Cambiemos Esposas

by - diciembre 18, 2012



Irritación.

La palabra llegó a la mente de Jasper fugazmente mientras miraba a la pelinegra a su lado, él pensó que no habría mejor palabra para describirla. Sentándose en el extremo opuesto del amplio sillón de cuero color caramelo, en la lujosa camioneta, rogó porque no faltara demasiado para llegar.

Y no pudo evitar lanzar un ruidoso suspiró de alivio cuando unos minutos más tarde divisó la casa de campo.

Alice le lanzó una mirada ofendida. Como si no llegase a comprender la razón de su alivio. No había soltado más de unas cuantas frases sobre lo horrible que era el campo, con su olor a estiércol bañando el aire y los minúsculos mosquitos rondando por la noche. ¡Qué exagerado era ese hombre!

Sin detenerse a admirar la fachada de la majestuosa e imponente casa de campo frente a él, Jasper abandonó la camioneta bajando como un bólido con su sencilla maleta de lona en mano. Incapaz de soportar un segundo más escuchando hablar a la loca quejumbrosa que no hacía nada más que encontrar defectos en todo lo que tuviese enfrente.

Dejó caer su maleta en el pórtico sin darle importancia y, nerviosamente, tiró de su cabello, una mala manía que había adquirido de su padre cada vez que sentía que algo lo sobrepasaba.

Ahora habiéndose enterado que tendría que compartir habitación con aquella mujer y dormir juntos, la idea del concurso —que al principio le había parecido ideal— en ese momento le parecía una completa tontería. Intentó imaginarse durmiendo con aquella mujer quejumbrosa y la idea lo abrumó. Sus pensamientos volaron y la escena cambió, ahora era su mujer y el cobrizo durmiendo en una habitación juntos. Sintió su estómago revolverse y abortó aquella imagen de manera fugaz, internamente se preguntó si su Bella ya se habría enterado de aquello.

— ¡Eres un cerdo indecente!

El chillido agudo llegó a sus oídos y sintió que sus tímpanos reventarían si no callaba a aquella escandalosa mujer, no podía recordar una sola vez en la que Bella hubiera montado tal drama.

— ¿Cómo te atreves a dejarme cargar ese pesado equipaje? ¡No tienes modales! ¡Debes aprender a tratarme como la dama que soy!

Suspirando pesadamente recordó sus costumbres sureñas. Habiéndose criado en Forks desde los cinco años le era difícil recordarlas, pero haciendo amago de sus nobles valores, escapó de los gritos escabulléndose hacia la segunda planta, con los chillidos apagándose conforme avanzaba.

Exhaló el aire y mirando el atardecer se preguntó cómo sobreviviría las siguientes semanas al lado de esa histérica mujer.

.

Bella vaciló ligeramente al entrar a su habitación, sin saber que esperar dentro.

Ligeramente iluminada por los escasos rayos de la puesta de sol, pudo vislumbrar las maletas vacías en la entrada y la ropa pulcramente acomodada en el gran vestidor de dimensiones exageradas. La luz amarillenta natural le daba a la habitación un toque irreal. La colcha dorada parecía brillar como oro puro.

Se sentó en el borde de la cama cuidadosamente. Como si su sola presencia pudiese arruinar aquella mágica imagen.

Se sobresaltó ligeramente al escuchar la puerta de baño abrirse y llevándose una mano al corazón que había saltado en frenéticos latidos se volvió a mirar. Un ligero jadeo la delató antes de que saltara cerca de la puerta de terraza con los ojos firmemente cerrados.

Edward mostró una pequeña sonrisita arrogante al percatarse de que no le era indiferente.

— ¡Lo siento! —exclamó.

Bella inspiró lentamente.

—No pasa nada —balbuceó.

La imagen se reproducía en su mente repetidamente. Los pectorales bronceados, perfectamente trabajados de Edward y sus gruesos bíceps al descubierto; los voluminosos músculos marcándose con presunción y desfachatez. Sus abdominales de apariencia dura y firme parecían llamarla a pecar con solo mirarlos. Una pequeña toalla blanca cubriendo aquella piel lisa, casi como una burla a la admiración de tal belleza. Estaba casada y amaba a su esposo. Pero no era ciega y Edward estaba muy bien dotado además, de su rostro anguloso y atractivo; su mentón fuerte y sus ojos ardientes, penetrantes. Pequeñas gotas de agua se deslizaban por el dorado cuerpo varonil.

Suspiró pesadamente y su voz cortó aquel incómodo silencio.

