Capítulo 1 ¿Súper humanos?
Capítulo 1
Un don no siempre es bueno
Forks, Washington
Dos años antes…
Su mirada escudriñó cada árbol y cada pequeña planta que adornaba el parque. Frunció el ceño cuando el ahora conocido sentimiento de déjà vu la tomó desprevenida.
Siempre había sabido que era diferente.
Los niños corrían por todo el parque inundando el ambiente con sonoras carcajadas, y de vez en cuando con sus gritos cuando armaban algún berrinche ocasional; ella era igual a ellos en ese aspecto, su diferencia iba más allá que los simples comportamientos superficiales.
Con el paso del tiempo, se comenzaba a acostumbrar a soñar las cosas antes de vivirlas. Ella sabía que eso no era normal y a sus diez años de edad comprendía que era diferente de un modo quizás imposible.
Varias veces se había preguntado qué estaba mal con ella.
Desvió su mirada hacia su gemela que dibujaba en una hoja blanca de papel, su ceño fruncido en concentración.
—Bella —le llamó.
Ella murmuró en respuesta, levantando ligeramente la mirada hacia ella. Alice arqueó las cejas, ahora insegura de compartir su secreto con su hermana.
Soltó un profundo suspiro. Armándose de valor.
—Yo… —vaciló—, he vivido esto antes...
Bella enarcó las cejas con incredulidad ante las palabras de su hermana.
—Tal vez sólo estás confundiendo el lugar Alice, nunca habíamos venido a este parque, es imposible haberlo vivido antes —sonrió Bella.
Alice negó con la cabeza efusivamente.
—No —dijo con terquedad—, he vivido esto antes… en… —se detuvo unos segundos y después balbuceó rápidamente, con la esperanza de que lo dejara pasar—: un sueño.
Bella frunció los labios y la miró fijamente unos minutos.
—Alice…
—Es verdad Bella. —Aseguró mirándola a sus expresivos ojos chocolate, iguales a los suyos—. Si todo sigue igual que en mi sueño Rosalie se va a caer cerca de los columpios, Emmett y Jasper van a correr a ayudarla, y mamá le pondrá uno de nuestros curitas a su rodilla raspada…
El llanto agudo de Rosalie detuvo las palabras de Alice, Bella se volvió a mirar la escena inmediatamente, ligeramente impresionada.
Rosalie pasaba su mano sobre su rodilla con las lágrimas escurriendo por sus mejillas, mientras Emmett y Jasper la ayudaban a ponerse de pie, acariciando su cabello en un silencioso consuelo.
Reneé había acudido a ellos al escuchar el llanto de la pequeña rubia, la tomó entre sus brazos y lavó la herida minuciosamente para después colocar un curita en su herida, había comprado esos curitas ya que Alice y Bella se caían con demasiada frecuencia a causa de su torpeza.
Bella apartó la mirada y miró a Alice con incertidumbre, no estaba convencida de que su hermana no le estuviera jugando una broma, o tal vez se trataba simplemente de una coincidencia, pero el suceso era extraño por decir poco; Alice le devolvió la mirada tímidamente, a la espera de su reacción.
Las hermanas Swan siempre habían mantenido una relación muy estrecha, no había secretos existentes entre ellas, siempre se habían protegido mutuamente y encubierto las travesuras de la otra. Siempre había sido así. Y Reneé al igual que Charlie se sentían orgullosos de la estrecha relación que mantenían sus hijas y la unión que demostraban cuando se ayudaban la una a la otra.
Bella expulsó todo el aire que contenían sus pulmones, empezando a hacerse a la idea de lo que su hermana menor le estaba diciendo en ese momento. Alice no podía estarle mintiendo, no era algo que ella haría.
¿Pero cómo era posible algo así?
Alice agarró su mano entre las suyas y le dio un ligero apretón.
—Está bien Bella, yo tampoco lo creería de no ser porque a mí me está pasando —le dijo con una pequeña sonrisa.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Bella, ignorando sus palabras.
Alice apretó los labios en una fina línea, intentando contener las lágrimas que luchaban por desbordarse de sus ojos achocolatados.
