche, en que su marido había vertido el contenido sobre su pierna, en ese momento su piel comenzaba a cicatrizar, pero la apariencia rugosa y roja parecía que no se iría, había logrado probablemente una quemadura de segundo grado a juzgar por la apariencia de ésta.

Se irguió cuando Ryan se apretó detrás de ella. Su erección presionándose firmemente en su trasero.

Rió nerviosamente, el sonido demasiado tembloroso para ayudarla.

—Será mejor que comas algo. Debes tener mucha hambre.

El rubio sonrió, la sonrisa curvando sus labios parecía predadora y presagiaba peligro.

—La tengo —coincidió, recorriéndola con la mirada lascivamente.

Isabella no pudo evitar saltar hacia atrás cuando Ryan extendió la mano para tocarla, cuando el ceño fruncido apareció en su rostro se percató de su error. Tragó con fuerza.

—Descansa un poco, Ryan —persuadió.

Los ojos nublados de Ryan se oscurecieron y su mirada fulminante se quedó fija sobre ella. Tembló, repasando mentalmente su breve conversación, no había nada que hubiese dicho para enfadarlo. La mano grande y firme de Ryan se enroscó sobre su brazo, tirando de ella hasta dejarla sobre sus rodillas frente a él.

—Eres mía, Isabella. ¿Entiendes? ¡Mía! —gruñó, tomó su cabeza hasta sostenerla sobre su erección ahora palpitante. Embistió contra ella con fuerza. La respiración de Isabella se aceleró y el material de la tela la ahogó, tosió e intentó aspirar el escaso aire, pero la tela de los pantalones de Ryan cubría su boca e impedían el proceso, mientras las embestidas dentro de su boca aumentaban de intensidad. Se concentró en respirar pausadamente por la nariz mientras sentía la falta de aire comenzar a hacer que sus pulmones ardieran.

Ryan tiró de su cabello, levantándola hasta la altura de sus ojos. Llenó sus pulmones con aire, bebiendo con fiereza.

—Cuando yo digo algo, tú obedeces. Cuando quiero algo, lo consigues para mí —la miró con los ojos vidriosos—. Y ahora quiero jodidamente follarte hasta que comprendas lo que digo. Sólo recuerda Isabella, que esto es porque tú lo provocaste —suspiró como si estuviese lastimado—. Yo no quería hacer esto, pero es necesario para que puedas aprender a ser la esposa perfecta, ¿entiendes lo que digo, cariño? Esto es para tu bien, algún día lo comprenderás y me lo agradecerás.

Isabella jadeó y miró a su alrededor por una salida cercana.

—Ryan, lo lamento mucho.

Él acarició su rostro con cuidado y sonrió.

—No te preocupes, yo te ayudaré. No cometerás ningún otro error y seremos felices juntos, te voy a obligar a aprender la lección, así cada vez que recuerdes esta noche sabrás que no debes repetir tus acciones nuevamente.

La empujó hacia la sala con fuerza. Isabella lo miró con desconfianza.

—Espera por mí en la sala. Todo va a salir bien —aseguró.

Sentía su cuerpo tembloroso cuando caminó hacia el gran sillón mullido de la sala. Ryan había ingerido alguna droga, inhaló una gran bocanada de aire, la última vez que lo había hecho había sido más brutal que otras veces.

Un escalofrío recorrió su columna cuando Ryan apareció con una pequeña navaja en sus manos, el filo brillaba de manera amenazante, jamás había creído que le tendría miedo a algo tan pequeño. En ese momento realmente deseó haber muerto a manos de James aquel día en el estudio de ballet, al menos el sufrimiento no habría sido tan desalmado. Se levantó, posicionándose detrás del sillón tan lejos de su esposo como le era posible.

Los ojos brillantes de Ryan cambiaron de nuevo, entornándose sobre ella.

—Ni se te ocurra correr—amenazó.

Su voz gutural y demandante la paralizo automáticamente a su orden.