—Saldré unos momentos para que puedas vestirte.

Azotando ligeramente la puerta abandonó la habitación, dejándola sumida en un sepulcral silencio.

Edward se sintió ligeramente decepcionado al recibir aquella única respuesta de su parte. Pero se tranquilizó al pensar que tendría varias semanas para conquistarla. La quería y Edward Cullen siempre obtenía lo que quería.

Una pequeña sonrisa maliciosa se dibujó en sus perfectos labios mientras pensaba en su próximo movimiento.

.

— ¡Aléjate de mí! —prácticamente gritó.

La pequeña pelinegra lo miró desconcertada por unos segundos.

Incrédula ante el hecho que le hubiese hablado de ese modo aquel hombre tan correcto y de tan buenos valores. Después una sonrisa socarrona se dibujó en sus labios rojizos.

—Así que Mr. Corrección sabe gritar —se burló con sorna y veneno destilando de sus palabras.

Jasper cerró sus manos en puños y su penetrante mirada celeste repentinamente oscurecida y la fulminó sin piedad. Sus gruesos labios varoniles firmemente apretados, formando una fina línea. Propinándole una apariencia sensual y rebelde. Un par de rizos dorados se esparcían sobre sus ojos. Su apariencia peligrosa y educada, era un imán para cualquier mujer que lo voltease a ver.

Evitando contestar aquella descarada provocación a la ira.

Resopló.

Con paciencia tomó una profunda respiración e hizo caso omiso a aquel comentario mal intencionado.

Alice sonrió maliciosamente al ver logrado su cometido, sus labios delicados ligeramente curvados.

— ¿Evadirás mi comentario? —Suspiró dramáticamente— ¡Vaya! Me esperaba más de ti —exclamó con falso pesar.

Llevó una mano a su frente de porcelana e hizo una mueca exagerando su evidente actuación, sus ojos cerrados y su rostro distorsionado por una tristeza que no sentía.

Jasper la miró enarcando una ceja a su exagerada puesta en escena.

—Podría decir lo mismo. No imaginé que serías tan insoportable. En estos momentos, me pregunto cómo es posible que estés casada.

Alice lamió sus labios provocativamente —dejando de lado su papel— al identificar el momento perfecto en que los instintos de su indiferente sureño eran más sensibles a la inercia inevitable y miró el brillante esmalte rosa que cubría sus uñas.

—El odio es un sentimiento ardiente —murmuró.

Levantó la mirada hacia Jasper, sus largas pestañas oscuras enmarcando la hechizante intensidad de su mirada y sonrió melosamente.

Él extendió una sonrisa brillante y atractiva en respuesta. Se acercó a Alice con movimientos fieros, bruscos pero llamativos, al detenerse frente a ella se inclinó y susurró tentativamente en su oído.

— ¿Y quién mencionó el odio? —Su burla se filtraba en su voz— No tendrás el placer de provocar un sentimiento tan importante en mí. Game over. Piensa mejor tu próxima jugada.

Lanzándole una última mirada al paralizado cuerpo de la menuda mujer abandonó la habitación satisfecho consigo mismo y sus arraigados valores que le impidieron llevar aquella discusión a otro nivel.

"Lo lograremos, Bella"

Sonrió con alegría.

.

La guapa morena se inclinó sobre el borde del balcón para apreciar el paisaje bañado de plata. Deslizó sus pálidas manos sobre sus brazos desnudos buscando el calor que proporciona la fricción, cuando una fresca brisa golpeó su cuerpo.

Maldijo internamente su ligero pijama.

Tiritó.

Finalmente con una última mirada al bosque plateado, decidió volver a su habitación.

Sin la habitual resonancia urbana, los constantes gritos de sus diversos vecinos o los molestos ladridos de la mascota de la malhumorada mujer de la habitación del frente, el silencio rural le parecía casi escalofriante y vacío.

Solo acompañada con el rítmico golpeteo de sus pasos y el silbido del viento, se sintió más sola que nunca.

En la habitación oscura y nebulosa pudo divisar la silueta masculina de Edward que, expectante esperaba que se uniese a él en la, repentinamente, inmensa cama.

Dudó.

Edward carraspeó.

Sentía la garganta seca ante la imagen que Bella proporcionaba. De espalda a la luz lunar casi parecía poseer un desconcertante halo de luz platina. Sus pequeños y apretados shorts y su blusa ligera hicieron crecer inevitablemente su entrepierna. Repentinamente sintió sus jeans demasiado ajustados.

Jamás había deseado de tal modo a alguien.