—Soy anormal, ¿no es así Bella? Soy algo extraño… un fenómeno… —balbuceó entre sollozos.
Bella abrazó a su hermana pequeña con fuerza, negando con la cabeza. Y dejando todas sus dudas de lado al percibir su reacción, no había manera en que Alice reaccionara de ese modo si se trataba de una broma.
—Claro que no eres extraña, ni un fenómeno Alice. Eres especial, jamás dudes de ti misma —dijo sonriendo mientras acariciaba su cabello azabache.
Alice levantó la mirada hacia su hermana que le sonreía con sinceridad, inevitablemente le devolvió la sonrisa también.
—¿Eso crees? —musitó en voz baja, dudosa.
—Claro que sí —asintió Bella.
Alice enarcó las cejas y después de unos minutos, sonrió ligeramente.
—¿Soy como Cheetara*? —preguntó Alice con entusiasmo y una sonrisa en su rostro.
Reneé muchas veces se había preguntado si hacía algo mal como madre al no poder ayudar a su hija más pequeña. Bella siempre había sido la única con el poder de consolar a Alice o hacerla cambiar de idea respecto a algo, la conocía lo suficiente para persuadirla.
Bella siempre había sido su salvación.
—Claro, vas a ser una superheroína espectacular —contestó Bella con una sonrisa.
Alice recostó su cabeza en las piernas de su hermana, procesando la idea, y Bella se dedicó a pasar sus manos continuamente por su oscuro cabello, en un intento por confortarla.
Después de varios minutos descubrió que le encantaba la idea de ser una superheroína, y probablemente Bella tenía razón, tal vez ella era especial, y no extraña o un fenómeno, como muchas veces la habían llamado en el instituto.
Una vez más, agradeció silenciosamente a su hermana.
Edward miró a la distancia a Bella, que estaba sentada sobre el mantel de cuadros rojos con Alice recostada en sus piernas profundamente dormida.
Había presenciado la plática de las hermanas Swan desde el lugar en el que se encontraba, no sabía la razón por la que lloraba Alice, pero después de varios minutos conversando con su hermana, finalmente se había recostado en las piernas de Bella hasta quedarse dormida.
Sonrió al recordar cuántas veces Emmett, al igual que Bella, lo había calmado y animado.
Levantó la mirada cuando escuchó unos silenciosos pasos acercándose.
—¿Qué pasa Edward? —preguntó Emmett sentándose en el columpio a su lado.
Edward se encogió de hombros.
Emmett frunció el ceño hacia su respuesta neutral, siempre se había preocupado demasiado por su hermano, sentía que era su deber cuidar de Edward, ya que siempre había sido tan retraído y solitario. Le preocupaba que pasara tanto tiempo solo; con los únicos que hablaba era con sus cuatro amigos, que ambos conocían desde siempre, y en el instituto evitaba hablar con sus compañeros de clase. Era toda una suerte que todos estuvieran en el mismo grado.
—Deja de preocuparte Emmett, soy de pocos amigos —le dijo Edward con una sonrisa ladeada.
Emmett lo miró perplejo por unos minutos.
—¿Adivinando lo que pienso? Deja de meterte en mi mente —contestó, golpeando su brazo juguetonamente.
Emmett soltó una carcajada negando con la cabeza mientras Edward reía.
Emmett todavía no lograba acostumbrarse al secreto que Edward le había revelado hacía un par de meses atrás. Que su hermano tuviera la capacidad de adivinar lo que las personas pensaban con tanta precisión era casi imposible, pero cierto. Y lo había aceptado cuando a pesar de sus intentos por ocultar sus pensamientos, su hermano los adivinaba, al igual que los de cualquiera a su alrededor.
Elizabeth y Edward amaban mucho a sus hijos y eran su más grande orgullo, así que después de un tiempo, a pesar de los intentos de Emmett persuadiendo a su hermano para hablarlo con sus padres, habían acordado no mencionárselo, muy a su pesar, puesto que Edward odiaba tanto su habilidad, que se había opuesto rotundamente a que lo supieran.
Suspiró. De ese modo sería imposible darle un regalo sorpresa a Edward algún día.
