Muñeca de cristal

by - septiembre 14, 2012



Esme POV

— ¡Mami, mami, mami! Hoy llegará mi nueva hermanita, ¿verdad? —me preguntó mi pequeño Edward con entusiasmo entrando corriendo a la cocina.

—Sí, corazón, cuando regreses de la escuela estará aquí —aseguré y como respuesta recibí una sonrisa de su parte —. Ahora ve a lavarte los dientes Eddie.

—Sí mami —dijo para salir corriendo hacia el baño.

— ¿Es cierto? —preguntó Alice haciendo un puchero.

— ¿De qué hablas, cariño? —cuestioné mientras acariciaba su oscuro cabello.

— ¿Hoy llegará una nueva hermanita? —solo asentí en respuesta y ella frunció el ceño.

— ¿Qué pasa, corazón?

— ¿Ya no me quieres y por eso estas buscando otra hija? —me preguntó sollozando.

—No cariño, te quiero muchísimo, igual que voy a querer a tu nueva hermanita, y quiero a Eddie y Emmy, pero quiero otra hija para que puedas jugar con ella.

— ¿De verdad podrá jugar conmigo? —preguntó, ahora con el mismo entusiasmo que Edward.

—Por supuesto —dije y empezó a saltar alegremente.

— ¿Por qué salta Alice, mami? —dijo mi pequeño Emmett que observaba a su hermana con curiosidad.

—Tendremos una nueva hermana —respondió Alice a Emmett con alegría y este último abrió los ojos desmesuradamente.

— ¿De verdad? —me preguntó con los ojos rebosantes de alegría.

—Sí —dije y se puso a saltar con Alice mientras yo solté una corta risa.

Me alegraba que mis angelitos se tomaran tan bien la noticia.

—Eddie, Allie, Emmy, es hora de que los lleve a la escuela —anunció mi esposo desde la puerta.

Los tres salieron corriendo después de darme un beso en la mejilla.

—Vuelvo en media hora, cielo; y después iremos al orfanato —me dijo y dejó un beso breve en mis labios.

Una vez que se marcharon subí a mi habitación y me duché para arreglarme rápidamente.

Escuché que el auto de mi esposo aparcaba adelante de la casa y bajé las escaleras apresuradamente para no demorar más tiempo, sonrió al verme tan ansiosa pero no dijo nada y me guío al interior del auto.

Estacionamos frente al orfanato de Forks minutos más tarde y nos recibió una mujer de edad avanzada pero que parecía ser muy amable.

—Buenos días, ustedes deben ser los señores Cullen —dijo sonriendo cálidamente.

—Mucho gusto, yo soy Carlisle y ella es mi esposa, Esme —nos presentó mi esposo.

—El gusto es mío, mi nombre es Heidi —dijo para después invitarnos a pasar —. Bueno, los papeles ya han sido aprobados y tienen la autorización para adoptar, pero antes quisiera que me hablaran un poco de ustedes, ya saben, para asegurarme que a la pequeña que adopten este en buenas manos.

—Mi nombre es Esme, soy ama de casa y ex decoradora de interiores, mi esposo es un doctor muy reconocido —dije dejando evidente el orgullo en mi voz y mi esposo besó dulcemente mi mano —. Tenemos tres hijos adorables, Edward, Emmett y Alice. Edward y Alice son mellizos y tienen ocho años, ellos son los hijos de mi hermana —. Solté otro suspiro de tristeza y Carlisle pasó un brazo por mis hombros tratando de consolarme —. Mi hermana murió en el parto, mi cuñado se deprimió demasiado y yo me dediqué a cuidar de ellos, unos meses más tarde mi cuñado murió pero mientras estaba postrado en la cama me mandó llamar y me pidió que cuidara de ellos — una lágrima descendió por mi mejilla —. Fueron sus últimas palabras, me dijo que eso es lo que hubiera querido mi hermana, los adoptamos unos meses más tarde y desde entonces viven de nosotros, por supuesto que saben que somos sus tíos, pero ellos nos siguen llamando mamá y papá, son encantadores —, dije en un sollozo y después suspiré para calmarme —. Por otro lado, Emmett es el más pequeño y tiene cinco años, nació en Tennessee mientras estábamos de vacaciones —solté un suspiro esta vez de felicidad al recordarlo —. Creímos que yo no podía tener hijos y luego me enteré que estaba embarazada, mi embarazo fue de alto riesgo y el doctor me advirtió que sería el único hijo que podría tener, pero no me importó, la única idea que rondaba mi cabeza era que tendría a mi bebé así que cuando nació, me llené de felicidad —sonreí —. Nos mudamos aquí unos meses después del nacimiento de Emmett —concluí y Heidi asintió.

