by - septiembre 07, 2014



Mi respiración se agitó y mi cuerpo se congeló.

No podían ser Cullen, si mi padre es Cullen, es imposible que ellos lo sean, a menos que sean su familia, como yo. Me emocionaba encontrar a mi padre, al fin, pero no estaba preparada y menos sabiendo que tenía familia. Esto se me estaba saliendo de las manos. Pero podía hacer un esfuerzo, por él, tal vez podría buscarlo. Chequé en las mentes de los cinco vampiros el lugar en el que trabajaba mi papá o en dónde estaba, por sus mentes recorrí imágenes de diferentes vampiros hasta que reconocí a mi padre, tal y como lo recordaba, pero lucía demacrado y algo triste.

—Carlisle Cullen —susurré en reconocimiento, demasiado bajo, pero no lo suficiente ya que los cinco vampiros escucharon, por supuesto.

Instantáneamente me paré de mi silla, enojada conmigo por mi falta de precaución. Ignoré las preguntas de mis compañeros de mesa y salí prácticamente corriendo hacia la puerta de la salida de la cafetería.

Me costó un gran esfuerzo correr a una velocidad humana hasta que llegué al inicio del bosque. Sabía que esta era una mala idea, era obvio que había posibilidades de encontrar vampiros aquí, un pequeño pueblo nublado como Forks es un lugar perfecto para que nosotros vivamos. Debí ser cuidadosa y buscar en el futuro, pero ahora tenía que afrontar las consecuencias de mis descuidos, ¿podría?, ¿hablar con mi padre y disculparme después de tantos años?, ¿y si no me perdonaba? Le rogaría, estoy segura.

Escuché los pasos detrás de mí y me volví antes de que aparecieran de entre los árboles.

Ante mí aparecieron tres vampiros. Un rubio, parecía tranquilo y escrutaba mi rostro, en cuanto lo vi, lo supe: controlaba emociones.

El segundo era un chico de cabello rizado oscuro que aparentaba unos veinte años y era muy musculoso, su cualidad, era la fuerza.

Finalmente estaba él, creí que no lo encontraría, pero ahora estaba frente a mí, me miraba con cautela, su cabello era broncíneo y desordenado además de ser el vampiro más hermoso que hubiera visto.

Me entristecía que él no supiera ni sintiera nada por mí, pero me tranquilicé recordándome que pronto lo haría, o eso esperaba. En el momento en que renací, que me convertí en vampiro, mi vida pasó ante mis ojos y cuando conocí a Carlisle todo se alteró, cambié mi futuro al decidir estar con él, así que ahora no podía estar segura de que este hermoso vampiro me llegaría a amar.

Bloqueé los dones de los dos vampiros frente a mí e inmediatamente por su rostro cruzó la sorpresa y el miedo. Mierda.

—¿Qué fue eso? —preguntó el rubio jadeando.

Lo vi confundida, y parecieron creerme ya que comenzaron a preocuparse pensando en por qué no sentían sus dones funcionar, me sentí mal por eso.

—¿Qué sabes de Carlisle?, ¿por qué lo buscas? —preguntó el grandote.

Me limité a observarlo fijamente.

Eso no podía decírselos, no hasta que hablara con mi padre, hasta que me disculpara con él. Hasta entonces respondería a todas sus preguntas.

Mi mutismo pareció inquietarlo y se acercó tomándome del brazo.

—¿Que quieres de nosotros? —preguntó con algo de desesperación y en su mente sólo aparecía la imagen de una vampiresa rubia.

Su agarre en mi brazo era ligero, no me lastimaba, sólo quería que contestara a su pregunta y eso me incomodó. Sólo intentaba proteger a su familia e intentaba hacerlo sin lastimarme. El vampiro guapo de cabello broncíneo pareció notar mi incomodidad.

—Déjala, Emmett —ordenó en un susurro.

Inmediatamente Emmett se volvió a verlo confundido y me soltó, los tres seguían ante mí a la espera de que hablara. Creí que era lo menos que podía hacer por ellos así que dije lo único que quería.

—Quiero hablar con él —susurré tímidamente.

—¿Por qué? —preguntó el rubio que había permanecido en silencio.

Me limité a mirarlo y pareció entender que esa no era una pregunta que pudiera responder.

—Bien. —Asintió.

De su bolsillo del pantalón sacó un teléfono celular y marcó un número con rapidez, al segundo pitido contestaron pero él habló antes de que la persona del otro lado dijera algo.

—Alice trae a Carlisle —dijo mirándome y me tensé, aún no estaba lista.

—¿Pasó algo? —Escuché una voz melodiosa del otro lado distorsionada por la preocupación.

—No cariño, tráelo rápido, tranquila, no pasa nada.

—Es que no veo nada, está todo en blanco, no puedo ver que va a suceder —dijo angustiada y el chico rubio me lanzó una mirada de sospecha.

—Todo estará bien cielo, por favor trae a Carlisle rápido.

—Bien —contestó la chica y cortó la llamada.

No estaba lista, ¿cómo iba a hablarle?, ¿y si me odiaba? No podría soportar el verlo odiarme, pero lo enfrentaría, era otra oportunidad que tenía, mucho más de lo que merecía y lo menos que podía hacer por él.

La angustia era evidente en mi rostro, estaba segura, ya que los tres chicos… vampiros frente a mí me observaron preocupados… estaban preocupados por mí. De no estar tan nerviosa y angustiada habría sonreído. Me alegraba ver lo puros y buenos que eran, mi papá tenía suerte y merecía ser feliz, con ellos lo era y lo sería siempre, sólo con verlos estaba segura de que era así.

Me invadió la tranquilidad al descifrar eso, si mi papá ya no me quería cerca seguiría siendo feliz porque él tendría una familia buena y valiosa, tendría lo que merece.

