Prefacio

by - septiembre 14, 2012


La noche en Forks era pacífica, todos dormían con una profunda tranquilidad que resultaba ser reconfortante, la luna brillaba más que cualquier otra noche y las estrellas parecían pequeños diamantes incrustados en el oscuro cielo. Una noche maravillosa, en la que parecía brillar la esperanza; pero en el corazón del bosque, internada en los arboles y la fría tierra, se encontraba una mujer de cabellos castaños esperando que su sufrimiento terminara y deseando que su pequeño bebé, que era el responsable de su pronta muerte estuviera protegido y en un futuro fuera feliz, sus pensamientos, volcados hacia la pequeña personita que desgarraba su vientre para salir a la superficie.

—Hermana —susurró la mujer débilmente.

—No hagas más esfuerzo —suplicó.

—Cuida de mi bebé —le pidió ignorando su petición y tratando de entregarle el pequeño bulto en sus brazos que estaba demasiado quieto, escuchando la conversación, como si la comprendiera.

—Yo no cuidaré al monstruo que te arrancó la vida —replicó con enojo mientras hacia un gesto despectivo al pequeño bebé.

—Por favor, puedes darlo en adopción pero no lo abandones, asegúrate que su familia adoptiva lo amé como yo lo hubiera amado —le imploró abrazando a la pequeña contra su cuerpo con las pocas fuerzas que le quedaban.

—Vas a vivir, no me puedes decir lo contrario, ¿qué pasara con nuestros padres? Tienes una vida por delante —le dijo llorando.

—El hombre que me importaba se fue, no he averiguado que es, pero ahora creo que nunca lo sabré, solo sé que esa pequeña criaturita no tiene la culpa de los errores de él, ¿lo cuidarás cierto? —le pregunto mirándola a los ojos.

—Lo haré —le prometió vacilante y al fin tomó a la pequeña en sus brazos.

—Te extrañaré mi hermosa Isabella, Isabella Marie Swan, el nombre perfecto para mi hermosa niña —susurró la mujer quien luchaba por tener unos minutos más de vida —. Nunca te olvides de mí, hermana, espero que seas feliz y encuentres el verdadero amor, no dejándote llevar por la belleza superficial como yo lo hice —dijo en un suspiro —. Siempre te recordaré hermana, recuérdalo Carmen —. Observó a la pequeña bebé por última vez para caer en la inconsciencia.

—Te prometo que te recordare, toda la vida —aseguró —, nunca te olvidare Renée.

Observó a la pequeña bebé que ahora dormía en sus brazos, dándose cuenta que era verdad, la pequeña poseía una belleza increíble, sus pestaña eran largas, su piel blanca como la nieve y sorprendentemente caliente y suave mientras que sus labios eran de un adorable rosa. Pero aún con todo aquello no podía quedarse con ella, no después de haber presenciado cómo había nacido, quitándole la vida a su única hermana que tanto quería, fue entonces cuando decidió darla en adopción.

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