by - septiembre 07, 2014



Me inmovilicé en medio de la sala, mi rostro demostraba todo el terror que sentía y no podía dejar de mirar fijamente a mi papá que me observaba con ansiedad y preocupación.

Hizo el intento de acercarse pero lo rechacé retrocediendo, esbozó una pequeña mueca de dolor ante mi gesto, pero estaba asustada, no quería que se acercara demasiado a mí, al menos hasta que aclaráramos cómo lo sabía y qué pasaría conmigo, esperaba que no me odiara, no se lo había dicho para que todo siguiera igual, pero aparentemente mis esfuerzos fueron en vano.

Unos fuertes brazos se enroscaron en mi cintura y por la esencia reconocí a Edward, sentí tanta protección que no pude evitar esconder mi rostro en su pecho mientras las lágrimas brotaban de mis ojos. Comenzó a acariciar mi espalda suavemente en un intento por calmarme y seguí sollozando entre sus brazos. Sabía que no tenía ni idea de qué era lo que pasaba, pero si ahora mi papá lo sabía, había llegado la hora de que toda la familia Cullen lo supiera.

Suspiré y me volví hacia mi papá, aún entre los brazos de Edward, no sería capaz de soportar esto si no sentía la protección y calma que él me producía.

Mi papá me miraba con dolor, angustia y preocupación, sus ojos eran un mar de sentimientos, todos y cada uno de ellos dirigidos a mí.

—¿Cómo lo sabes? —mascullé casi inaudiblemente.

Se tensó y permaneció en silencio.

—¿Desde cuándo? —Insistí.

—Antes de que te marcharas en 1918 —contestó.

Me congelé, ¿lo sabía desde hace más de un siglo?, ¿cómo rayos había pasado?, ¿y por qué nunca me dijo nada?

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Esperaba a que estuvieras lista y pudieras decírmelo sin incomodarte.

Culpa. Demasiada culpa.

Sentía que me ahogaba de un momento a otro, esperó más de un siglo para que estuviera lista y poder decírselo, ¿merecía eso? no, por supuesto que no. Pero otra duda surgió en mi mente, lo sabía desde hace más de un siglo, bien, entendí esa parte, ¿pero por qué había decidido decirme que lo sabía justo ahora?, ¿por qué en este momento?

—¿Por qué me lo dices ahora?

Frunció el ceño con preocupación.

—Los Vulturi —susurró.

Me tensé entre los brazos de Edward que me apretaron más fuerte, los Vulturi, ¿qué tenían que ver ellos con esto? Lo miré fijamente, era tan cómodo que nos entendiéramos de esta forma.

—Te buscan —contestó a mi pregunta no formulada.

Ahora fue Edward el que se tensó, acaricié su brazo para tranquilizarlo, funcionó un poco pero pude sentir que aún estaba preocupado.

—¿Por qué te buscan los Vulturi? —preguntó Edward entre dientes.

Suspiré y fue hasta ese momento en que me di cuenta que todos los Cullen estaban en la sala y habían presenciado la pequeña plática que tuve con mi papá, esperaban que respondiera la pregunta que había formulado Edward con aire expectante y ansioso.

—Creo que llegó la hora de que sepan mi historia —murmuré mirando a cada uno a los ojos.

—¿Deberíamos sentarnos? —preguntó Emmett.

Sonreí.

—No será necesario, conocerán mi historia, a mi manera —dije cerrando los ojos.

Sentí el típico mareo al que ya estaba acostumbrada, pero todos los Cullen soltaron un jadeo cuando lo sintieron, reí un poco.

Abrí los ojos y reconocí el lugar. Mi antigua casa. Cuando era una niña y vivía con mis padres.

Estábamos enfrente de la puerta principal, recordaba el día de hoy y lo que pasaría, todos los Cullen miraban alrededor con curiosidad, la casa era pequeña y un pasillo nos guiaba hacia las habitaciones, que sólo eran dos, las paredes de un color crema le daban a la casa un aspecto hogareño, pero para mí este lugar fue todo menos un hogar.

—¿En dónde estamos? —preguntó Emmett.

Sonreí, había tardado mucho en preguntar.

—Estamos en mi pasado, esta era mi casa.

Todos me observaron atónitos pero no tuvieron tiempo de comentar nada porque en ese momento se escuchó una voz infantil a la distancia.

—¡Mami, mami! —gritó, al instante reconocí mi voz.

Una pequeña niña con un vestido celeste un poco desgastado salió de la segunda habitación con una gran sonrisa, corrió hasta la cocina en donde se encontraba Reneé, mi madre.

Los Cullen me miraron y después a la niña que saltaba y hablaba alegremente.

—¿Eres tú? —preguntó mi papá emocionado.

Asentí.

—Sí, soy yo.

—Eras una niña muy hermosa. —Alabó Esme.

Sonreí.

—Gracias, Esme.