Pero aún así seguía nerviosa y aterrada ante la perspectiva de que me odiara, lo soportaría, tenía que soportarlo. Escuché los pasos de cuatro vampiros acercándose y me inmovilicé aterrada.

Por la espesura de los arboles salió una pequeña vampiresa, que sonrió cuando vio al rubio y se lanzó a sus brazos —literalmente—, aunque podía ver que estaba algo asustada y muy frustrada a causa de la falta de su don, casi sonreí, ella era la vidente de la familia, veía el futuro.

Después estaba una rubia hermosa, la misma del pensamiento de Emmett, me miraba con odio. Mi aspecto. Al parecer ella estaba acostumbrada a ser la más hermosa, casi me echo a reír por lo absurdo de su enojo y odio hacia mí. De inmediato corrió a los brazos de Emmett.

Detrás de ella caminaba la hermosa mujer que vi en mis visiones con mi padre, su cabello era de un lindo color caramelo y emanaba un aura maternal, corrió hacia los cinco vampiros y los abrazó, después se volvió a verme con auténtica preocupación al ver que estaba inmóvil y aterrada de hablar con mi padre, sabía de mí, mi papá le había hablado de mí, me ofreció una sonrisa y se la devolví con dificultad.

Con algo de renuencia me volví hacia el último integrante de la familia y en cuanto me observó se congeló, mirándome con incredulidad. Estaba igual que siempre, pero parecía triste, no conservaba el brillo de autentica felicidad en sus ojos y que tanto me gustaba. Se veía feliz, sí, pero no completamente.

Ella está aquí. Pensaba. Después de tanto tiempo finalmente volvió a mí. Mi pequeña volvió.

Sollocé y mis ojos se llenaron de lágrimas que cayeron libremente por mis mejillas. En algún lugar de mi mente capté los jadeos de sorpresa de los seis vampiros que presenciaban la escena; pero me concentré en mi papá, al fin estaba aquí. Sin pensarlo me lancé a sus brazos llorando como una niña de cinco años.

Me tensé ante mi desenfrenado comportamiento pero mi papá me abrazó con fuerza pensando: Mi pequeña esta aquí, mi princesa, finalmente está conmigo, está aquí. Repetía una y otra vez.

—Perdóname, por favor, perdóname. —Supliqué en medio de sollozos y mi papá me abrazó con más fuerza.

—No tengo nada que perdonarte princesita —dijo también sollozando—, finalmente estas aquí, en verdad estas aquí.

Enterré mi rostro en su pecho sollozando y él se dedicó a tranquilizarme.

—Todo estará bien, al fin estás conmigo pequeña —susurró y besó mi cabello paternalmente.

—Lo siento tanto, perdóname. —Repetí—. Debes perdonarme, por favor. —Mi padre sonrió.

—Si es lo que quieres, te perdono.

—¿De verdad? —pregunté entusiasmada y él rió.

—Sí, mi niña —dijo divertido.

Fruncí el ceño y me crucé de brazos con un puchero.

—Sólo lo haces para hacerme sentir bien. —Me quejé.

Sonrió.

—Es porque no tengo que perdonarte nada.

—Lo vez —dije señalándolo acusadoramente—, lo haces para que me sienta mejor, eso no se hace, debes decir la verdad —argumenté como una niña pequeña.

Soltó una sonora carcajada.

Como extrañaba a mi princesita, pensó.

—Pues es la verdad, no tengo que perdonarte nada.

Enarqué una ceja, incrédula.

—Sólo tuviste un momento normal de rebeldía, mi niña —dijo tratando de convencerme.

Pero no iba a ser tan fácil, ¿cómo podía decir eso cuando ambos sufrimos?, ¿cómo podía perdonarme tan fácilmente después de todo lo que él sufrió? Mi papá era inigualable definitivamente, pero después de todo es un papá y ellos siempre te van a perdonar aunque hagas la cosa más estúpida que se te ocurra.

—Exacto, fue un momento de rebeldía, debes estar enojado —dije—. ¡Oh, vamos! Al menos acepta que no estuvo bien y perdóname de corazón.

—Está bien —dijo aún sonriendo, parecía imposible quitarle la gran sonrisa que portaba, me di cuenta que sus ojos volvían a brillar y mostraban su alegría, tal y como lo recordaba—. Eso estuvo muy mal —dijo adoptando el tono de padre autoritario, rodé los ojos y sonrió aún más si es que eso era posible—, pero sólo porque eres mi princesita y mi niña, a la que más quiero, te perdono. —En sus ojos pude ver la verdad de sus palabras y una lágrima resbaló por mi mejilla, se acercó y me abrazó una vez más—. Te quiero mucho mi pequeña princesita.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al recordar todo lo que habíamos pasado juntos, lo había extrañado tanto, ahora que estaba entre sus brazos me sentía muy feliz y positiva. Estaba otra vez con él. No podía estar más feliz, había regresado al lado de mi papá y había encontrado al futuro amor de mi existencia, nada podía ser mejor.

—Lamento haber manchado tu camisa con mis lágrimas —susurré desde su pecho y rió.

—Tranquila mi niña, sólo es una camisa.

—Una camisa muy cara, es de diseñador —mascullé.

—¿Mi pequeña hablando de moda? —preguntó con asombro—. Eso es nuevo.

Me reí.

—Conozco a alguien que sabe mucho de eso —dije pensando en Kayla—, yo no sé nada de moda —hice una pausa—, te extrañe papi. —Acepté por primera vez en voz alta.

Me abrazó con más fuerza, había extrañado que le dijera papi.

—¿Papi? —preguntaron los vampiros espectadores con incredulidad, había olvidado que no estábamos solos.

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