Ryan se acercó a ella con rapidez y tiró de ella hacia él. Ella gimoteó cuando la navaja perforó su costado, el vestido veraniego de amarillo suave se rompió y el líquido carmesí lo manchó. Ryan tiró de sus pezones con furia, el dolor la hizo tambalearse, cubrió su costado, intentando parar la sangre que salía a borbotones. La visión de Isabella se oscureció cuando Ryan la tomó del cabello hasta dejarla acostada cobre el suelo golpeando su cabeza con la caída, Ryan presionó su pesado pie sobre la espalda de ella, el aire abandonó sus pulmones nuevamente y sintió su espalda crujir levemente. Escuchó vagamente el familiar cierre de la bragueta deslizarse y el sonido de ropas cayendo al suelo mientras intentaba contener el dolor agonizante en su pecho.

Gritó cuando Ryan se introdujo dentro de ella, él gimió con fuerza.

—Tan bien —murmuró.

La espalda de Isabella se tensó cuando un nuevo dolor agudo comenzó en su columna vertebral y sintió el frío de la navaja sobre su piel, la sangre carmesí caía por sus costados mientras Ryan la embestía con fuerza brutal, desquiciante.

Basta.

Basta.

Basta.


—Te comportaras siempre, ahora, ¿no es así, cariño? —preguntó Ryan con dulzura mientras se venía dentro de ella y su semen caliente la inundaba.

Sintió su garganta arder con las náuseas reprimidas.

Termina con esto. No lo soporto.

—Isabella —Ryan se enfureció ante su falta de respuesta y levantó su cabeza hasta impactarla contra el suelo—. ¿Aprendiste la lección?

Ella jadeó cuando su nariz comenzó a sangrar y su labio se reventó, rápidamente tomando el color negro del que recientemente se recuperaba, levantó su cabeza de nuevo y la miró a los ojos, esperando. Isabella gimió y obligó a su garganta seca a emitir sonido.

—Sí —prometió con desesperación—. Lo hice. Aprendí la lección.

Eres tan patética.

Una sonrisa apareció en los labios del rubio. Levantándose subió sus pantalones y la miró sobre su hombro mientras subía hacia su habitación.

—Tal vez si mañana te comportas podremos cenar juntos. Me iré a bañar, no me esperes hasta mañana por la noche.

Y acto seguido desapareció de su vista.

Isabella se levantó, tambaleándose hasta el baño de la planta baja. Frente al espejo sus labios estaban hinchados y negros, la sangre salía de un corte en el labio inferior, se acercó más a examinar su nariz, tocándola con cuidado y palpando sobre ella, suspirando cuando descubrió que no se había roto, aunque la inflamación hiciera parecer lo contrario. Sin ojos morados. Sus labios y nariz se habían llevado la peor parte, pero sanarían, quizás en unas semanas.

Tomó el hilo que guardaba en el compartimiento del baño, Ryan nunca usaba ese baño. Comenzó a suturar la herida en su costado con rapidez. Sentía la sangre correr por su espalda, se volteó frente al espejo, mirando sobre su hombro la larga estela vertical de sangre en su espalda, que comenzaba desde su espalda baja hasta casi llegar a sus omóplatos, se estremeció al verse, casi parecía estar protagonizando una película de terror. Estudió cuidadosamente la herida en su espalda y decidió que no tendría que suturarla, tendría que utilizar una venda por algún tiempo, sin embargo.

Suspiró, regresando a suturar su costado.

La historia de su vida.

.

Edward caminó por el bosque.

La sensación de pesadez en su pecho desde que había visto a Bella sin poder acercarse a ella se incrementó. Respiró rápidamente. La necesitaba tanto…

Si Bella tenía algún problema él podría ayudarla. La llevaría con él y podrían comenzar la vida que siempre quisieron, se casaría con ella… ¿Ryan Carrington? Se desharía de él si simplemente Bella lo pidiera, ella sólo tenía que decirlo y él lo concedería. Quizás los problemas de Bella eran de salud, él podría conceder su deseo y convertirla, haría lo que quisiera, si tan solo pudiese sostenerla en sus brazos una vez más.

En su mente comenzó a idear un plan para recuperar a Bella.

Se acercaría a ella, ganaría su confianza nuevamente y le haría ver que nada lo haría separarse de ella nuevamente, la convencería de cualquier manera. Le compraría un maldito país si es lo que necesitaba para convencerla de su amor irrefutable por ella. Tal vez tardaría meses o años en convencerla de darle una segunda oportunidad, pero él tenía el tiempo suficiente. No lo importaría tardar décadas si lograba recuperar su amor. Sus caricias. El aroma de su piel por la mañana. Sus ojos brillantes cuando lo miraba.