—Prometo que si me lo pides, me mantendré alejado de tu mente —murmuró Edward con una sonrisa burlona.
Emmett sonrió.
—Claro que lo harás —contestó—. Ahora vamos a jugar, el balón que nos regaló mamá está escondido en la cajuela del auto —dijo Emmett con una sonrisa traviesa.
Edward esbozó una gran sonrisa en respuesta.
Sabía que su hermano había escondido el balón nuevo que les había regalado su mamá, pese a que ella le había prohibido llevarlo, ya que la última noche rompió la ventana del auto de Cris, su vecino, mientras jugaban quemados en el patio trasero.
Siguió a su hermano hacia el auto sin protestar.
Su madre diría que Emmett era un revoltoso cuando los descubriera, pero no podría haber deseado un hermano mejor.
—Con cuidado Rosalie, puedes caerte —reprendió Jasper a su melliza, al verla correr hacia los columpios.
Rosalie volvió el rostro con una gran sonrisa en sus labios rojizos. Adoraba ver lo mucho que su hermano se preocupaba por ella.
—No me voy a caer de nuevo Jasper —su risa tintineó en el viento.
Jasper negó con la cabeza, sin embargo esbozó una pequeña sonrisa. Siguió a su hermana en silencio, sabía que pelear con ella era imposible, tal vez no era tan terca como Bella y Alice, pero tenía lo suyo.
Se dedicó a columpiarla perdido en sus pensamientos.
El que Rosalie supiera que él era diferente no le agradaba ni un poco, hubiera preferido que ella jamás lo supiera, pero había sido una batalla perdida desde el principio, ya que después de todo ella lo había averiguado sin que él dijera una sola palabra, cuando apenas tenían seis años.
—Jasper —susurró Rosalie, deteniendo el movimiento del columpio con sus pies.
—Dime.
—Qué se siente… tú sabes, ¿captar las emociones de la gente? —preguntó, levantando la cabeza hacia él, con sus ojos grises brillando al sol.
Jasper apretó los labios en una fina línea para finalmente suspirar.
—Bueno Rosalie… no lo sé, las personas son tan distintas. —Su expresión se ensombreció. Enfocó la mirada en la distancia y pudo divisar a sus padres, hablando animadamente con los padres de sus amigos, mientras tomaban sus manos sobre la mesa. Sonrió—. Pero puedo garantizarte que papá y mamá nos aman.
—¿En verdad? —preguntó Rosalie con una sonrisa.
—Sí, ellos en verdad nos quieren como a nadie más.
—¿Qué hay de las emociones de otras personas? —preguntó Rosalie con los labios fruncidos, a la espera de su respuesta.
Jasper vaciló antes de hablar.
Era una suerte que su hermana pequeña no compartiera su don, pues entonces sabría que el mundo estaba podrido. Sonaba tan dramático, pero era verdad.
Las personas son interesantes, siempre están buscando su bienestar, sin importar a quién perjudique aquello, más sin embargo siempre puedes escucharlos lamentando su falta de afecto genuino, sin tomar en cuenta que son sus acciones las que han encaminado su vida. Como su padre siempre decía: “Lo que siembras, cosechas”. Y pese a que era tan joven para comprender de lo que hablaba, lo hacía.
Miró a su hermana, el pensar que ella pudiera pasar por lo mismo le hizo estremecerse, alejó rápidamente esos pensamientos de su mente.
Esbozó la sonrisa más sincera que pudo.
—Cada persona es diferente, Rosalie —respondió de manera evasiva y se encogió de hombros, restándole importancia.
Ella lo miró unos minutos y finalmente asintió, sabía que no obtendría más que aquella respuesta escueta.
Jasper suspiró y se dedicó a seguir columpiando a Rosalie, agradeciendo internamente a quienquiera que esté allá arriba, que su hermana tuviera la oportunidad de ser una persona normal.
Si algo podían tener en común Alice, Edward y Jasper era que, además de ser amigos, compartían los pensamientos de querer ser normales. Cualquier persona común habría codiciado tener los dones que ellos poseían, mientras ellos anhelaban lo contrario.
Tener un don, no siempre era tan bueno como parecía.
*Cheetara: Personaje de Thundercats.
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