by - septiembre 07, 2014



Me senté en el marco de la ventana a ver el atardecer y sin poder evitarlo me pregunté cómo es que el tiempo había pasado tan rápido, hace exactamente un siglo que me alejé de mi papá, y todavía, seguía doliendo tanto como ese día.

Mi existencia no era nada sin mi papá, él lo era todo. Suspiré. El día que lo conocí, cuando le pedí permiso para trabajar, el alboroto que armó cuando se enteró que tenía un novio humano, mis diversos cumpleaños a su lado, los recuerdos desfilaron en mi mente mientras yo me hundía en la tristeza, pero, ¿qué podía esperar?

Había pasado un siglo desde que me separé de mi papá. Mi papi. Y otra punzada de dolor me atacó el recordar su rostro, el cariño que me tenía y que probablemente se estaría culpando por mi partida.

Era increíblemente imposible que hubiera pasado un siglo desde que me separé de él, sólo un siglo, que a mí me parecía una eternidad, ¿cómo es que había llegado a esto?

Por ser tan tonta. Me contestó mi muy traicionera conciencia, ¿pero qué podía decir? Tenía razón.

Aunque claro, ahora tenía más razones para disfrutar de mi eternidad, para ser feliz, pero no lo era. Después de que busqué a mi papá en el hospital decidí darle su espacio y me dediqué a viajar por el mundo.

Estuve en cada lugar del continente americano, tratando de distraer mi mente, pero nada funcionaba. De ese modo había decidido ir a Francia, siempre había soñado con ir a ese hermoso lugar que por alguna razón me llamaba la atención.

Estuve allí un tiempo y en una de mis cacerías conocí a Kayla, Kristie y Kevin. O como ahora los llamo mis hermanos.

Al inicio me mostraba renuente a tener algún tipo de lazo afectivo con ellos, ¿cómo sabía que no pasaría lo mismo? Así que me fui sin pronunciar palabra. El problema era que por alguna broma del destino a cualquier lugar que fuera los encontraba, llegué a preguntarme si me perseguían, pero confirmé que no lo hacían con sus rostros que al verme mostraban sorpresa y curiosidad.

Varios días pasaron de ese modo, hasta que se dieron el valor de hablarme, desde ese día estábamos todos juntos.

Me contaron de su transformación —aunque ya sabía cómo había sido— los tres eran trillizos originalmente, el primero en ser transformado había sido Kevin, por un vampiro neófito que no tuvo precaución, Kayla y Kristie lo habían encontrado y después decidieron pedirle que las transformara también ya que sus padres habían muerto hacía ya muchos años y no tenían ninguna razón para seguir con su humanidad.

Mis hermanos eran muy peculiares, Kristie era muy bipolar y sus cambios de humor eran bastante constantes; Kayla era la más infantil, adora la creatividad, desde dibujar hasta decorar por lo que se auto nombró la encargada de todo lo que tuviera que ver con eso; y por ultimo Kevin era el típico hermano sobre protector.

Los tres eran pelirrojos y como todo vampiro, perfectos.

Yo les había contado sobre mi padre y las razones por las que ahora no estaba con él ya que me habían preguntado la razón de mi falta diaria de entusiasmo o la evidente tristeza que opacaba mis ojos.

Les conté todo. Claro, a excepción de mi preciado secreto.

Los tres me aconsejaron que lo buscara y arreglara las cosas, pensé que sería buena idea, lo iría a buscar, aunque en este momento no sabía en dónde estaba ya que desde el momento en que nos separamos desactivé todos mis dones y en todo este siglo sigo sin darles uso, no sabía si me afectaría ese hecho.

Suspiré y seguí mirando por la ventana cómo el sol desaparecía.

A mis hermanas les dolía verme de ese modo, pero era inevitable, intentaba cambiar mi actitud y mostrarme más entusiasta, pero al parecer no estaba haciendo un buen trabajo.

—Bella. —Llamó Kristie.

—Dime —murmuré sin volverme.

—Queremos hablar contigo —dijo moviéndose incómoda, simplemente asentí y la seguí hacia la sala.

Sí, teníamos una sala porque Kayla insistió en que la casa estuviera tal cual como la de un humano, aunque no lo necesitáramos.

Me senté en una silla al lado de Kevin que parecía pensativo, mirando la mesa fijamente, Kayla estaba tranquila y no poseía su habitual entusiasmo. Esperé a que hablaran, pero pasaban los minutos y la sala continuaba en un silencio sepulcral.

—¿Pasa algo? —pregunté finalmente.

Todos me prestaron atención inmediatamente.

—Bella, no puedes seguir así —contestó Kevin con seriedad.

—¿Cómo?

—De ese modo —dijo Kayla—, no te mueves, no haces nada. La última vez que saliste a cazar fue hace un mes y medio, no hablas nunca y cuando lo haces tu voz es monótona y respondes sólo monosílabos, ¿quieres que siga? —Negué y ellos suspiraron.