Ni una vida sería costo suficiente para lo que ganaría al final.

Sonrió complacido.

Eso haría, la tendría de regreso.

Corrió a su casa, dispuesto a cambiarse e iniciar el plan en su mente. Solo la noche anterior la había visto en el baile de beneficencia, ¿era una buena idea iniciar tan rápido? ¿Debía darle algún tiempo, tal y como le había solicitado a Alice hacer?

En cuanto se acercó a su casa los pensamientos explotaron en su mente.

¿Edward no lo notó?

Quizás si es un error no hablar de esto con Edward…

Bella, lo que debe estar cruzando en este momento.


—Tu sabes que es verdad Carlisle —replicó Rosalie con fuerza.

El rostro de Carlisle mostraba contrariedad en la mente de Rosalie mientras sospesaba sus opciones. Ella estaba en el centro de la sala, Alice frente a ella, los enfrentamientos entre ellas desde que habían regresado a Forks eran alarmantes, Edward se preguntó la razón de ellos. El resto de la familia permanecía en silencio mientras Carlisle tomaba una decisión sobre ello.

—Si hacemos algo precipitado, como es evidente que Edward va a hacer, solo lograremos que Bella se aleje, incluso que se vayan a otro lugar ¿y qué haremos entonces? —se adelantó Alice.

¿Hacer algo precipitado? Se acercó a la casa, escuchando su disputa sobre Bella, era hora de que le informaran lo que sucedía.

— ¿Cómo es que Edward no lo notó? —intercedió Jasper—. Pude oler la sangre fresca a millas de distancia… él es… ¿inmune a ella?

Alice sonrió con orgullo.

—Lo es. Creo que el pensar en ella como algo imposible para él, lo hace aceptarla, agradecer el estar cerca de ella… olerla, eso es mínimo ahora que logró estar cerca de ella de nuevo —miró a Jasper—. Y creo que no notó el resto de su rostro mallugado porque estaba demasiado absorbido por su presencia, estar cerca de ella después de tanto tiempo.

Edward sonrió. Era cierto. Su tua cantante había pasado a ser lo más importante en su existencia, su sed de sangre palidecía en contraste con el dolor que había experimentado los últimos tres años sin ella. Alice, extrañaba la relación que solía mantener con ella, era la única que realmente parecía comprenderlo y lo conocía de una manera que ni él mismo parecía conocerse. Luego su ceño se frunció cuando proceso las palabras de Alice… mallugada. Ella no lo estaba, ¿o sí? Intentó recordarla la noche anterior, pero la emoción que lo abrumaba por finalmente estar con ella, sostenerla en sus brazos mientras bailaban, le impedía ver más allá.

¿Eso era lo que le ocurría a Bella? ¿Estaba quizás enferma? ¿Había estado en algún accidente? La respuesta era tan evidente que la culpa que lo carcomía por dentro al permitir que eso ocurriera lo impedía descubrirla.

Rosalie tomó una pose defensiva frente a Alice, un gruñido enfurecido abandonó su pecho mientras la miraba acusadoramente, de una manera tan fría como solo ella podía lograr. Edward tomó el pomo de la puerta, dispuesto a abrirla, exigir respuestas y detener la pelea que se avecinaba.

—Es por eso que Edward merece saberlo, Alice —le reclamó—. A sufrido lo suficiente, es hora de que la recupere… ¡Bella es golpeada, Alice! ¡Joder! Los malditos golpes la dejan sangrando y probablemente con huesos rotos. ¡El maquillaje de ayer ni siquiera logró esconder el ojo morado! ¿Qué si la mata? ¿Qué harás entonces?

La puerta principal se abrió de un portazo y todos jadearon.

Edward sintió como si todo su mundo hubiese sido despedazado, todo se derrumbaba a su alrededor.

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3 comentarios

  1. andale !!! ahora si Edward se enjara y muchisimo pobre de ryan le va a ir de la patada ,pobre bella es muy triste lo que le pasa , :( me imagino que no dice nada por miedo a lo que le haga ese cobarde

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  2. esta muy bueno continua por favor no puedo esperar

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  3. Continuarás está Historia? Está muy pero muy buena.

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