Los demás se quedaron contemplando a la niña energética que era cuando tenía cinco años. Observé la reacción de Edward cuidadosamente, no apartaba la mirada de la niña que revoloteaba por la casa, cuando sintió mi mirada me miró y sonrió.

—Hermosa es quedarse corto —murmuró en mi oído.

—Gracias —mascullé avergonzada.

Su sonrisa se amplió.

—¡Vamos Isabella, tenemos que ir al mercado! —gritó Reneé.

Mi pequeña yo salió corriendo y se colocó un suéter, siguió a Reneé hasta salir de la casa, después de un portazo ambas desaparecieron y todo se sumió en el silencio. Cerré los ojos una vez más.

Cuando los abrí nos encontrábamos en el mercado, estábamos en una esquina en la que podía ver como Reneé y mi pequeña yo compraban lo necesario para la cena. Después de unos minutos la niña se aburrió y comenzó a ver a su alrededor tarareando una canción. Sus ojos se iluminaron repentinamente al ver unas muñecas que estaban en el puesto justo frente a nosotros.

Se dirigió hacia ahí y miró las muñecas fascinada, había grandes y pequeñas, con vestidos de diferentes colores, todas eran muy lindas.

Los Cullen seguían mirando a la pequeña sin perder detalle de lo que hacía. Incluso Rosalie que extrañamente miraba a mi pequeña yo con anhelo y adoración, fruncí ligeramente el ceño ante eso.

Un niño se acercó al puesto al ver a la niña allí, los Cullen fruncieron el ceño confundidos, ni siquiera respiraban a causa de la expectación, observaban minuciosamente al niño y a mi pequeña yo sin perder detalle de lo que sucedía. Repentinamente el niño jaloneó el cabello de mi pequeña yo, ella frunció el ceño enojada.

—Déjame —dijo enfurruñada con su vocecita infantil.

El niño sonrió al verla enojarse.

—No quiero hacerlo, es divertido hacerte enojar.

Y como si quisiera enfatizar lo que había dicho volvió a jalar de su cabello con más fuerza logrando tirarla al suelo y después rió. Pude ver como en los ojos de la niña se formaban pequeñas lágrimas que rápidamente limpió con la manga de su suéter y se levantó del suelo. Para este momento los Cullen querían asesinar al niño, sonreí, eran tan buenos conmigo.

Volví mi mirada a mi pequeña yo una vez más y noté que su mirada había pasado a enojo, puro y potente enojo, tomó las manos del niño cuando este intentó volver a tirar de su cabello, cuando lo tocó se pudo ver como sus manos cambiaban a un color rojo y pequeñas chispas de fuego salieron. El niño comenzó a chillar y gritar. Los Cullen quedaron con la boca abierta, Emmett sonrió orgulloso.

—¡Bien hecho pequeña Bella! —dijo alegre al ver que mi pequeña yo se había defendido.

Solté una risita.

—¡Me quemaste!, ¡me quemaste! —gritaba el niño llamando la atención de todos.

—¡Qué llorón! —masculló Jasper.

Rápidamente la gente se aglomeró para ver el pequeño espectáculo, el brazo del niño estaba rojo y marcado, realmente parecía una quemadura, todos vieron a la niña a su lado como un bicho raro, Reneé rápidamente la jaló para llevarla a casa.

Suspiré.

—Se ve enojada, ¿te van a castigar? —preguntó Alice.

Suspiré otra vez con pesadez y asentí.

—¿Bromeas? —Inquirió Emmett—. No fue tu culpa, sólo te defendiste.

—Díselo a ella —contesté sarcásticamente.

Emmett bufó y se cruzó de brazos como un niño pequeño.

—Eso es injusto.

—Lo es —murmuré.

Les mostré mi pasado y cada uno de los incidentes que había tenido, hasta que Charlie y Reneé me impedían salir porque la sociedad me categorizaba como anormal. Los Cullen soltaron resoplidos ante eso.

Los llevé hasta un día en particular, el día que para mí era el peor que había vivido, pero que era necesario que conocieran. Estábamos en mi antigua habitación y mi pequeña yo, ya de once años, se revolvía entre las sábanas intranquila, los Cullen me miraban con muchas dudas, no entendían que era lo que hacíamos viendo dormir a la pequeña. Por la mañana la niña tenía el rostro sombrío.

Entró a desayunar con Reneé y Charlie mirándolos enojada.

—Me van a abandonar. —Les acusó después de unos minutos de silencio.

Ambos abrieron los ojos como platos y la observaron sorprendidos.

—¿Cómo lo sabes? —Inquirió Reneé.

—Lo vi —contestó monótonamente—, ustedes me van a entregar al orfanato de Forks.

Ambos la miraron como si estuviera loca y los Cullen la miraron con asombro.

—¿Tenías poderes siendo una niña humana? —preguntó Jasper asombrado.