Internamente se tranquilizó, convenciéndose de que terminando aquel mortificante concurso su apetito sexual hacía la común morena se detendría.

Bella parpadeó.

El brusco carraspeo la despertó de su temporal letargo y por inercia, sus pies comenzaron a moverse hacia su inminente destino. Se detuvo al borde de la cama. Su mano presionó suavemente el material sedoso. Aún indecisa levantó la mirada y sus ojos se enfocaron en Edward, escondiendo una serie de angustias ante el solo hecho de dormir a su lado.

Mordiendo su labio inferior nerviosamente tomó las mantas entre sus manos temblorosas y se cubrió completamente con ellas. Edward sonrió, ignorando el evidente malestar de su compañera de cama, se dejó caer sobre el blando colchón y siguiendo su ejemplo se cubrió con ellas hasta la cintura.

El calor del cuerpo de Bella a su lado lo tentaba.

Sintió sus manos picar por tocar su suave piel lechosa, sus dedos ansiosos por sentir las curvas sutiles de su cuerpo, desesperado por poder disfrutar de su sabor agridulce. Tomaría entre sus manos aquellos montículos tentadores y se hundiría en el cálido cuerpo de la morena, saciando su hambre de ella y apagando el incontrolable deseo que injustificadamente le provocaba.

El deseo recorrió su cuerpo y un estremecimiento subió por su espina dorsal ante sus promiscuas fantasías.

Su mano entró en contacto con el muslo liso de la castaña. Había llegado la hora de tomar la iniciativa y poner en marcha su jugada.

No lo pensó demasiado cuando siguiendo sus más bajos instintos deslizó su palma hasta la cara interna de sus muslos. Cálido. Podía sentir la calidez emanar de su centro, ese botón de placer que se escondía entre sus piernas, rogando por ser tocado. Su piel de satín no ayudaba en su autocontrol. Impulsivamente sus manos subieron un poco más…

El repentino manotazo lo tomó desprevenido.

Parpadeó desconcertado.

Bella salió de la cama de un salto. Sus facciones eran duras, frías y sus manos se cerraban en puños firmes, marcando la blanca piel de sus nudillos. Dispuesta a utilizar los básicos movimientos de auto defensa que Jasper la había obligado a aprender.

Edward salió de la cama y la castaña inmediatamente tomó entre sus manos la hermosa lámpara violeta de cristal cortado con extravagantes figuras talladas, extendiéndola frente a ella como un arma de protección personal.

—No te atrevas a acercarte —advirtió.

Retrocedió un paso y apretó su agarre en la lámpara.

Edward levantó ambos brazos con las palmas abiertas en señal de sumisión. Ella suspiró y lo miró con fuego ardiendo en sus grandes ojos chocolate.

— ¿Qué pensabas al hacer eso? Estoy casada, y tu también. Creí que habías comprendido las reglas de este concurso —reclamó.

Edward suspiró.

Reconoció su error al haber actuado tan rápido, debió haber esperado al menos un par de semanas. Pero su descontrolado apetito sexual le había proporcionado un momento de estupidez. Ahora debía encontrar una manera de arreglar su repentino arranque de descontrol.

—Yo… lo siento, Bella. No sé que me pasó. Prometo que mantendré mi distancia.

La mirada que le dio en respuesta confirmó que aquello sería más difícil que un par de palabras arrepentidas. Ella lo miraba con desconfianza a pesar de la falsa sinceridad en su voz al disculparse.

Bella bufó ligeramente y enarcó las cejas con incredulidad.

—No dormiré contigo después de esto —sentenció.

Edward frunció el ceño y contuvo el gruñido que luchaba por escapar de su pecho.

Eso sabotearía todos sus planes. Era la primera noche y su desliz había sido garrafal, probablemente muchas de sus distintas maquinaciones deberían ser modificadas después de eso. Mostró una sonrisa arrepentida, y escondiendo sus pensamientos insanos, caminó hasta el mullido sillón de terciopelo moderno color naranja brillante, bufando y refunfuñando mentalmente al ver todos sus planes destrozados.

Tendría que empezar de cero.

Siseó.

Su mente rápidamente maquinando nuevas maneras de acercarse a ella y lograr su promiscuo cometido. Había comenzado. La deseaba y no se detendría a pensar en las consecuencias de sus actos, tendría tiempo para meditarlo después de disfrutar del cuerpo de su tentación personal.

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1 comentarios

  1. eres la mejor sigue pronto esta historia me encantoooo *o* <3!

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