—Supongo que es todo, tengo entendido que quieren adoptar una niña — asentimos —, más específicamente; ¿qué edad preferirían aproximadamente? —preguntó.

—Umm... unos cuantos meses, prefiero que sea pequeña —asintió y se levantó.

—Síganme, por favor.

Caminamos por un pasillo hasta llegar a una puerta que indicaba que era en donde se encontraban los bebés más pequeños, al abrirla había muchas hileras de cunas con colores azul y rosa respectivamente.

—Pasen —nos indicó —, los dejaré solos, volveré en unos minutos —dijo y salió de la habitación.

Me acerqué con cuidado a las cunas, los bebés eran muy lindos y adorables, algunos dormían mientras que otros lloraban, me rompía el corazón el ver llorar a esos pequeñitos. Sentí como unos brazos me rodeaban y después un beso en la mejilla, sonreí y retomé mi camino. Lo sabía y no lo podía negar, las pequeñas eran muy lindas pero... no eran las indicadas, lo sabía. Seguí caminando y sentí la mirada de mi esposo sobre mí, me volví hacia él y efectivamente, me estaba mirando.

— ¿Qué pasa? —pregunté con curiosidad.

—Es lo que quiero saber, cielo —dijo observándome.

— ¿Por qué lo dices? —fruncí el ceño y él sonrió.

— ¿Es que tienes algún problema con los bebés? —me cuestionó divertido.

—No, ¿por qué? —pregunté y él se encogió de hombros.

—Solo preguntaba —sonreí y negué con la cabeza.

Una vez más seguí caminando con Carlisle detrás de mí, recorrí toda la habitación pero sabía que ninguna era ella, porque simplemente al verla lo sabría, que era la indicada para ocupar un lugar en la familia y en mi corazón, la que sería otra pequeña razón para que me levantara cada día como mis angelitos, pero, ¿en dónde estaba?

—Y bien, ¿ya saben quién será la nueva integrante de la familia Cullen? —preguntó Heidi entrando a la habitación.

—En realidad no —dije con sinceridad y decepción.

—No se preocupen, en otra habitación hay mas bebés y son muy hermosas, pero son mas pequeñitas, tienen solo semanas de nacidas —advirtió y yo asentí.

En vez de salir al pasillo se dirigió a una puerta dentro de la habitación para que al abrirla saliéramos a otra, con una sonrisa y nuevas esperanzas me dirigí a las cunas, tal y como dijo era evidente que esas criaturas eran más pequeñas e igual de lindas.

Caminé alrededor de cada una de las cunas pero una vez más sabia que ellas no eran las indicadas, ¿dónde se encontraba mi pequeña? Sabía que estaba en este orfanato pero, ¿en dónde? Seguí caminando alrededor de cada una de las cunitas sin éxito, ella no estaba aquí, el sentimiento de decepción me inundó una vez más al acabar de observar a cada una de las bebés de esta habitación y no encontrarla, solté un suspiro de resignación.

— ¿No tiene una última habitación? —le pregunté a Heidi que sonrió y asintió.

Una vez más abrió otra puerta en donde había demasiado ruido causado por el llanto de los bebés, y personas de un lado a otro intentando detener el llanto de cada uno, cosa que era imposible, ya que eran demasiados.

—Es la última habitación —dijo Heidi permitiéndonos pasar.

Me acerqué a las cunas y noté que las criaturas parecían aún menores que los bebés de la habitación anterior.

— ¿Cuánto tiempo tienen estos bebés de nacidos? —le pregunté a Heidi.

—Unos cuantos días, son los más pequeños —dijo y asentí.

Seguí caminando, el llanto de los bebés era demasiado ruidoso, cuando me volví hacia mi esposo noté que todo el ruido comenzaba a desesperarlo y solté una risa bajo mi aliento que fue amortiguada con el llanto de los pequeños que se removían en sus cunas reclamando un poco de atención, pero en la esquina había una cunita demasiado silenciosa y tranquila. Extrañada me dirigí hacia ahí, viéndola por primera vez.

Su rostro era dulce y angelical, piel pálida, ojos grandes y de un hermoso color chocolate, rasgos finos y delicados, labios rosas y pestañas largas. Era hermosa. Y supe que era ella la indicada; la observé unos minutos mas y noté que observaba a su alrededor demasiado quieta y con sus ojitos muy abiertos, como si estuviera asustada. Repentinamente sus ojos chocolate estuvieron sobre mí y me di cuenta que ladeaba su cabeza con curiosidad para después sonreírme.

Me perdí en ese gesto y en su devastadora belleza, esa pequeña era perfecta y asombrosa, derrochaba inocencia y ternura, sabía que era ella mi pequeña, la indicada. La decisión estaba tomada sería esta hermosura a la que adoptaría.

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