—¡Papá, por favor! —supliqué por vigésima tercera vez mientras hacía un puchero.
—Si haces pucheros es trampa —dijo mi padre frunciendo el ceño.
¡Rayos! Debía intentar con otra técnica.
—Papi, por favor. —Insistí haciendo cara de cachorrito.
—Está bien. —Aceptó resignado—. Hay mi niña eres tan terca… esto no es necesario, pero bueno, hice lo que pude.
—Gracias, papá —chillé corriendo a abrazarlo y río suavemente.
—Y bien, ¿qué harás?
—Mmm… estaba pensando trabajar de mesera o tal vez en un bar —murmuré pensativa.
—¡No, no y no! —replicó mi padre rápidamente.
—¿Qué pasa? —pregunté confundida.
—No trabajarás en un bar —dijo—, si lo haces no te dejaré trabajar, no permitiré que unos cuantos humanos con hormonas revolucionadas estén fantaseando con mi hija. —Sonreí.
—Tranquilo papá, sólo era una opción.
—Sí, tienes razón, pero entiéndeme Bella, tú eres mi hija y eres muy importante para mí.
—Entonces creo que optaré por el empleo de mesera. —Concluí.
—Sí, me parece bien. —Estuvo de acuerdo conmigo.
—Regreso en un rato, papi. —Me despedí besando su mejilla y saliendo de nuestro hogar.
Hasta ahora llevo dos siglos, tres décadas y dos años viviendo con mi padre —estamos en el año de 1897— y para nosotros fue tiempo suficiente para poder entablar una confiada y cariñosa relación.
Desde el día en que le dije a Carlisle papá ha insistido en comprarme todo lo que necesito y también lo que no necesito, de ahí que quisiera trabajar para poder ganar dinero por mi cuenta y mi padre no tuviera excusa alguna para comprarme de todo; nunca me había gustado eso, sentía como si robara su dinero, porque ¿cuál era mi excusa para no conseguir dinero por mi cuenta? Yo podía tal y como mi padre trabajar y comprarme todo sin necesidad de que me lo dieran.
Caminé sin rumbo fijo.
Hasta que llegué a un pequeño restaurante de apariencia hogareña; su color era amarillo, con grandes ventanas y marcos de madera mientras la puerta era de la misma, en una esquina de la ventana un letrerito llamaba la atención con las palabras "Se busca mesera".
Entré al pequeño local, caminando directamente hacia el mostrador donde una ancianita de unos cincuenta y ocho años despachaba detrás de la caja registradora y al verme esbozó una maternal sonrisa.
—¿En qué te puedo ayudar, cariño? —preguntó dulcemente.
—Vengo por el letrero del empleo.
—¡Oh! Claro, no hay problema, ¿puedes empezar mañana? Es que como veras ya estoy vieja para esto, cielo, el único que me ayuda es mi nieto pero es demasiado trabajo para una persona, no te importa trabajar con él, ¿cierto?
—Oh no, para nada —aseguré—, vendré mañana, gracias.
Caminé hasta un parque que estaba cerca, porque no quería estar sola en la casa ya que mi padre a esta hora debía estar trabajando, el sol se había marchado dejando brillar en su lugar a la luna y estrellas; los niños se apresuraban a entrar a sus casas y las personas adultas lucían agotadas después de un fatigoso día de trabajo mientras yo observaba fascinada a mi alrededor.
Parecía que todo se movía y cambiaba a excepción del pequeño espacio en donde yo estaba, aunque técnicamente era así, pues aunque todos y todo cambiara yo seguiría igual.
Pero eso curiosamente me traía alegría en lugar de melancolía, como debería de ser, pues yo tenía todo el tiempo para equivocarme y solucionarlo, así como pasar momentos buenos al igual que malos y esa era una cosa que no cualquiera tenía.
—Disculpe —murmuró una voz y levanté mi vista para posarla en un guapo chico frente a mí con tez pálida, cabello color negro intenso e impresionantemente oscuro y ojos color miel—, no debería estar aquí tan noche señorita.
—No se preocupe —contesté sonriendo—. Espero a alguien.