—Bella, debes buscarlo y hablar con él —dijo Kristie y al no contestar continuó—: Si no lo haces nosotros vamos a buscarlo, así que decide.

Mi cuerpo se inmovilizó.

—No me pueden hacer eso —musité.

—Lo vamos a hacer si es necesario —contestó Kevin.

—No puedo, ¿qué se supone que voy a hacer?, ¿que después de un siglo voy a aparecer y ya?, ¡no puedo hacer eso! —dije alterada.

—Bella —dijo Kayla—. He pensado que podrías viajar, no sé, a algún lugar cercano a ti, para que te despejes —musitó con cautela.

—Tienes razón. —Asentí—. Es una buena idea, gracias Kayla —dije intentado dominar mi temperamento.

—Por nada. —Sonrió.

—¿Y a dónde vas a ir? —preguntó Kevin con curiosidad.

—¿Voy?, ¿no vamos todos?

—Bella, este viaje es para que pienses y después puedas arreglar todo. Tú te vas mañana y nosotros llegamos una semana después —contestó Kristie.

—Bueno —dije—, creo… que… me voy… —medité—, a Forks Washington.

—¿Por qué de tantos lugares lindos y glamorosos te vas a Forks? —preguntó Kayla con incredulidad y horror.

—Es en donde nací originalmente —susurré y los tres sonrieron.

—Entonces, Forks será. —Dictaminó Kevin.

Kayla subió corriendo a mi habitación y empezó a empacar con rapidez todo lo que necesitaba según ella.

En dos minutos ya tenía tres maletas y eso eran sólo los accesorios.

A la mañana siguiente los tres me llevaron al aeropuerto y después de despedirnos subí al avión.

El vuelo fue largo y tedioso, el estar en Forks era un alivio para mí, extrañaba la lluvia que caracterizaba el lugar, aspiré el aire fresco y miré a mi alrededor, había extrañado todo esto, la lluvia y la vegetación peculiar que había en este lugar.

Me instalé en mi antigua casa, la que había utilizado después de mi transformación.

Mis hermanos me habían matriculado en la escuela por vía internet así que mañana tendría que ir. Casi solté un gruñido, estaba aquí para pensar, ¿no?, ¡cómo se les ocurría matricularme en el colegio!

Dejé de pensar en eso y me senté a leer Romeo y Julieta apuesto a que si Kayla me encontrara aquí leyendo sin salir a ver tiendas cercanas o cosas así me arrancaría la cabeza.

En cuanto los primeros rayos de sol iluminaron el cielo me preparé para ir al colegio.

Decidí usar unos jeans ajustados con una blusa celeste y un abrigo, todo sencillo, no quería llamar la atención.

Salí en el Aston Martin que me habían regalado mis hermanos en navidad, no tardé más de cinco minutos en llegar al colegio.

Suspiré y bajé del auto.

Sentí todas las miradas sobre mí, pero las ignoré lo mejor que pude y caminé más rápido para entrar.

—Buenos días. —Saludé a la mujer detrás del escritorio—. Soy Isabella Swan

—Bienvenida —dijo con claro asombro—, aquí están tus horarios y un mapa. —Me sonrió cálidamente pero estudiándome maravillada, contuve el impulso de rodar los ojos—. Espero que te guste Forks.

Si todos me van a ver como usted lo hizo no lo creo, pensé pero forcé una sonrisa y salí del lugar.

Las clases transcurrieron con normalidad a excepción de que todos me miraban, al parecer mi sencillo atuendo no sirvió.

Se presentaron algunas chicas que me invitaron a almorzar y acepté, debía simular ser lo más normal posible.

Caminé con las chicas que me hablaban de cualquier tontería por lo que las ignoré y sólo sonreí, pero, antes de entrar a la cafetería sentí las esencias claras de vampiros, exactamente eran cinco y automáticamente activé todos mis dones mentales, después de un siglo sin haberlos usado, pero parecía como si nunca los hubiera dejado de utilizar.

Cuando entramos por las puertas de la cafetería, una vez más, sentí las miradas sobre mí y me bombardearon los pensamientos de cada persona que estaba allí.

Pero en los que me concentré fue en los de los vampiros, aún sin mirarlos.

Es más hermosa que nosotros.

No puede ser vampiro, tiene más gracia y belleza que cualquiera de nosotros.

¿Qué es esta chica?

¡Esa zorra no puede ser más hermosa que yo!

No puede ser una vampiresa.


Casi sonreí al escucharlos, eran tan predecibles.

Me senté negándome a ver a los cinco vampiros y una chica llamada Jessica que era de las que me habían invitado a almorzar me susurró—: Todos te observan, incluso los Cullen. —Me congelé.

—¿Cullen? —pregunté sin aliento.

Asintió.

Cullen… Carlisle Cullen… no podía ser cierto…

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