Asentí.

—El problema de mi vida —susurré.

Cerré los ojos y aparecimos frente a la casa, unas horas más tarde de lo sucedido por la mañana.

Ahí estaba el hombre que me llevaría al orfanato y que era dueño de todo, la niña lloriqueaba mientras Charlie y Reneé la intentaban entregar, sin éxito. Suspiré y nos trasladé al interior de la casa para que vieran mejor qué era lo que sucedía.

—No, mami, papi —chilló—, los quiero mucho, ¡voy a obedecer siempre! Lo juro. —Lloriqueó.

Charlie y Reneé se limitaron a observarla sin emoción en sus rostros. El hombre la miraba con una sonrisa, la niña se estremeció levemente, ya sabía lo que pasaría. La intentó jalar hasta una habitación, pero ella se resistía. Rosalie se plantó frente a la niña junto con Carlisle y Edward para protegerla. ¿El problema? No podíamos hacer nada, y ellos lo descubrieron en el momento en que el hombre los pasó de largo como si no estuvieran ahí y la arrastró hasta la primera habitación que encontró.

—¡No!, ¡mami, por favor! Papi, ayúdame. —Se escuchaban los gritos a la distancia.

Cerré los ojos con fuerza, revivir los recuerdos era más duro de lo que imaginé que sería.

Aparecimos en medio del bosque, necesitaba tiempo para recuperarme y ellos para comprender todo lo que había sucedido.

Me dejé caer en la fría tierra sollozando, los recuerdos que por tanto tiempo intenté alejar ahora estaban frescos en mi mente, me había costado tanto trabajo imaginar que Charlie y Reneé me habían querido, imaginar que mi vida humana había sido de otro modo, que al menos había alguien que se preocupara por mí, pero no era así y era hora de enfrentar mi realidad.

—¡Cómo se atrevieron a entregarte de ese modo! —gritó Rosalie indignada.

—Eras sólo una niña. —Sollozó Alice.

—Debieron de protegerte, eran tus padres —dijo Esme entre hipidos.

Los hombres de la familia Cullen permanecían en silencio con expresiones de shock y furia contenida en sus rostros. Me levanté del suelo e intenté esbozar una sonrisa, pero salió como una mueca, me miraron con tristeza.

Cerré los ojos una vez más.

A regresar a los recuerdos.

Estábamos frente al orfanato, la pequeña construcción que para mí fue el infierno, nos acercamos y al entrar se escuchaban gritos de niños, muchos gritos, al entrar habían muchas personas dando órdenes y golpeando a los pequeños sin motivo alguno. Esa era mi vida, a la que me había acostumbrado a vivir, decidí no torturar más a los Cullen viendo todo esto y nos transporté cinco años después.

A la distancia vimos salir a una muchacha del orfanato intentando no hacer ruido y cuidando cada uno de sus pasos asegurándose de no tropezar con nada, Edward me lanzó una mirada fugaz.

—Eres tú —susurró.

—Sí.

Todos prestaron más atención a los movimientos de la muchacha después de saber quién era. Se adentró en el bosque mirando hacia atrás cuidadosamente, vigilando que nadie la siguiera. Fuimos tras ella, se adentró en el bosque y ante el más mínimo ruido se alteraba, estaba asustada y quería alejarse todo lo posible del orfanato. Después de unas horas de caminar se detuvo y se recostó en un tronco caído que encontró.

Escuchamos que se aproximaban y al ver al hombre de ojos carmesí a sólo unos metros de distancia de la muchacha todos gruñeron en advertencia.

—Tranquilos —musité en un intento de calmarlos.

—¿No podemos hacer nada para impedirlo? —preguntó mi papá alterado al ver como cada vez se acercaba más, dispuesto a transformarme.

Negué.

—Nosotros somos como una ilusión aquí, se podría decir que somos fantasmas —dije intentado explicarlo mejor—, estamos aquí y podemos ver qué es lo que pasa, pero no podemos cambiarlo, porque ya pasó.

Todos suspiraron ruidosamente a causa de la impotencia que sentían.

El grito que emitió mi otra yo interrumpió nuestra charla y todos le prestaron atención inmediatamente. Diecinueve horas más tarde ella abrió los ojos que eran de un extraño carmesí achocolatado. Todos los Cullen se acercaron más para poder ver sus ojos bien, aunque no era necesario.

—Un lindo color —dijo Alice sonriente.

—Diecinueve horas —masculló Jasper.

—Sí, diecinueve horas. —Le di la razón.

—¿Por qué te transformaste en diecinueve horas? —preguntó Emmett.

Lancé una mirada rápida hacia mi papá, que asintió sonriendo, infundiéndome ánimos para confesar mi más grande secreto.

—Ahora que saben mi pasado, llegó la hora de que sepan quién soy —dije vacilante.

Esperaba que me comprendieran y no me odiaran.

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