—Entonces perdone usted la molestia —dijo— pero usted me llamó realmente la atención. —Sonrió—. Lamento ser atrevido pero usted es muy hermosa —murmuró con un ligero toque rosa en sus mejillas mientras apartaba la vista.
—No se disculpe es para mí un halago que usted me diga eso, gracias. —Me levanté al ver el sol comenzando a salir, sólo eran los primeros tenues rayos así que aún no había peligro, pero no iba a esperar a que lo hubiera, ¿de verdad había estado toda la noche aquí?—. Discúlpeme, me tengo que ir. —Hablé rápidamente mientras me comenzaba a alejar.
—Por supuesto señorita, hasta pronto —contestó para después acercarse a besar tradicionalmente mi mano a modo de despedida dándose la vuelta para marcharse.
Me di la vuelta para caminar hacia un callejón muy alejado, que encontré en el camino al parque; camine rápidamente —a paso humano— hasta que llegue a él y tal cual como hace unas horas, estaba vacío.
Fue entonces cuando comencé a correr a velocidad vampírica hasta llegar a casa.
—¿Dónde estabas, hija? —Fue la frase con la que me recibió mi padre.
—En el parque, papá, lo siento. —Suspiré—. Estaba sentada pensando y el tiempo se me pasó volando.
—Está bien, mi niña —me abrazó—, pero podrías al menos tener consideración y dejar una nota.
—Lo haré, lo prometo —respondí.
—Papi, debo cambiarme para el trabajo. —Sonreí al verlo hacer una mueca—. Sí, papá estoy segura y quiero ir al trabajo.
—Bien, bien —contestó resignado.
Bajé de mi habitación arreglada en un tiempo récord para ser chica, no me gustaba arreglarme mucho pero en ocasiones como esta debía tener buena presentación.
Ahora portaba un vestido azul celeste, de manga larga, que caía en pliegues desde la cintura con pequeños adornos plateados, era una suerte que a mí no me incomodara el corsé o posiblemente ahora no podría respirar. Peiné mi cabello en un desordenado moño que le daba a mi atuendo un aire más casual. Sonreí satisfecha con el resultado de mi esfuerzo.
Después de despedirme de mi padre y asegurarle treinta y seis veces que estaba segura que quería hacerlo salí de la casa.
Caminé lentamente pues tenía mucho tiempo de sobra, dedicándome a examinar cuáles eran las diferencias a mi alrededor del día y la noche para matar el tiempo; y a diferencia de lo que observé hace una horas había niños caminando hacia su escuela con una graciosa cara de fastidio y las personas adultas apuradas corriendo de un lado a otro.
Si lo comparabas con lo que había observado en la noche es todo lo opuesto, me reí mentalmente, ¡vaya! Con que cosas me divierto pensé con ironía, pero era más que ver a las personas pasar, era… el verlos tan cómodos, tan despreocupados además de que siempre me habían fascinado los humanos a pesar de que yo fui una.
Cuando llegué al pequeño restaurante, la ancianita que me había atendido el día anterior estaba cambiando el letrero de cerrado a abierto así que caminé hacia ella.
—Qué bueno que ya llegaste, cariño —dijo sonriéndome.
Le devolví la sonrisa.
—Ven, cielo —murmuró—, te mostrare con quién trabajarás —dijo para después entrar e irse a la cocina.
Me quedé esperando y analizando el lugar.
Las paredes por dentro también eran de un amarillo hermoso que daban luz y vida a la habitación, las mesas y sillas eran de madera dándole un estilo rústico y los manteles verde menta lo hacían ver alegre; en resumen el lugar era hogareño, te brindaba paz y tranquilidad.
—Bueno, cariño —dijo la ancianita saliendo de la cocina—, este es mi nieto y trabajaras con él.
Al moverse dejó ver a un chico guapo de tez pálida, cabello negro y ojos miel, el chico que conocí en el parque.
¿Sería una señal? Tal vez, después de todo ese chico me atraía de una forma extraña, ¿podría estar con él?, ¿podría él en verdad aceptarme? Mejor no adelantarme. Sí, me gusta, así que si se da algo por mí no habrá problema, sé que puedo llegar a quererlo.
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